domingo, 20 de octubre de 2013

JUEGOS OSCUROS

 
 
Lo más importante de un juego es conocer sus reglas. No obstante, durante la madrugada tras una cena de profesores de universidad, una joven pareja decide cometer la imprudencia de aceptar participar en uno sin conocer las instrucciones que lo rigen. Nunca en la historia del teatro, ha sido más imprudente aceptar la clásica: "La última en nuestra casa". 
 
 
 
 
Creada por Edward Albee en la excelente década de los 60 de los escenarios estadounidense, Quién teme a Virginia Woolf, sigue siendo uno de los grandes regalos que actores y actrices buscan por igual. Con un título que es un juego (nuevamente el concepto) de palabras  intraducible, Who´s afraid of Virginia Woolf?, ha atraído la atención del público, tanto en su formato original como en la célebre adaptación cinematográfica, la cual estuvo aderezada con la tensión sexual entre Elizabeth Taylor y Richard Burton.
 
 
 
 
Córdoba tuvo la fortuna el pasado viernes de recibir la versión de Daniel Veronese, la cual venía apadrinada de excelentes críticas. De cualquier modo, ninguna recomendación es mejor aval que el talento exhibido por la pareja protagonista, un excelente tándem formado por Carmen Machi y Pere Arquillué. La primera encarna a Martha, la hija del rector de la ficticia universidad, casada con uno de los profesores del lugar, George. Tras años de frustraciones y decepciones, los dos son, en apariencia, la típica parea tragicómica, gruñona entre sí, condenados a soportarse... ¿o no? Con el paso del tiempo, cada uno parece haber perfeccionado exquisitas y retorcidas maneras de fastidiar a otra, involucrando en ocasiones a otros en estos juegos donde nadie, salvo ellos, entienden cuándo comienzan y dónde terminan.
 
 
 
 
De Carmen Machi poco hay que decir, muy reconocible para el gran público por su popular personaje Aída (que interpretó primero en Siete Vidas  y posteriormente en la serie del mismo nombre), directores de la talla de Pedro Almodóvar siempre han subrayado su gran capacidad para el género cómico (viene a la mente su delirante monólogo como concejala en un corto del cineasta manchego). En esta ocasión, a las virtudes que ya le conocemos, añade toda la oscuridad que lleva aparejada el personaje de Martha, un auténtico lobo para quienes la rodean y que es capaz de devorar su entorno y devorarse a sí misma.




Si a ese fuego añadimos la réplica brillante e irónica que le da Arquillué, solamente queda disfrutar de un espectáculo de casi dos horas, donde, no cambiar de escenario, no es ningún inconveniente. Con la grata compañía del buen amigo Chespiro, viejo conocido de este blog, disfruté de la incómoda y cotilla sensación de estar en medio de una escena de matrimonio con problemas y resquebrajada, donde una pequeña pulla puede desencadenar la erupción del volcán. Arquillué da un colosal y agridulce carisma a George, un hombre en su ocaso, cínico, amargado y, no obstante, como su propia esposa reconoce, la única persona en sus macabros juegos que es capaz de comprender sus reglas y ponerlas en su contra, a una rapidez endiablada.
 
 
 
 
En principio como ojos del espectador y, posteriormente, revelando más aristas de la que se esperaba en el principio del meeting, Ernest Villegas y Mireia Aixalá encarnan a la joven alianza conyugal que se va a exponer al fuego cruzado. Pero cuidado que no es oro todo lo que reluce y los inocentes recién casados también tienen varios esqueletos en el armario. La opresión ácida, divertida y a veces terrible que van a sentir en esas cuatro paredes recuerda poderosamente a la posterior Un dios salvaje. 
 
 
 
 
Interpretaciones excelsas al servicio de unos diálogos maravillosos y tenebrosos que, hoy y siempre, siguen resistiendo al terrible invasor del tiempo, para seguir enganchando a nuevo público al teatro.

domingo, 6 de octubre de 2013

NO PLACE FOR A HERO



Era la primera vez que lo escuchaba, pero el apellido sonaba muy bien. García Márquez. Una tarea de escuela, la típica lectura obligatoria. Pocas cosas pueden ser más engorrosas que leer por mandato, pero, en el bando contrario, el consumo ocioso de libros era uno de los placeres de la vida. Buscando fingir que no era un acto de obediencia sino de curiosidad, tras acariciar las páginas algo amarillentas del viejo ejemplar, empecé a leer la presentación de aquel autor colombiano desconocido... no podía imaginar que, con el paso de los años, Gabo sería uno de esos nombres imprescindibles en la biblioteca. 




Aunque posteriormente sería premio Nobel de Literatura y el autor de obras maestras como Cien años de soledad, aquel texto no era el de una joven promesa de escritor, sino de un reportero que había investigado en las desventuras de un marinero latinoamericano; este, en una vida azarosa, había sido todas las cosas posibles... Soldado, contrabandista, superviviente, náufrago, héroe de la tenacidad, objeto de la atención de su gobierno, besado por reinas de la belleza y, posteriormente, por no comulgar con el silencio como peaje, desterrado y exiliado de la popularidad que un día le invadió. 




Si bien su apasionante protagonista era una persona real y entrevistada, el colombiano no dudó en poner una máxima que posteriormente llevaría todos sus personajes. Quiere a cada uno de ellos como si fuera especial en tu vida. Su retrato, no por certero y capaz de reflejar las debilidades humanas, está lleno de admiración de empatía y, por qué no decirlo, de una sincera simpatía. La última vez que se verían, el periodista recordaría como unos saludables kilos de más invadían el cuerpo de su antiguo objeto de estudio, quien llevaba esa beatífica sonrisa de quien quizás haya perdido algunos pesos en la nómina, pero ha salvado su alma. 





A pesar de los años transcurridos, como los lectores del periódico "El Espectador", tantas décadas ya pasadas, seguiremos conmoviéndonos por esta vida ejemplar sin ser perfecta, la de Luis Alejandro Velasco, capaz de realizar una carrera de fondo contra el tiempo y la desesperación durante su aislamiento, de nada menos que diez días. Aunque finalmente él mismo se encargó de mostrar que no fueron las caprichosas tormentas la causa del desastre, la resistencia y fe de Velasco, bajo la pluma privilegiada de Márquez, siguen siendo algo digno de admiración. 




Huelga decir, que esta breve y fascinante crónica, afortunadamente, no de una muerte anunciada, sigue siendo una gran inversión cara a una tarde de domingo... 




"Hay un instante en que ya no se siente dolor. La sensibilidad desaparece y la razón empieza a embotarse hasta cuando se pierde la noción del tiempo y del espacio. Boca abajo en la balsa, con los brazos apoyados en la borda y la barba apoyada en los brazos, sentí al principio los despiadados mordiscos del sol. Vi el aire poblado de puntos luminosos, durante varías horas. Por fin cerré los ojos, extenuado, pero entonces ya el sol no me ardía en el cuerpo. No sentía sed ni hambre. No sentía nada, aparte de una indiferencia general por la vida y la muerte. Pensé que me estaba muriendo. Y esa idea me llenó de una extraña y oscura esperanza".