sábado, 25 de febrero de 2012

DE LAS GRANDES AMISTADES

Se trata de bloquearse cien años y de narrarlos en un frenético suspiro. Supone escribir, para que te quieran. Es ser cuentista aunque no tengas quien te escriba, coquetear con el cine y salirse antes de los títulos de crédito. Pongamos, que hablo de Gabo, o si lo prefieren, Gabriel García Márquez, premio Nobel para los amigos.
Supone enamorarse de la madrastra, diseñar un piso para Blancanieves, ser niño único mimado entre jaguares, seducir y no dejarse. Flaubert como grito de guerra, Joaquín Sabina como rendido admirador, entre legiones se seguidores, travesuras de un niño malvado, de un premio de crítica y público. Suponga, que nos referimos a Vargas Llosa, Mario, dentro del círculo selecto de las universidades donde imparte.
En ocasiones, la vida no juega a los dados con el universo y se permite ciertos caprichos. Que el mejor escritor colombiano de su tiempo y el niño prodigio peruano del boom latinoamericano que tanto ha paseado la lengua castellana por el globo, se terminasen conociendo, era únicamente cuestión de tiempo. Amor a primera vista, dirían los modernos Plutarcos, Ángel Esteban y Ana Gallego. Desde el momento en que pusieron la vista en los escritos de otro, cierta intuición de genio se activó, el convencimiento de estar ante alguien que merecía más de un café y de quien se podría aprender muchísimo.
Barcelona, Ciudad Condal y algo més que un lugar, dirían algunos, fue testigo de una complicidad latente, que iba más allá de tener a la misma editora. Sagaz literata catalana, que mereciera más líneas de las que le dedica este blog. Premio a la inversión a largo plazo cuando en una adivinación mágica, pidió por favor que su protegido Mario firmarse un ejemplar de "Cien Años de Soledad", mientras que el colombiano que naufragaba entre su desorden caótico y genial, ponía su ilustre signatura en otro libro no menos legendario de su protegido, quien hace tan poquito, sucedía al maestro en los galardonados con el Nobel, ¿no verdad?

Dos escritores diferentes, un mismo objetivo no del todo reconocido. El método del peruano es hoy ya legendario, la ética de trabajo de una mula, la mente ordenada de un arquitecto y todo el talento posible, Faulkner asintiría y aspiraría con su pipa complacido, ante un discípulo tan aventajado.





Anécdotas que se amontonan en un libro que es una pequeña joyita, un salsa rosa artístico de dos personalidades de armas tomar, dos profesores de Letras (¿servían para algo? ¿Acaso esto es más que una boludez de gringos?) analizando con lupa contexto, texto, subtexto y anhelos.
Entre medias, la política, compañera de cartas esquiva y poco agradable cuando hablamos de las musas, pero, cuesta pensar en estos dos personajes sin la Revolución Cubana. A ambos les marcó de forma irremediable, los dos saludaron a barbudos héroes del pueblo y soñaron con utopías y paraísos culturales. Uno se desengañó para siempre y se refugió en la doctrina que antaño había cruficicado, mientras, el segundo, tal vez por añoranza de una de sus primeras viviendas, aún bailaba con putas tristes y que son pálido reflejo de lo que empezó siendo un ideal.
Alrededor de ellos, personalidades formidables, líos amorosos, mucha literatura, versos tristes, menciones a Serrat y prólogos traducidos en Borges y Cortázar. Entonces, sin avisar, la ruptura, relato de un naufragio, de varias versiones, ninguna lo suficientemente buena para ser mentira, tampoco aparece una falsedad tan grande que se aproxime a la verdad. Un golpe seco, de la fiesta del chivo al día de la marmota, un pacto entre caballeros y el final del sueño de una novela a cuatro manos que hubiera hecho las delicias del mundo.
Sarriá aún llora a la Brasil del 82 y a esos dos amigos que compartieron cafés, confidencias, inquietudes, brindis bohemios y horas de copioso trabajo. Tesis doctoral incluida, una amistad tal vez destinada a explotar por los contendientes. Quedó entonces la enemista íntima, Mario, obligaba a sus hijos a leer a García Márquez, porque lo cortés no quedaba lo valiente, mientras que ahora, desde Macondo, un Gabo envejecido, felicitaba a través de su fundación el merecidísimo día grande de su Némesis, del tipo al que muchos terminaron encumbrado incluso por encima del genial colombiano, de su agresor, de su rival en muchas concepciones de la vida... de su antiguo admirador, de su amigo.
De Gabo a Mario y tiro porque me toca. Extraños azares llevan ambas trayectorias a unirse, a repelerse y volver a aproximarse por el denominador común del talento.
Y la prodigiosa historia aún debe tener su capítulo final, donde no se descarta que los dos protagonistas vuelvan a unirse.

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