domingo, 27 de enero de 2013

LAS CADENAS DEL TALENTO


No podía ser de otra forma. Después del dulce cautiverio del elogioso recuerdo, Quentin Tarantino volvía a estrenar en las grandes salas, con su prometido western de reminiscencias a desiertos de Almería, Django Unchained ("Django desencadenado"), donde uno de los más influyentes directores de Hollywood desde la década de los 90 (Reservoir dogs, Pul Fiction, Jackie Brown...), retomaba el discurso de sus bastardos sin gloria, revisar la historia del cine... a su manera. 




Con el homenaje ya en el título, el poderoso inicio y la atrayente música (Morricone dixit), envuelven al espectador en la atmósfera indicada en el momento oportuno. Estamos ante la historia de un esclavo liberado (Django interpretado por  por un Jamie Foxx encantado con la oportunidad que le cedió su amigo, Will Smith) por un peculiar cazador de recompensas alemán, caracterizado por Christoph Waltz, en busca de su amada y de venganza. En definitiva, la fórmula indicada por el spaghetti western más clásico, pero adecuada a este maestro del eclecticismo nato.




Con ciertas reminiscencias a El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford o Valor de Ley (hacemos aquí referencia al remake de los hermanos Coen), los tiroteos en este ejercicio de género son realistas, alejados de los inverosímiles disparos de guante blanco. Igual que Scorsese, Tarantino y su equipo logran mostrar la violencia como la oscuridad que es, aunque esté salpicada de momentos divertidos. La sonrisa y la crudeza se mezclan, generando confusión en el espectador. 



Y es que, quienes estén yendo al peregrinaje de esta cita cinematográfica con el peculiar Quentin, deben estar preparados para ver sin tapujos cuál fue la realidad de las grandes plantaciones sudistas y qué se cocía dentro de esos lugares. Lo dicho para las balas se aplica a los latigazos y la forma en que los hombres libres mueven a esta mercancía, como si fueran cosas (no veía esta verosimilitud al mostrar a esclavos y dueños, desde la magnífica primera temporada de Roma).



 

La química que muestran en las escenas que comparten Waltz y Foxx es estupenda y provoca una inesperada alianza de cazarrecompensas mientras se permiten guiños a varios clásicos, tales como Dos mulas y una mujer. Como en los mejores tiempos de Los Simpson, este tipo de referencias no estorban al espectador que no los conoce, mientras es un pequeño bocado de cardenal para quien ubica la nota a pie de página. 




A medida que va prosperando la pareja, se van acercando al verdadero objetivo de Django (por más que matar legalmente a  forajidos blancos sea un placer y una venganza muy similar a la de los bastardos de origen judío frente a los nazis en la Francia ocupada), su esposa, cuyo nombre no será difícil de identificar por los amantes de la ópera. Y es que, con esa extraña capacidad de hacer mezclas impensables, las desventuras de dos fugitivos extrajeros en la parte contraria al abolicionismo, se convierten en herederas de lo mejor de Wagner.




Estas pesquisas le llevarán hasta los dominios del nuevo amo de la joven, un adinerado y joven sibarita en cuya propiedad se esconden muchas extravagancias y horrores. Leonardo Di Caprio tarda en aparecer, pero cuando lo hace la situación se pone seria. Desde el señorito Iván en Los santos inocentes, pocas veces se había visto mejor desprecio condescendiente a la servidumbre y una forma tan elegante como dañina de tratar a subalternos y personal doméstico.  




Di Caprio firma una actuación excelente y muy personal, generando también muchas perversiones que se dieron por parte de quienes en sus haciendas dispusieron de todo lo que se les antojase casi sin pedirlo. El galán del Titanic se marcó en la agenda ir mostrando versatilidad y lo está logrando, así como un exquisito gusto para hacerse querer por luminarias como Nolan o Scorsese. Al margen del marketing, visto lo desplegado, parece poco sospechoso que Tarantino afirmé que querrá volver a colaborar con él en el futuro. 






Al más puro estilo Berlanga-Azcona, hay muchos sobre-entendidos en los dominios de este dragón que tiene a la prometida del protagonista. Alguna alegría del casting como Samuel L. Jackson hace que sea imposible perdernos en las coordenadas del universo creativo de este artista que ha recibido también sus palos por su forma poco pudorosa y hasta irreverente de tratar la cuestión (Spike Lee se colocaría a la cabeza de estos opositores). 



SPOILERS [EN ESTA PARTE DEL BLOG SE REVELAN DETALLES IMPORTANTES DEL DESENLACE LA PELÍCULA]




Pese a lo dicho y volviendo a admitir que la fórmula tarantiniano sigue funcionando con la magia acostumbrada, da la sensación de que en esta ocasión, a su tercer acto le ha faltado originalidad, cuestión muy curiosa en un cineasta que tiene en esa destreza uno de sus puntos fuertes. No se opta por un final amargo que llega a vislumbrarse por un instante, tampoco porque la ingeniosa treta del dentista bávaro acabé en algo similar a El golpe, sino que, el director repite la táctica de que su personaje se vuelva invunerable durante los siguientes instantes y alcancé una sangrienta venganza (eso sí, todo merece la pena con tal de ver al mismísimo Quentin haciendo un cameo). 
Quizás simplemente sea que la pérdida de los personajes de Di Caprio y Waltz es demasiada para este epílogo, pero este giro de tuerca apasionante (coger un tema controvertido, mostrar un sentido del riesgo, originalidad, crudeza y una reflexión increíble sobre A. Dumas) se acoge al final, al igual que la excelente Malditos bastardos a una masacre final para ahorrarse dudas. Da la sensación de que el metraje se excede, que los diálogos son ocurrentes (es una de sus grandes armas, aunque creo que todavía, por ponerle peros a lo que casi no lo tiene, le falta esa intuición de otros como genios más veteranos como Woody Allen para poner a los diálogos al servicio de su film y no al revés) son reiterativos... 





Con todo, como dice Foxx, la Django, la D es muda... la venganza no lo será. Tampoco, los comentarios que suscitará este nuevo regreso al ruedo, de un forajido de leyenda y su equipo para el séptimo arte.






domingo, 20 de enero de 2013

FUE SIN QUERER QUERIENDO


Pensar en El Chavo del 8 me suscita una sensación muy similar a la que le acontece al periodista Antoni Daimiel cuando evoca a los Chicago Bulls de los años 90 en sus crónicas. Para el inefable compañero de Andrés Montes, aquel mítico equipo de baloncesto capitaneado por Michael Jordan ocupa un rincón de su memoria en el que entra poco, en ocasiones, casi deja pasar meses sin abrir sus puertas de recuerdos. "Sin embargo, una parte de mí sabe que siempre están ahí. Inalterables, grandes... Entro poco a molestar, pero sé lo que me voy a encontrar". Algo idéntico me acontece cuando evocó esa serie mexicana, diario de un muchacho que dormía en un tonel que no era surgido de la imaginación de Edgar Allan Poe, sino de la tampoco manca en arides e ingenios, mente de Roberto Bolaños. 




Después de haber invertido tantas cintas VHS en grabarlo gracias a Canal Sur (en aquella época no soñada, como diría Robert E. Howard, uno era aún niño dispuesto a profanar con sus sandalias el tiempo enjoyado del ocio), casi podría decirse que me fui separando de El Chavo más carismático (interpretado, cómo no, por Bolaños, a diferencia de otros mitos como Conan, Batman o James Bond, creo que el imaginario colectivo no concibe otra posible encarnanión) y de su serie derivada, El Chapulín Colorado. Pero no piensen mal. 




Una de las cosas mas difíciles en la vida, al contrario de lo que alguno podría juzgar, no es distanciarse de alguien que no te cae especialmente bien. Generalmente, la buena educación es un arma limpia y maravillosa para hacer el corte sin grandes contratiempos, quedando incluso bien si hay re-encuentro esporádico. Por el contrario, ¿cómo lo hace el Maradona (fanático del show, por cierto, hay un método en esta locura, tranquilos) del lugar para despedirse de sus tifosi después de ser considerado una máquina de la felicidad? ¿Cómo nos movemos de casa de unos familiares que nos han tratado de lujo pero sentimos la imperiosa necesidad de caminar solos?Pues sí, tras tanto tiempo de sin querer queriendo, dejé de escuchar los berridos de la Chilindrina y tampoco tenía el móvil de don Ramón, aunque a buen seguro el señor Barriga se lo embargaría en cuanto lo viera con el celular. 




Los había conocido en los noventa, pero resultaba que eran más antiguos, que desde los 70, se emitían aquellos capítulos que, adorablemente ingenuos ellos, pensaban que solamente serían puestos una vez. Cada chaval o chavala tenía a su Chavo, hay un momento concreto donde te atrapaba. Muchas horas de diversión aguardaban, como demostró el éxito que traspasó las fronteras mexicanas para hacerse casi religión oficial en Argentina y objeto de culto para generaciones de espectadores en el resto de América Latina y, por supuesto, España. ¿Cómo una producción con tal falta de medios, limitada en lo técnico, con adultos encarnando en muchos casos a niños y con un sentido del humor tan blanco que hubiera hecho enrojecer a Frank Capra, sobrevivía donde tantos otros alardes cayeron en la cruel memoria? La respuesta es cariño, una ñoñería como otra cualquiera. Y absolutamente inimitable e imposible de copiar.





No obstante, como marcaba la navaja, la respuesta más sencilla suele ser, en estos casos, la correcta. Los había más altos, más guapos y con más plata, pero... Del Chavo y cía nos despedimos bien, mejor que de ninguno. Nos fuimos sin rencor y graduados de las aulas del profesor Jirafales, sabedores de que asistíamos a los magisterios de la última especie en extinción, la de caballeros errantes de figura erguida, tímidos modales y ramo de flor para la amada en silencio... Perdonamos a Ramón (Valdés) sus capones a cambio de lograr ser el payaso serio perfecto e inimitable para la ternura de Bolaños, mientras Carlos Villagrán se catapultaba a la fama, solamente para comprobar que Quico había solamente uno. Como doña Florinda, Chilindrina, Don Barriga (gran Edgar Vivar), brujas del departamento 71... 





No pretendo dedicar ningún párrafo a las polémicas, luchas de egos, problemas y cuestiones que, sin duda, se dieron en esta profesión como en cualquier otra. No sería lindo, porque cuesta pensar que algo tan inocente tuviera un desenlace interno de equipo tan salpicado. La nostalgia me lleva a otra salida, la que algunos hicimos cuando dejamos de seguir cotidianamente las reposiciones... Nos habíamos ido, pero en cierto sentido, después de un gran banquete y cerrando con delicadeza, rehuyendo el portazo... de las fiestas hay que saber también irse, cuando están en su apogeo. 





La discrepancia fue cómo la salida perfecta, la discusión pacífica, el recluta licenciado del gran Peter Pan en la Isla de Nunca Jamás, a la que no volveríamos pero constantamente permaneceríamos. Ya no llevábamos pantalón corto pero seguiríamos siendo como él siempre que metiéramos la pata sin malicia, cuando nos desesperásamos porque callasen tantos magisterios apostólicos y no dábamos otra más porque nuestra abuelita fue campeona de peso wélter. 




Habrá quien me pueda criticar (no sin razón) por hacer una entrada de un programa que llevó literalmente años sin ver. Otros dirán que si hago memoria crítica, era vulgar, de humor martillo pilón y chabacanos... Pues verán ustedes, si perdonan la inmodestia, no me hace falta, como le pasa al señor Daimiel, hacer ningún tour por esas añoranzas. 



Simplemente, sé, que en el número 8, si abriera el baúl de los recuerdos de la canción, el Chavito sigue, ahora y siempre, resistiendo al invasor olvido, como cierta aldea gala....





pd: No quisiera dejar pasar esta entrada sin destacar la noticia de la trágica desaparición de F. Guillén, maravilloso actor a quien recordamos por trabajos como Mujeres al borde de un ataque de nervios, El abuelo y tantas otras películas, así como su papel de tertuliano de primerísimo nivel en ¡Qué grande es el cine! o su narración del documental de la expulsión de los moriscos. De entre sus muchas virtudes escénicas, me quedaría con su impresionante voz, capaz de adaptarse a cualquier registro.

domingo, 13 de enero de 2013

VUELVE EL SÚPERGRUPO

El Supergrupo
El cómic español se ha adentrado esta última década en una fuerte espiral de problemas. Con la honorable excepción de los incombustibles Mortadelo y Filemón y alguna re-edición de clásicos (Zipi y Zape), el negocio vive más de los fans que aún conservan el gusto por las viñetas de su infancia que en crear nuevos lectores. 



Vaya por adelantado que los primeros no tienen culpa de nada, bueno sí, de que la crisis no haya sido aún más pronunciada. No obstante, las buenas noticias han llegado a cuenta-gotas, la redevuelta de Pafman, algún trabajo esporádico de Ramis... y esa extraña incomodidad que supone leer el maravilloso personaje de Blacksad, traído de más allá de los Pirineos pero con autores nacionales. ¿En qué demonios estaban pensando las editoriales por el amor de...? En fin, lo dicho, pocos tiempos para la lírica. 




       Por eso, la iniciativa de F. Pérez Navarro y de Nacho Fernández, reactivando el Súpergrupo (creado por el genial Jan más de treinta años atrás), debe ser aplaudida y visitada. Parodia descarnada del cómic de tinte heroico norteamericanos, sus miembros son una clara versión cómica del Capitán América (Capitán Hispania), Jean Grey (La Chica Increíble), Doctor Extraño (El Mago), Iron Man (Latas) y La Cosa (El Bruto).



        A pesar de brindarle un cariñoso guiño, la nueva editorial no ha podido poner en ninguna viñeta a Súper-López, manifestando uno de los eternos problemas de nuestros tebeos. Si hasta Marvel y DC son capaces de ponerse de acuerdo por su propio beneficio (vender cuantas más tiras, mejor), es un inconveniente generalizado que nunca se nos ha ocurrido mezclar héroes y universos. Cada uno va la suya, lo cual provoca estos efectos secundarios de un verdadero océano aislado, donde las islas son muy complicadas de ver...




         Como era de esperar, el dibujo nos recordará muchísimo a Dragón Fall, así como el estilo de humor, ingenioso y con atinadas pullas a algunos de los tótems de género (la proliferación/prostitución del personaje de Lobezno como el único mutante que parece interesar a su compañía, la supuesta condición de Batman como mejor detective del mundo, las paranoias de los villanos con las corrientes temporales y universos colibrí...), en una simpática aventura que, esperemos, no sea la última de estos simpáticos caracteres y que tampoco haya que esperar más de 30 años para volver a disfrutarlos. 



      A todo esto, ¿quién es el jefe?


domingo, 6 de enero de 2013

LES MISÉRABLES

 
Para Jean Valjean, un trozo de pan fue un regalo de Reyes demasiado caro. A pesar de aparecer en la segunda mitad del siglo XIX, las miles de páginas del celebrado escritor Víctor Hugo, siguen siendo un presente bien apreciado por cualquier persona lectora a la que se le obsequie con un ejemplar. No en vano, una de las apuestas de los multicines en las competitivas Navidades ha sido una nueva adaptación al séptimo arte de esta obra de redención.
 
 
 
 
 
La primera vez que supe algo acerca de las vidas paralelas de dos desventurados de la Francia post-napoleónica, Fantine y el ya citado Valjean, fue en una pequeña maravilla titulada Joyas literarias, resúmenes en viñetas de algunos de los clásicos más importantes. Verdaderamente, nunca tan pequeño hurto tuvo consecuencias tan catastróficas, pero, al igual que Dickens, Víctor Hugo supo observar en las capas de los derrotados la única historia que merecía ser contada. 
 
 
 
 
Si algo explica que estrellas de la talla de Hugh Jackman o Anne Hathaway (es muchacha que empezó siendo princesa por sorpresa y está evolucionando en una de las carreras más interesantes de los últimos tiempos entre las actrices y, confieso que debilidad personal) sigan queriendo encarnar a las piezas de este tablero del romanticismo narrativo, se debe a que Les misérables tiene esa magia que muy pocas obras tienen la fortuna de conseguir, una gran capacidad de perdurar en el recuerdo y que su excesiva longitud acabe jugando a su favor, ya que se logra un fuerte encariñamiento con los personajes y empatía.
 
 

 
Y es que, a pesar de la profunda miseria y los pobres barrios parisinos descritos con detalle, igual que la semana anterior hablamos de la sabiduría de "la abuelita" Capra, el escritor galo consigue hacer creíble estas vivencias entrecruzadas y que, en un mar de desesperación, podamos creer en la posibilidad de la salvación. Todo esto descrito con mucha torpeza por mi parte y que suena a panfleto, es logrado de manera natural en la novela, prueba de paciencia de diferentes generaciones de lectores, pero que siempre suele acabar ganando a los puntos.
 
 
 
Asimismo se trata de una serie de epopeyas que deben contextualizarse en el marco de la Francia del siglo XIX, de restituciones monárquicas tras Waterloo, barricadas improvisadas, represiones, llamamientos de la libertad y sangrientas carnicerías. Quizás en algunos momentos, el autor aquí muestre demasiado claramente sus simpatías o pequé de idealizar a algunos de sus revolucionarios, aunque, sin duda, nadie puede poner en duda con quiénes estuvo siempre esté intelectual, más seducido por sus misérables y sus visicitudes.
 
 
 
Bien por su propia riqueza en descripciones o por los propios mensajes inconscientes que se desarrollan durante su escritura, Los miserables es una fuente histórica de primer orden para ver la evolución de un país y las evoluciones mentales que éste tuvo durante el proceso, incluyendo la tensión entre las masas más desfavorecidas, la aristocracia y esa emergente burguesía oscilante entre dos aguas.
 



Con todo, quizás sea la fortísima enemistad entre Valjean y el inspector Javert, el principal motor que ha asegurado que el mensaje de este libro sea moral y no moralizante. Implacable y obsesivo en su trabajo, Javert (a quien en futuras re-lecturas más de uno imaginaremos con ese tono amenazante e incansable que ha sabido darle Russell Crowe quien, aunque su forma de cantar sea peculiar, todo se le perdona por sus dotes para dar credibilidad a cualquier personaje), quien plantea el eterno problema que conforme vamos madurando nos asalta. ¿Qué ocurre cuando la ley que intentamos respetar en todo momento se muestra injusta?
 
 
 
 
 
No todo es perfecto en una monumental obra de ingeniería con palabras, tal vez tenga sus ñoñerías y aventuras amorosas a primera vista que harán arquear nuestra ceja más cínica, es probable que Patrick Süskind en su maravilloso El perfume (las cien mejores primeras páginas que se han escrito sobre la Revolución Francesa, lo mantendré hasta que alguien me demuestre lo contrario) sea más detallado y realista al evocar París que este romántico irredento... pero, ¿quién puede resistirse a los desheredados?
 
 
 
 
La historia de los perdedores, aquellos gloriosos Misérables...