domingo, 25 de marzo de 2012

VILLANO INCOMPRENDIDO



Nicolás Maquiavelo, secretario florentino, ha sido uno de los pensadores políticos más malinterpretados de la Historia, o cuanto menos, una de esas personas a las que la reputación precede antes de que se pueda juzgar su obra.
Hablar de su tratado más recordado, "El príncipe", nos lleva a pensar en un tipo siniestro frotándose los dedos mientras con una mirada maliciosa empieza a calcular sus movimientos. No obstante, mucha gente se lleva a sorpresa cuando accede al famoso estudio, escrito por el italiano cuando, los acontecimientos a los que había asistido como testigo de lujo, le permitieron configurar un fresco de la alta política europea renacentista.
Maquiavelo, lejos de la imagen que tenemos de él, no era una figura especialmente poderosa dentro de "La Señoría", de hecho, los problemas con el poderoso clan Médicis le terminaron convirtiendo en un desterrado, sin que pudiera protegerse, pese a sus muchos servicios. Por supuesto, eso no quita que fuera un hombre hábil y experimentado que durante largos años a caballo entre su ciudad natal y la populosa y traicionera Roma de comienzos del XVI, se forjó una acertada opinión de algunas de las figuras más notables de su época, desde Savonarola hasta Julio II, pasando por Alejandro VI.
Taimado embajador y entrevistador, Nicolás era una persona inquisitiva que fue evolucionando a lo largo de su experiencia con los más notables exponentes de una generación irrepetible. Desde el florentino entusiasmado ante el Duque de Valentino al brillante analista que diseccionó su caída, hay un largo Rubicón que nos permite ver a una persona que supo penetrar en sus propios axiomas, cuestionárselos y lograr reformularlos.
"El fin justifica los medios", terrible frase que todos hemos oído en alguna que otra ocasión, no puede ser el único resumen de una serie de pequeños, adictivos y entretenidos capítulos donde hay muchas alusiones (la más obvia al mismísimo Fernando El Católico) y dobles significados, mostrándose Maquiavelo como un personaje que en otro tiempo hubiera podido llevar a las mil maravillas una columna de opinión de política internacional para un prestigioso periódico.
Aún a día de hoy sigue apareciendo el adjetivo maquiavélico como connotación negativa y terrible, pero acaso sea una señal de que ese villano de la escritura supo encontrar la verdadera naturaleza del poder, lejos de la virtus más atávica y que hacía mucho tiempo que había partido. No se concebirían en la ficción personas como Mequique, Lengua de Serpiente o Tom Ryddle, sin aquel individuo delgado y de expresión astuta, que habló de tronos cuando él jamás se sentó en ninguno. No hace tanto tiempo, una farsa temporal presentaba al italiano como el psicoanalista del Papa Borgia en una consulta de New York, con desfiles por la Guerra del Golfo de fondo.
A recomendar entre las múltiples ediciones de este libro, la edición de Cátedra, que incluye una faceta desconocida del autor, su labor como persona aficionada al teatro, en este caso, La Mandrágora, ya que, como buen hombre de su tiempo, Maquiavelo disfrutaba de las farsas de esposos altaneros y fautos, doñas honestas que no hacían honor a su nombre y enrredos entre criados y señores.
Y es que si acaso en pensamiento, Maquiavelo fue un villano, se trató de un villano incomprendido.

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