domingo, 31 de agosto de 2014

TOCANDO UNA FIBRA DE ACERO...


La Guerra Fría ha terminado. La Guerra Fría soy yo. Esta es la atractiva premisa que el visceral guionista Mark Millar (de quien ya hemos hablado en este blog por su papel en la saga Kick Ass), quien se atrevió a coger a uno de los símbolos más grandes de las viñetas norteamericanas, Superman, para plantear un interesante what if...?. ¿Y si un extraño cohete con un bebé dentro no hubiera caído en las cercanías de una granja de Kansas, siendo descubierto por una amable pareja de granjeros ucranianos en la URSS de 1938?



Con un amplio equipo de dibujantes (Dave Johnson, Killian Plunkett, Andrew Robinson y Walden Wong, corriendo el color a cargo de Paul Mounts), Millar juega a ser un travieso demiurgo que coloca al ser superpoderoso en el otro extremo del Telón de Acero. En vez de ser admirado y reverenciado por la sociedad de la tarta de manzana, el individuo capaz de volar, con una hoz y martillo bordada en el pecho de su traje, se convierte en un auténtico terror para buena parte de la opinión pública que no estuviera adscrita al Pacto de Varsovia. 



A pesar de haber transcurrido más de una década desde su publicación (2003), Superman: Hijo Rojo sigue siendo uno de los cómics más recordados de los producidos acerca del hijo Krypton. Su éxito radica en la inteligencia de su planteamiento, pues no cae en los tópicos fáciles y que le hubieran granjeado ser mucho menos polémica. En primer lugar, la personalidad del héroe de acero no varía por haberse criado en una granja colectiva y entre camaradas. Criado con una fraternal familia, el Clark Kent del Este mantiene su tendencia a ser un buen chico, un obediente boy-scout y defensor de su sistema, incapaz de abusar de sus incomparables dones sobre el resto de sus conciudadanos.  


Millar podía haberse contentado con plantear un territorio donde el protagonista se hubiera convertido en el villano de la Historia. Tenemos ejemplos, los Vengadores sobreviviendo a las emboscadas de la URSS en la propia Moscú, Iron Man acosado por el malvado Mandarín en Vietnam, actuando la industria Stark y la organización de SHIELD contra el Vietcong. El pulso entre las dos superpotencias se vivió también en las páginas, en ocasiones con un tufo propagandístico insoportable, sin embargo, cabezas pensantes como Steve Englehart o el propio Mark Millar puede convertir su metáfora en algo más gris y que se aproxima mucho más a la realidad. 



De hecho, la creación de Jerry Siegel y Joe Shuster vive muchos paralelismos con su versión paralela norteamericana, únicamente que ahora la CIA es la encargada de financiar proyectos descabellados de creación de monstruos para abatir al titán, quien las va juntando como una colección particular en su palacio de invierno. Por supuesto, Lex Luthor (en este escenario, un brillante y prepotente científico con pelo) es el más consagrado estadounidense a la Cruzada. En una buena muestra de ironía, Millar pone a Lex una frase interesante sobre su Némesis: "Siento que si los dos hubiéramos nacido en el mismo lugar habríamos sido grandes amigos".



Solamente se echa en falta que se hubieran explotado algunos acontecimientos de los dominios de Clío con más calma. Johnson y Plunkett saben reflejar las dudas que tiene un joven Superman ante el puño de hierro de Stalin, El Zar Rojo, aunque la educación recibida desde pequeño le fuerza a una obediencia y fe en este sistema, de igual forma, su paulatino ascenso le hará ir suprimiendo los terribles gulag y beneficiando a sus camaradas hasta el punto de que la caída del Muro de Berlín no se produce. De cualquier modo, en algo sorprendente en un tipo tan agudo y ácido como Millar, da la sensación de que Stalin sale relativamente indemne de esta adorable locura temporal, donde Nixon es asesinado en misteriosas circunstancias, mientras JFK y sus amantes prosperan bajo el apoyo burocrático y consejos de Lex Luthor, quien logra su sueño de casarse con Lois Lane, una de las reporteras más atractivas del país.    


El relato va avanzando como una partida de ajedrez entre los dos clásicos antagonistas (Luthor versus Superman), mostrando curiosas paradojas temporales. Quizá una de las más desangeladas sea un Batman discípulo de Bakunin, dedicado a hacer una oleada de atentados terroristas en esa especie de Big Brother volador que rige los destinos del Kremlin. No obstante, las utópicas intenciones del siempre bienintencionado descendiente de Jor-El parecen el desesperado intento de un niño de conservar su juguete preferido en una urna de cristal para no romperlo, mientras que la paz y prosperidad alcanzada pisotean, involuntariamente, el libre albedrío.



En definitiva, una epopeya con sus defectos, pues todas los tienen, pero que sigue permitiendo muchas re-lecturas y que posee la suficiente cantidad de guiños, referencias (particularmente, bien re-visitada la tensión no suelta entre el gran camarada y cierta amazona) y detalles que te has perdido con anterioridad, lo cual justifican que sea una de las lecturas de cabecera para cualquier persona aficionada a uno de los personajes más emblemáticos del género súper-heroico.




"Incluso ahora sigo sin saber por qué esa idea atrae a la gente, ni que fibra tocó en la imaginación popular..."- Red Son. 

domingo, 24 de agosto de 2014

NO QUEDA SINO BATIRNOS



Hay libros de mesita de noche, otros de bolsillo, siempre propicios para un viaje en tren o autobús; también de consulta, aparatosos, nunca leídos del todo, pero siempre prácticos para tener en una gran estantería, soluciones a consultas de primer toque, rápido y al pie. Asimismo existen obras, en cambio, que pueden obedecer a un estado de ánimo, ese género que es más propicio en determinada estación. Como fuere, hay otra especie más en este heterogéneo conglomerado: las páginas impresas que provocan una predisposición, se buscan sus efectos como si de una receta se tratase.




El estilo de Arturo Pérez Reverte predispone a ponerse en guardia. Como si de una estocada en un callejón contra Malatesta se tratase, hay que andar con ojo ante su estilo, uno que provocaría que Quevedo afirmarse aquello de: "No queda sino batirnos". Escritor tras ser corresponsal de guerra en lugares como Sarajevo, marinero de vocación y fuente de innumerables polémicas y adhesiones en redes sociales, afrontar las columnas del padre de Alatriste es prepararse para una sucesión de tres o cuatro carillas a pecho descubierto, tocando fibras, provocando grandes asentimientos y no pocos torcimientos de gesto.




Patente de corso (1993-1998) recoge un surtido de su cita ineludible con El Semanal, en el cual ha cumplido con lacedemonia puntualidad, independientemente del lugar del mundo donde se encontrase. Sin ser la primera vez que leía una de estas colecciones (conocía ya Cuando éramos honrados mercenarios o Con ánimo de ofender), esta época noventera tenía un atractivo que iba más allá de sus eternos dardos a Javier Solana.


El género periodístico siempre parece amenazado de fecha de caducidad. Muchos quieren darle un carácter efímero, algo que puede ser cierto en informativos breves y rápidos, noticias de transición... No obstante, como bien apuntaba Álvaro Vargas Llosa hace unos meses, ¿quién podría decir que ese regla de cumple en Relato de un náufrago o en el desgarrador relato que el mismo autor, Gabriel García Márquez, hacía de un secuestro? La imprenta de los rotativos produce muchas cosas, dignas e indignas, pero no pocas de esas cosas son perdurables y dignas de ser sometidas a examen tras ello. 



La primera sensación es curiosa y pone muchos asteriscos a esa década loca, ¿por qué nadie nos advirtió que muchas de las expresiones de los días de los Powe Rangers, Chiquito de la Calzada, Torrebruno y cía iban a convertirse en atávicas reliquias del pasado apenas se sucedieran unos pocos años después? Con la salvedad de la extrañeza y perplejidad que producen algunos de esos giros lingüísticos y el aire castizo a 2 de mayo que suele dar Reverte a su columna, hay que reconocer que hay un puñado de ellas que merecen ser rescatadas del fuego de la novena puerta.




Una preciosa historia de amor en Venecia, la ducha de preciosa mujer en un Oriente Medio sumido en una cruel guerra (tristemente, este relato se podría enmarcar sin problema en estos días), recuerdos de esa maldita/bendita España, pérfidas Albiones y cantones de Cartagena, etc. Puñetazo directos al estómago que sorprenden cuando se vuelven páginas tiernas, amables y dignas de la más hermosa de las nostalgias, como aquel pianista de un viejo hotel madrileño, cuyas verdades y mentiras todas eran ciertas, pues, al igual que en El viaje a ninguna parte, hay un momento en que recuerdos propios y ajenos forman un pasado que se non è vero è ven trovato.



Por prescripción facultativa, es recomendable alternar esta lectura con otras, pues son un espacio de periódico que en dosis abundantes puede provocar una reacción similar a la Michael Douglas en Un día de furia. Algunos temas se repiten, mal inevitable cuando se exige una producción cada siete días (parece mucho, pero las semanas vuelan y el año es largo para ser condenadamente original en cada entrega), si bien, es un recorrido que merece la pena.



El título de esta ecléctica conjunción es Patente de corso, en honor a aquellos documentos de la Corona donde se daba permiso al filibustero (ahora convertido en honorable corsario) para atacar navíos y mercantes de naciones enemigas, es decir, ser un pirata de fortuna, pero con posibilidades de una jubilación honorable y cotizando en la carrera de Indias. No es una elección casual, pues no son pocas las hojas de este tomo de Alfaguara dedicado a los caprichosos movimientos de Neptuno.



No me gusta todo lo que en esta caja se contiene, si bien lo que me agrada, me encanta en sobremanera. Reverte es capaz de conseguir que te enamores de una chica que hace horas extra en la hamburguesería donde trabaja los fines de semana, o de aquella piba argentina que busca el recorrido de esos tres mosqueteros que eran cuatro, mientras que, en todos sus relatos, parece imprimirse esa decadencia de un mundo heroico que ha desaparecido y del que no queda nada, salvo un héroe cansad. Mucho de ello hay en Alatriste o en ese viejo y sabio maestro de esgrima.


Pero eso, son ya otras historias... y habremos de esperar otro domingo para contarlas.

domingo, 17 de agosto de 2014

HOOK


Hay películas que marcan a una generación, esa cinta VHS que tenías ya desgastada de pequeño, cansada la pobre de rebobinarse de un lado para otro. Sin duda, Robin Williams es para los noventa uno de esos exponentes, pero en pocos casos tiene un carácter tan representativo como en Hook, dirigida por Steven Spielberg (1991), una de las más simpáticas y acertadas revisiones del mito de Peter Pan. 



Sin duda, se trató de una de las producciones más comerciales de aquel tiempo, incluyendo un casting que aglutinaba al citado Williams (en una versión muy particular del mítico héroe infantil, una especie de Born Again en la Isla de Nunca Jamás), Dustin Hoffman (como un excelente Capitán Garfio, presa de cierto cansancio crepuscular, además de su conocida aversión por los relojes), el también muy añorado Bob Hoskins, Julia Roberts como Campanilla o Maggie Smith (una auténtica garantía, nunca he visto actuar mal a esta señora), entre otros miembros de un reparto que era un auténtico Dream Team de intérpretes de habla inglesa. 



El duelo Williams-Hoffman es uno de los aciertos de la cinta, la cual no narra de una forma usual el mítico duelo entre el chico que podía volar y uno de los piratas más famosos de la historia del celuloide (Jack Sparrow y cía andan por allí), amparado todo en una excelente banda sonora por parte de John Williams, otro de los mejores artesanos para este tipo de estrenos. 


Nick Castle y Malia Scoth Marmo hacen pasar la inexorable arena de Cronos para convertir a Peter en un respetable ejecutivo de familia bien, sin perder, pese a que pareciera imposible, la esencia del texto original de James Matthew Barrie, escritor escocés (por ejemplo, podemos citar aquí el film Descubriendo nunca jamás), cuyo héroe fue inmortalizado por la película de animación de la franquicia Disney. 



"Genio y brillante cómico", definición que usó Spielberg para recordar a uno de sus protagonistas (en verdad, este metraje gira alrededor de héroe y villano a partes iguales) en Hook. Williams siempre tuvo un estilo descarado, muy vibrante y vivaz. Personalmente, en ocasiones, hiperbólico, exceso que compartía con otros tipos brillantes como Jack Nicholson o el propio Hoffman. Lo suyo era un despliegue sin tacañerías, por eso, es tan valorable su primera mitad en esta entrañable cinta, donde sabe contenerse muy bien en la primera parte, haciendo muy creíble la transformación en el mito. 



Una leyenda que era personal para el propio director de E.T., quien recordaba perfectamente las lecturas maternas y que, antes que todo un icono de los cómics como Superman o que cualquier otro súper-héroe, la primera imagen que tenía de alguien volando era de ese muchacho desarrapado por los tejados de Londres, visitando ventanas y liderando a una banda de niños perdidos. Probablemente para atraer al público adolescente más crecidito a taquilla, la historia incluía a Rufio, un niño más crecidito, gamberro, pero, por supuesto, de buen corazón y algún accesorio y juguete muy chulo que sería vendido en las siguientes Navidades. 


Una historia que se ve ambientada por unos decorados muy meritorios para su época, con una recreación muy grandilocuente del puerto de los filibusteros de Garfio y la mítica isla de fantasía. En definitiva, una atmósfera que en su género tiene muy pocos parangones, una historia para infantes, pero apta para todos los miembros de la familia (incluso el propio Peter Pan no está ya para vestir pantalones cortos y Hook precisa de peluquines para mantener la cabellera pirata). 



Entre muchos otros momentos míticos (Jumanji, aquel estupendo monólogo de El indomable Will Hunting, Desmontando a Harry, la divertidísima Jaula de grillos y un amplio y distinguido etcétera), una excusa más para recordar este domingo a un artista que, por si fuera poco, también dejó magníficos doblajes, como por ejemplo, en la longeva saga de video-juegos de Zelda. 



Nunca jamás hay que dejar de recordar este tipo de cosas. 


domingo, 10 de agosto de 2014

INGLORIOUS CARTOONS: UNA VENGANZA POÉTICA


No podemos quejarnos ni escandalizarnos. Ser generación de Big Brothers, Operaciones Triunfos, búsquedas de voces, archipiélagos de famosos por ser famosos y el reggaeton debía tener este peaje. ¿Quieres mal gusto? Toma dos tazas. Me gusta pensar en la creación de Dave Jesser y Matt Silverstein, La Casa de los Dibujos (2004-2007) como una venganza y justicia poética.



La revolución la hicieron Los Simpson, rompedores, sutiles, inteligentes, el producto adecuado y en el momento oportuno. Un show revolucionario, cuyo único defecto ha sido prolongarse hasta la eternidad, convirtiéndose en una marca registrada y que ha entrado en una dinámica de calidad de dientes de sierra, alejándose de la excelencia de su primera década en antena. Pero ya habían dejado el camino allanado, los dibujos dejaron de ser cosa exclusiva de niños, porque nunca tuvieron el monopolio total, tampoco en los cuentos, un buen cartoon me ahorra 100 gendarmes, podría haber dicho Napoleón. 



Después vendrían sucesoras como Padre de Familia o American Dad, las cuales terminaron desarrollando personalidad propia. La primera era más rompedora y transgresora (el precio de la popularidad de la familia amarilla les ha hecho más light en determinados aspectos) que todo lo anteriormente visto, también más grotesca en su sentido del humor, sin censura y con una incorrección política que podía llegar a terrenos tan sensibles como la religión, la política o las enfermedades. La segunda, menos dura, podría pensarse, quizás sea el eclecticismo de lo anterior y lo moderno, una perfecta consecuencia del legado de R.Reagan y el neoliberalismo, una serie muy recomendable y, muchas veces, infravalorada como mero sucedáneo de sus hermanas mayores en la pequeña pantalla. 


Y entonces llegamos a lo que hoy nos ocupa. Si los creadores de la genial e irreverente South Park se consideran los payasos de la clase que terminan bailando sobre las tumbas metafóricas de los matones del colegio, The Drawn together es la guerra relámpago y sin prisioneros de ese sentido del humor, el cual parte de una premisa extraordinaria: Una productora de TV por cable tiene la idea de meter juntos a los más emblemáticos personajes animados (claras parodias de Superman, Bob Sponja, Porky, Ariel, Pikachu, Link, etc.) para un reality show de audiencia millonaria. 



Los integrantes del domicilio son unos emocionalmente inestables inquilinos, egocéntricos, descerebrados y con soluciones de bombero para toda clase de problemas, (curiosamente, un perfil que los haría idóneos para ser tertulianos de algunos de los programas con más share), supervivientes milagrosos de las mil represalias que deberían sufrir por sus barrabasadas. 



A pesar de su amigable estética, es un show que no es nada apto para un público joven, pues es una galería de esperpentos hiperbólicos y con momentos que traspasan fronteras que, ni siquiera, Family Guy o South Park harían. Que hay ingenio detrás de las cámaras y los bártulos para hacer a estos deslenguados amiguitos, resulta absolutamente innegable. Más allá de lo soez hay dardos divertidos y sabrosos para propios y extraños, un espejo de madrastra que es una invitación para que comprendamos que, como debíamos antes, si somos adictos a la telebasura, tomemos dos tazas, pero no nos hagamos los dignos.  


Y es que llega ya un  momento en que bienvenidos sean todas las bofetadas que quieran dar a tantos temas tabúes, a reírse de propios y extraños, atacando a las salvajadas que ocurren a lo largo de todo el globo, a nuestros propios complejos y a bastardizar muchos de los emblemas que parecía tótems intocables, cuando se practica el juego de tronistas, o vives o mueres, que diría George R.Martin si lo fichasen en Sálvame. En ese punto, los 20 minutos de metraje de cada capítulo de esta casa pagana brillan con luz propia, pero tampoco es oro todo lo que reluce en esta bendita revolución de los payasos de la clase. 



Hablábamos antes de que una de las cosas que equipos de creadores como el avispado equipo de Seth Macfarlane o los citados Silverstein, Jesser y Moore han roto muchas barreras a la hora de cachondearse sin complejos de los aspectos más atávicos de la moral imperante y los radicalismos religiosos de cualquier índole. En muchas ocasiones, hay gracejo y valentía en el hecho, sobre todo, como cuando, al más puro estilo Berlanga y Azcona, se tira con misil a la institución o al conglomerado, mientras que se apunta con balas de fogueo al sujeto individual. De cualquier modo, ese vale todo lleva a hacer muescas bromistas sobre aspectos como enfermedades terminales, discapacidades o virus. 



Reconozco que es ahí donde no me llevan al huerto. En esos instantes, me recuerdan a ese gracioso de la clase que, sin duda es muy ingenioso, pero no sabe estarse callado ni en un funeral. Más que arrancar la carcajada, meter la pulla o tirar de ironía, me suenan a la constitución de, como diría Dennis Rodman, tan malo como quiero ser. Es romper el cristal con el bate de beisbol para constatar lo macarra y nihilista que es uno, aunque habrá "vainillas" que lo llamen bestiajo sin seso. Él puede pensar que es un artista incomprendido por un mundo incapaz de entenderle, si bien, no es menos cierto que el resto tenemos la licencia para decir que es un gilipollas que no sabe dónde parar y que podría darle a ese bate otros usos más productivos con su propia fisonomía. 



Por eso, lamento mucho que La Casa de los Dibujos ya no exista, pues era entretenido pasarme la mitad del rato riéndome a mandíbula batiente y, la otra, argumentando por qué no me gustaba. Querría emplear el 50% de mi tiempo para evitar esas barreras censoras, aunque, bien mirado, necesitaré la otra mitad para cabrearme con ellos y, en determinados momentos, perdón por el atrevimiento, decidir cuando apagar el botón de la caja tonta, en plan, "Seguid emitiendo, pero yo me bajo en Atocha y hoy no sigo en este tren". 



   

   

domingo, 3 de agosto de 2014

ESA PIRAÑA VERANIEGA


Hay cómics que le caen en nuestras manos en el momento justo. Regalado junto con la revista del Jueves (esa revista subvencionada a medias por la Casa Real y la Moncloa) correspondiente, Federik Freak era casi un desconocido para mí. Un viaje en tren a Barcelona (precisamente al salón del cómic que allí se celebraba) bastó para caer embobado y molestar a los demás pasajeros con las carcajadas que se escapaban por semejante hallazgo. 



Rubén Fernández (Castellón de la Plana, 1983-Milwaukee post-guerra mundial Z, 2100) sí era un artista que me era simpático por su hilarante tira 24 horas con..., donde se dedicaba a bastardizar la vida de dibujantes emblemáticos como Francisco Ibáñez, escritores de renombre como Pérez Reverte y referencias mundiales como Espinete (de hecho, en el tomo Sea una piraña social: Pregúnteme cómo, hay una bonita búsqueda espiritual de cierto atributo de la mascota y el pijama). No obstante, amén de algún pequeño hojeo breve en sus tiras, Federik y su panda de inadaptados (la verdad es que hacer viñetas de gente encantadora e inserta en el sistema tendría muy pocas gracia) no estaba en mi Panteón particular de la publicación que sale los miércoles (junto con Makinavaja, Clara de Noche y Roberto Alcázar y Pedrín)... hasta ahora. 



Y es que estamos en unos tiempos donde gracias a series como Big Bang, el freakismo ha pasado de ser un tema tabú a una religión mayoritaria (aunque ser vecino de Kaley Cuoco ayuda más para la popularidad que ser capaz de jugar al scrabble en klingon), hasta el punto de que hay gente que asegura que hallaron alguna persona extraña con trabajo fijo al que van por la mañana, familia con la que pasan la tarde sin ver en el portátil 14 capítulos descargados de House of Cards y se acuestan tras ver el telediario. Pero no hay que hacer caso de esos rumores, pues no han sido confirmados por el gorila verde que únicamente Federik puede ver.  


Fernández (Madagascar 1877-Transilvania, 1994) logra marcar un ritmo ágil en sus historias auto-conclusivas de 1 página, las cuales se consumen con una facilidad pasmosa. Probablemente, ayude a esta crítica favorable que me firmase un ejemplar de Para ti, que eres virgen (2011) y un generoso sobre para futuras reseñas. Entre amantes de los tebeos (llamados novelas gráficas cuando a uno le entra complejo por seguir leyéndolos llegada cierta edad) hay que respaldarse, especialmente desde que Federik nos anticipó los futuros estrenos cinematográficos del próximo año, incluyendo la versión de Tim Burton de Hello Kitty, lo cual se acompañará con el tono gótico y gárgolas de siempre, junto con los coros Danny Elfman y Johny Depp como Hello Kitty, acompañado por una Helena Bonhamcarter con un personaje bastante accesorio.  



Como todo gran ídolo que se precie, el protagonista de este life-style tan particular se hace acompañar de fieles y carismáticos escuderos, encabezados por Froilán (el mórbido confidente de Federik, quien alterna su abulia habitual con fuertes brotes de ira y una extraña homosexualidad encubierta por el bajito pelirrojo de su amigo) y Benjamín, un gótico outsider que podría ser el icono sexual de su instituto, por fortuna, está tan obsesionado con ser un EMO que nunca lo podrá saber.



La serie tiene asimismo cameos de figuras del relieve de George Lucas (quien incluso viaja a España para que acólitos como Freak puedan hacer color para tener el placer de recibir un guantazo del mítico creador), Jesucristo (cuyos vaticinios no quieren ser escuchados en su aparición, porque el protagonista sabe de las tendencias mesiánicas a soltar spoilers) o Míster T (el cual recibirá una oferta que no podrá rechazar).


Sea como fuere, esta lectura educativa nos permitirá resolver dudas existenciales como qué llevar para una primera cita: ¿una camiseta con un chiste de Los Simpson cuya referencia solamente yo entiendo o una camiseta con una broma de los Monty Python que únicamente yo recuerdo? Dudas que pueden resultar de gran utilidad en algún universo alternativo. 



Debe citarse asimismo en esta ración dominical de Amarcord el divertido blog del creador de la serie: http://rubenfdez.blogspot.com.es/, en el cual se hace la fusión soñada del género con pingüinos con pajaritas. Al margen de sus fotografías de gatitos tocando el piano y otras cosas monas, es muy recomendable la explicación que dio en su blog sobre la situación de los dibujantes de El Jueves y las recientes polémicas que ha sufrido la publicación y equipo creativo. 



Así que, alegrándonos de que no haya censura, protocolo, moral, religión ni orden de alejamiento que impida seguir visitando a Federik y a su tropa cada semana, solamente podemos congratularnos de que permanezcan allí, resistiendo al invasor de lo convencional.