domingo, 6 de octubre de 2013

NO PLACE FOR A HERO



Era la primera vez que lo escuchaba, pero el apellido sonaba muy bien. García Márquez. Una tarea de escuela, la típica lectura obligatoria. Pocas cosas pueden ser más engorrosas que leer por mandato, pero, en el bando contrario, el consumo ocioso de libros era uno de los placeres de la vida. Buscando fingir que no era un acto de obediencia sino de curiosidad, tras acariciar las páginas algo amarillentas del viejo ejemplar, empecé a leer la presentación de aquel autor colombiano desconocido... no podía imaginar que, con el paso de los años, Gabo sería uno de esos nombres imprescindibles en la biblioteca. 




Aunque posteriormente sería premio Nobel de Literatura y el autor de obras maestras como Cien años de soledad, aquel texto no era el de una joven promesa de escritor, sino de un reportero que había investigado en las desventuras de un marinero latinoamericano; este, en una vida azarosa, había sido todas las cosas posibles... Soldado, contrabandista, superviviente, náufrago, héroe de la tenacidad, objeto de la atención de su gobierno, besado por reinas de la belleza y, posteriormente, por no comulgar con el silencio como peaje, desterrado y exiliado de la popularidad que un día le invadió. 




Si bien su apasionante protagonista era una persona real y entrevistada, el colombiano no dudó en poner una máxima que posteriormente llevaría todos sus personajes. Quiere a cada uno de ellos como si fuera especial en tu vida. Su retrato, no por certero y capaz de reflejar las debilidades humanas, está lleno de admiración de empatía y, por qué no decirlo, de una sincera simpatía. La última vez que se verían, el periodista recordaría como unos saludables kilos de más invadían el cuerpo de su antiguo objeto de estudio, quien llevaba esa beatífica sonrisa de quien quizás haya perdido algunos pesos en la nómina, pero ha salvado su alma. 





A pesar de los años transcurridos, como los lectores del periódico "El Espectador", tantas décadas ya pasadas, seguiremos conmoviéndonos por esta vida ejemplar sin ser perfecta, la de Luis Alejandro Velasco, capaz de realizar una carrera de fondo contra el tiempo y la desesperación durante su aislamiento, de nada menos que diez días. Aunque finalmente él mismo se encargó de mostrar que no fueron las caprichosas tormentas la causa del desastre, la resistencia y fe de Velasco, bajo la pluma privilegiada de Márquez, siguen siendo algo digno de admiración. 




Huelga decir, que esta breve y fascinante crónica, afortunadamente, no de una muerte anunciada, sigue siendo una gran inversión cara a una tarde de domingo... 




"Hay un instante en que ya no se siente dolor. La sensibilidad desaparece y la razón empieza a embotarse hasta cuando se pierde la noción del tiempo y del espacio. Boca abajo en la balsa, con los brazos apoyados en la borda y la barba apoyada en los brazos, sentí al principio los despiadados mordiscos del sol. Vi el aire poblado de puntos luminosos, durante varías horas. Por fin cerré los ojos, extenuado, pero entonces ya el sol no me ardía en el cuerpo. No sentía sed ni hambre. No sentía nada, aparte de una indiferencia general por la vida y la muerte. Pensé que me estaba muriendo. Y esa idea me llenó de una extraña y oscura esperanza".

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