sábado, 26 de julio de 2014

HOMENAJE A DIONISOS

Aunque hayamos derribado sus estatuas

y los hayamos expulsado de sus templos, 

los dioses no han abandonado Grecia

- Kavafis, Jónico


El prestigioso festival de Mérida acogió este fin de semana Las ranas de Aristófanes, heleno deslenguado y pescador en la laguna Estigia. Bajo el marco incomparable de las galerías subterráneas que llevan a ese Coliseo de la tragicomedia, Daniel Piedrocamino acometió la empresa con su equipo artístico, buscando resucitar para el escenario una obra escrita por un autor que vivió las guerras del Peloponeso y el perenne pulso político de la bulliciosa Atenas. Sin embargo, como puede comprobarse desde el libreto original, la naturaleza humana ha cambiado bastante menos de lo que dictaminarían los siglos, incluyendo la capacidad de los sabios dirigentes de la cosa pública para llenarse sus menguadas bolsas de dracmas ajenos en defensa de la patria. 



Pepe Viyuela (quien realizó una emotiva introducción previa en memoria de Álex Angulo, tristemente desaparecido) ha sido el encargado de encajar a un divertido Baco, presentado como una divinidad caprichosa y empeñada en creer que los males de la polis se solucionarán con una atinada resurrección del Hades de alguno de los grandes dramaturgos áticos de antaño. Por supuesto, buscará a su hermano Hércules para que le dé las oraciones pertinentes para dicho viaje, aunque será su criado, Jantias (caracterizado por una Miriam Díaz Aroca jorobada para la ocasión), quien lleve buena parte de la cargas más pesada del viaje, pues su amo no se caracterizará por la fortaleza de espíritu. 



Aprovechando con maestría la propia arquitectura del teatro, el montaje adopta un estilo sencillo y eficaz, destacando el momento de la apertura de las puertas del infra-mundo, aunque con menos sentido de la épica en Aristófanes de la que daría Dante, unas centurias después. El juego de luces y sombras llevaría también a aprovechar la presencia en el reparto de la cantante-actriz Beth, quien prestó voz y estilo para ser la heterodoxa narrado de esta parodia los hercúleos trabajos y rendida admiración por el teatro clásico. En la utilización de la música podremos encontrar el primer elemento de discordia en los puristas. 

   
Ciertamente, puede sonar a blasfemia para más de un honrado argivo que una "rana" tan peculiar (y atractiva) cante estos versos, a la par que se vea acompañada por una banda de rock hispalense. No obstante, este curioso ejercicio de eclecticismo parece funcionar con alguna alquimia extraña y es un más que necesario desahogo para la pareja Viyuela-Aroca, quienes cargan sobre sus hombros el inicio y nudo de este desquiciado viaje metaficcional. Particularmente, Beth brilla con luz propia y resulta una de las gratas sorpresas de la representación, sabiendo lograr la captatio benevolentiae de la audiencia. 



El lenguaje sufre también algunas adaptaciones. Si bien hay alguna cosa que sobra mucho a mi juicio ("Que te pego, leche...", convirtiendo al bueno de Ruiz Mateos en una especie de Pericles vallecano), los diálogos entre Baco y Jantias respetan mucho de la esencia original de la obra. Uno y otro sirven al afilado Aristófanes, talento con una cicuta en las palabras nada desdeñable (mojado en su pluma, incluso un sabio como Sócrates queda reducido a un plasta alocado) para ridiculizar el lado más esnob de las representaciones (un Baco que parece encontrar connotaciones y sutilezas en los versos más nimios, mientras es un incapaz de tomo y lomo en cumplir sus objetivos) y los recursos más directos (ejemplificados en Jantias), escatología y esponjas del hijo de Zeus inclusive.  



Descubriendo que incluso un titán como Cerbero ya no es si no un bonito recuerdo para turistas, tras múltiples peripecias, amo y criado, quienes intercambian sus roles en no pocos momentos, logran entrar en la sala más preciada de los dominios de Hades, donde el admirado Eurípides se bate en duelo verbal con Esquilo, otro gran poeta. Lástima que ambos parezcan dos tertulianos de un programa de corazón cualquiera dispuestos a despellejarse, teniendo como venerables jueces a parricidas, traidores y ladrones. Afortunadamente, Baco entrará en escena para poner orden, aunque se mostrará tan indeciso e irresoluto como en el resto de los actos.  


Es curioso pensar cómo resultan los objetivos de algunas obras, incluso por encima de sus propósitos iniciales. Muy pocas personas saben, hoy en día, los affaires que tuvo R.Hearst, pero Ciudadano Kane sigue resultando increíblemente moderna a nuevas generaciones de espectadores. De igual forma, las pullas de Aritófanes a colegas de profesión (tengamos aquí en cuenta la formación de este autor, claro partidario de reformas conservadoras y muy asustadizo ante las nuevas artes y corrientes filosóficas) han quedado muy caducas, sin menoscabar a ninguno de los afectados, incluyéndole a él mismo. 



Eurípides sigue viendo (por ejemplo, en el tablado emeritense) representadas sus Medeas sin sospecha de degradar el teatro antiguo (quizás consecuencia de que el bueno de Cronos ha convertido sus innovaciones en clásicos), Esquilo goza del respeto del pionero prometeico y de Sófocles nos sobran las escasas tragedias conservadas para comprender su dimensión artística. Por su lado, el autor de Las ranas brilla como el malicioso, divertido y dionisíaco Quevedo de esta etapa, azote de colegas y público, diccionario de referencias y guiños sarcásticos.  



Allí es donde el croar de estas ranas no ha perdido ni un ápice de vigencia...

domingo, 6 de julio de 2014

EL JOVEN TÍO VANIA

"Té, azúcar, café, jabón, embutidos y otros artículos". La modesta tienda, establecida en la portuaria Taganrov, hacía referencia a la variedad de objetos domésticos que vendían a sus clientes (incluyendo escobas, clavos, trigo ucraniano, etc.). Un negocio familiar doméstico, uno donde iba a nacer un muchacho a a la altura del 1 de enero de 1860. Nadie en el clan podía imaginar que el pequeño Antón iba a ser un nombre que la crítica literaria pondría en el mismo párrafo que vacas sagradas de la cultura rusa como León Tólstói o Fedor Dostoyevski. 




No obstante, en una de las coyunturas más favorables para el genio creativo de la tierra cubierta por las nieves, Antón Chéjov era un rara avis, la excepción que confirmaba la regla, el instrumento por libre en una gran orquesta sincronizada. Lejos de las grandes epopeyas con citas en varios idiomas de la época (Guerra y Paz) o el análisis minucioso y detallado de la psicología interna de los personajes (Crimen y castigo), Antón supuso un giro de tuerca en una época donde una de las sociedades más atávicas de Europa había empezado a desperezarse y hacerse preguntas. 



Cuando todo el mundo añadía nuevas tácticas para el ajedrez, él descubrió en sus páginas el encanto simple del juego de las damas. Frente a sesudos volúmenes, el anónimo médico que ayudaba en épocas de hambrunas, sin publicitar mucho su persona, resucitó el encanto del cuento para explicar las cosas de forma sencilla. Afirmaba José Luis Garci que en la berlanguiana Plácido había más piedad que en todo el Concilio Vaticano II; de igual forma, este literato encontró una mirada total para sus creaciones (a las que presentaba en sus miserias y egoísmos sin ornamentos), pero comprendiéndolas en todo momento y mostrando una empatía, sin duda, fruto de una biografía turbulenta. 





"En mi infancia, yo no tuve infancia". Un resumen tan bueno como cualquier otro para la formación de alguien que no estaba destinado a la carrera artística. Nieto de un inteligente, pero colaboracionista administrador de la finca de los grandes señores, hijo de un padre que combinaba de igual forma talento y brutalidad, Chéjov y sus hermanos siempre afirmaron que heredaron cosas de su línea paterna en música y letras, pero que el alma la aprendieron de su madre. Sin duda, mucho de ello había en los relatos de uno de sus hijos, quien hacía pequeñas, fascinantes, terribles y sobrecogedoras disecciones de la época que le tocó vivir (El beso, El estudiante, etc.). 



A pesar de su maestría en el relato corto, donde aún a día de hoy sigue siendo considerado uno de los mejores exponentes de ese género, Chéjov hizo incursiones en la novela larga (por ejemplo, la policíaca Una extraña confesión) y, por supuesto, en el teatro. Sus dramas fueron extraños, difíciles de representar, con una acción que casi brillaba por su ausencia y una gran foco en lo cotidiano. De entre sus piezas, pocas exponen mejor la esencia de su autor que El tío Vania




Apenas unas conversaciones en el jardín de una envejecida y sobre-valorada eminencia universitaria, una noche tormentosa y una familia sumida en una imperceptible, pero inexorable depresión colectiva. Entre sus muchas representaciones, me atrevería a recomendarle al amable y peregrino lector, la versión que hizo TVE hace muchos años, con un gran reparto donde sobresalía José Bódalo como Vania. Junto con James Gandolfini, nunca he visto a ningún actor con una capacidad tan innata para ser tierno y terrible a la vez, vulnerable e imponente, patético y conmovedor. Mucho hay de ello en el bueno de Vania, quizás una de las mejores creaciones del dramaturgo, lo cual es decir mucho.  


El teatro de Moscú hizo debutar la obra en 1899. Chéjov tardó varios años en escribirla, alternándola con otros trabajos. Historia de gente anónima, como buena parte de la producción de este escritor, quien también gustó de seguir ese credo en su vida. Basta leer su ingeniosa respuesta al buen señor Dmitri Vasílievich, quien le había reprochado por carta malgastar su talento con su profesión de médico provinciano y no haber tratado los grandes temas de la humanidad con su pluma. La hábil contra-réplica, que no tiene desperdicio, basta para comprender por qué Chéjov gustaba de centrarse en hombres como el tío de Sonia, antaño esforzado administrador de la finca de su cuñado, viudo de su querida hermana y ahora casada con una atractiva joven llamada Elena; ahora, un hombre carcomido por la desidia, la envidia y la desazón, incapaz de poca más que abusar del vodka con uno de sus pocos amigos, el doctor Astrov, un galeno de la localidad que no parece excesivamente inquieto por su profesión. 



De igual forma que en sus relatos cortos, los actos teatrales del ruso son poner en medio de una acción ya realizada. Lo fascinante del marco no es lo presentado, sino lo que se intuye. ¿Quién era Vania antes de decidir consagrarse a ese sistema? Cuando tuvo ilusiones y creyó que era posible, su familia, sobrina, hermana, esa chica a la que no hizo caso porque estaba más absorto ante las sesudas y banales aportaciones de su admirado hermano político, etc. Con suma habilidad, un conglomerado de un linaje depresivo y desagradable, pero, individualmente, cada persona es digno del extraño respeto y piedad que inspira el derrotado a quien se lo han quitado todo. 



La abulia se convierte en la fina cadena que se cierne sobre todo y todos, recordándonos en no pocos momentos a ese marco de angustia y síndrome de Estocolmo que tenían los personajes de la desgarradora Los Santos Inocentes. Una obra donde no pasa nada, una obra absolutamente imprescindible. 



"Tomen ustedes a un millón de personas, obliguen a cada uno de ellos a nacer en la familia de Chéjov, en 1860, en la ciudad de Tanganrov, hagan que cada uno de ellos terminé su educación en un centro de enseñanza media [...]No me atrevo a opinar al respecto, y además no hay nada más peligroso en estos temas que el modo subjuntivo. Pero lo que sí sé es que ninguno de los defensores de Sevastópol, salvo Tolstói, escribió Guerra y Paz, y nadie más hubiera podido escribir las obras de Chéjov, salvo el propio Antón Chéjov"- Gaito Gazdánov, Sobre Chéjov: A sesenta años de su muerte.