domingo, 29 de noviembre de 2015

BOLA DE FUEGO


Blancanieves nunca ha lucido más sexy que en esta particular versión del mítico cuento que hoy nos ocupa, Bola de fuego (1941). Dirigida por el versátil Howard Hawks (a quien no se le atragantaba ningún género por específico que fuese), este film es una de esas clásicas comedias a todo gas de Hollywood de la primera mitad del pasado siglo, bien auxiliado por los ingeniosos diálogos de plumas de primera como fueron Billy Wilder, Charles Brackett y Thomas Monroe. Sin duda, se trata de una pieza heterodoxa, divertida y singular. 



La apacible y tranquila vida de un grupo de profesores sabios (en lugar de los enanitos en la mina, ellos trabajan en una mansión común para dar el capricho de una enciclopedia  a una rica mecenas) da un giro cuando irrumpe en su vida Sugar, una bailarina que aprovecha la curiosidad de unos de los inquilinos por su jerga (al ser lingüista, este investigador se da cuenta de que sus estudios van a estar incompletos si no anexa a su recolección la jerga callejera, por lo que empieza a entrevistarse con gente más terrenal y menos abonada al mundo platónico de las ideas). 



Esa cucharada de azúcar al cóctel está personificada por Barbara Stanwyck, una actriz que se iba a inmortalizar con letras de oro por su papel de black widow en Perdición (1944), precisamente a las órdenes de Wilder. Actriz estupenda, Stanwyck imprime de un encanto muy particular a esta dama de cabaret que aprovecha la curiosidad de los sabios para alejarse de una inoportunas pesquisas policiales sobre su novio, un hampón. No es solamente que fuera una mujer bella, se trataba de una intérprete con un don para enamorar moviéndose y mirando, uno puede saber que Sugar huele muy bien (quizás a madreselva), incluso a través de la pantalla.  


El amante de las letras que termina cayendo seducido ante este elemento inesperado en su construcción sintáctica no es otro que Gary Cooper quien aquí, cuanto menos, tiene la fortuna de no encontrarse solo ante los peligros que pudiera llevar este viraje en su vida. El conjunto de sabios que le acompañan es un nutrido elenco de esos mal llamados secundarios que eran actores de raza y toques muy personales. Prepárense para ver a algún camarero de Casablanca y ex jefes criminales convertidos en doctos prohombres de la ciencia. 



Un casting sólido y escogido con gusto, hasta el punto de permitirse lujos como tener a Dana Andrews en un papel más tangencial, tornado aquí en un delincuente con pasado común entre Sugar y él. Apenas tres años después de este trabajo, Andrews consiguió el mejor papel de su carrera, en este caso, en las filas de la justicia, haciendo de investigador en el clásico de O. Preminger, Laura (1944).  



De hecho, se nos podría perdonar pensar que hasta hay elementos que no están adelantado, con varias décadas de ventaja, lo que iba a ser la premisa inicial de una serie como The Big Bang Theory (es decir, una comunidad de intelectuales excéntricos y con poca destreza social en su vida cotidiana, irrumpidos por un torbellino de presencia femenina que provoca cambios de perspectiva entre ellos y ella). 



No en vano, la propia historia partió de Wilder, quien, pese a todo su hábil cinismo, como los buenos románticos derrotados sin ceder el estandarte, disimulaba su ternura bajo el sarcasmo, la ironía y el sentido del humor. Sus compañeros guionistas y la firme mano del director lo captan y, dentro de de la vorágine de carcajadas, se permiten escenas más melancólicas, brindis entre amigos por amores perdidos y nostalgias del pasado. 



Con todo lo inverosímil que es este punto de partido, un cuento al fin y al cabo, como los buenos relatos de esta índole, partiendo del improbable instante de arranque, el resto de las cuestiones se resuelven con un gran conocimiento de los personajes y sus reacciones. No hay ningún papel prescindible o diálogo innecesario para conseguir un objetivo concreto en la narración. 



Cuando el director no juega a los dados con el universo al poner la cámara justo donde los ojos de Stanwyck y Cooper se potencian, hay un puñado de los mejores guionistas que han existido jamás y un reparto a prueba de obuses, Blancanieves puede respirar más que tranquila. 



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domingo, 22 de noviembre de 2015

CUANDO CAMELOT SE DERRUMBÓ


Fue un sueño. Un momento irreal ocurrido durante menos de una legislatura y que tuvo dos crónicas. La primera corresponde a una leyenda dorada, un joven rey Arturo en la Casa Blanca llamado JFK, acompañado de un equipo que iba a revolucionar la sociedad norteamericana durante los años de Guerra Fría, lucha por los derechos sociales y pugna por el papel de ser la gran superpotencia en el mundo. Desde su trágico asesinato en Dallas, raro es el año en que los Estados Unidos no asisten a la publicación de un nuevo libro que trata de explicar la verdad tras el magnicidio, o, con tono más frívolo, sacan a relucir os affaires fuera del matrimonio de que fuera el presidente norteamericano más joven (y también, el pionero en introducir a un católico en el despacho oval). Eso último correspondería a la segunda crónica, a la de los escándalos y rumores sobre un icono que ocultaba su lado más oscuro. 



Durante el año de 2011, se anunció a una mini-serie que volvería a traer a la palestra, no solamente al personaje, sino a su núcleo familiar, aquella saga de raíces irlandesas y que se convirtió en uno de los mejores exponentes del sueño americano... y sus riesgos. El reparto ya invitaba a pensar en algo serio (un actor sólido, Greg Kinnear, como el presidente, Katie Holmes personificando la elegancia de Jacqueline Kennedy, Barry Pepper imbuido del sucesor de JFK, su hermano Bobby, etc.). Entre la nómina, resaltar una elección muy acertada, la de un intérprete de muchas tablas, Tom Wilkinson, quien recibía la misión nada fácil de ponerse como el maestro de ceremonias, es decir, Joseph Kennedy, el gran patriarca del clan. 



Wilkinson es un actor más que notable y que dota de toda su fuerza a Joseph, la figura detrás de los focos de esta historia glamourosa. Astuto y avispado inversor en Wall Street, como en el primer episodio de la serie se muestra, tuvo momentos controvertidos en su calidad de embajador estadounidense,, llegando a ser un firme defensor de la no intervención contra la Alemania nazi. Para algunos, un ejemplo de inteligente hombre de negocios, perfecto exponente del modelo capitalista y que desarrolló una meditada planificación para dotar de poder político a sus hijos. Para otros, un ambicioso depredador de Bolsa sin escrúpulos, codicioso hasta el extremo de su autoridad que lo llevó a manejar a su linaje para obtener sus sueños Tal vez, fuera ambas cosas, y el show logra transmitir esa ambivalencia. 



Jon Cassar dirige en esa búsqueda de extraña alquimia durante esta mini-serie, la cual puede disgustar por igual a panegiristas y detractores. Eso ya es un buen síntoma. El guión confeccionado por Stephen Kronish y Joel Surnow no esconde el fracaso de la operación de Bahía Cochinos (verdadero desastre organizativo y de intromisión de los USA en la isla cubana), si bien tampoco se profundiza del todo en él. Tampoco se privan de presentar a JFK con enfermedades y achaques, si bien Kinnear exhibe asimismo en pantalla el carisma que el dirigente tuvo en jornadas tan recordadas hoy como su discurso en Berlín. 



Siempre he pensado que igual que acontece con dinastías como los Julio-Claudios o los Borgias, todos tenemos una imagen legendaria y morbosa de estos clanes tan poderosos. No obstante, al igual que ocurre con los Kennedy, lo sorprendente saber es que la realidad fue mucho más compleja y, por ende, todavía más interesante. Las conexiones del patriarca (aunque se exculpa a los hijos en esta versión de cualquier conocimiento del asunto) para que la mafia apoyase la candidatura de su hijo en Chicago, justo cuando allí parecía que iba a ganar Nixon (a propósito, el primer cara a cara entre ambos televisado cambiaría para siempre las campañas electorales, como bien destacan series de la categoría de Mad Men) no son escamoteadas, así como algún perturbador flashback relativo a Rosemary Kennedy (en esos compases destaca mucho la actuación de Diana Hardcastle). 



Un complejo rompe-cabezas que es inabarcable para un producto de estas características, a pesar de unos conseguidos (aunque, a veces, excesivos) viajes al pasado en la narración. Hay patas de la mesa que quedan sumamente cojas, como el célebre, para los tabloides, festejo de cumpleaños que la mítica Marilyn Monroe dedicó a su presidente (vamos, que en la mini-serie se despacha todo en 10 minutos contados, transmitiendo esa sensación de premura que lo salpica todo). 



A fin de cuentas, no se puede obviar que este proyecto comenzó con unas miras más modestas, fruto del interés del History Channel en volver a poner en la pequeña pantalla a uno de los rostros más representativos de un período crucial en un país durante unos años decisivos y controvertidos. Siempre hay un JFK para ser presentado con otro prisma. No es lo mismo el Kennedy que presenta Oliver Stone que la visión bajo la óptica de Jacqueline en el documental firmado por Patrick Jeudy en 2003. Según la ideología, los archivos de los que se dispusieron y varios otros factores, el moderno Arturo y su prolífico linaje han sido expuestos de una forma u otra. 



Estos 8 episodios no van a cambiar dicha percepción. No obstante, la calidad de sus intérpretes, buenos diálogos y correcta ambientación, nos permiten explorar rincones menos conocidos que ayudarán a que tengamos más pinceladas de dicho cuadro. A nivel dramático, es cierto que la serie va cogiendo progresivamente más y más fuerza, tras un inicio más lento, que parece buscar auto-convencerse a ella misma y al espectador de que está recreando esa atmósfera. 



Posibles defectos al margen, no deja ser una gran oportunidad de ver el paso de la adolescencia a la adulta de un país que tuvo un amargo despertar cuando los muros indestructibles de Camelot se derrumbaron. Desde entonces, para bien y para mal, JFK se convertiría en el símbolo de una generación y modo de ver las cosas. Llegaría entonces el momento de la presidencia de su antiguo rival, Richard Nixon. Tampoco saldrían igual los estadounidenses de aquel mandato controvertido, salpicado de política exterior tensa y cuestionable, así como el cierre final de espionaje del Watergate. Pero eso es ya otra historia y habremos de esperar para contarla otro día... 



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sábado, 14 de noviembre de 2015

EL PEOR CRÍTICO DEL MUNDO



Nunca me resulta fácil hacer una reseña de un cómic de Astérix. No se trata solamente de una fuerte simpatía por el personaje, es algo más. Probablemente, aprender a leer sin el bajito y astuto galo habría supuesto una experiencia mucho menos divertida. Junto con Mortadelo y Filemón, la irreductible aldea supone uno de los pocos tebeos de los que no recuerdo la primera vez que me acerque a ellos. Y no es que a uno no le gusten otros iconos de las viñetas, todo lo contrario, pero fijo con claridad el momento en el que me engancharon sus guionistas y dibujantes. En el caso de la tierra de los menhires no, siempre han estado allí, un axioma incuestionable para las estanterías de mi casa. 



Jean-Yves Ferri y Didier Conrad, recogedores de la antorcha de los míticos R. Goscinny y A. Uderzo, volvían a la carga tras haberse estrenado con la aventura picta, en este caso, con la recién publicada El papiro del César. Pude adquirir el álbum de inmediato y huelga decir que cayó con la rapidez que los jabalíes desfilan por un banquete con Obélix. No duelen prendas en admitir que la primera lectura me llevó a apreciaciones injustas sobre esta obra. La nostalgia es mala consejera en las continuaciones y el recuerdo de los mejores Goscinny y Uderzo pesa mucho. "¿En serio? Pues a mí me ha parecido muy bueno", me decía un buen amigo de cuyo criterio no tengo dudas, cuando intercambiamos impresiones; él atestiguaba haber estado ante una historia al más puro estilo clásico, mientras que yo había desfilado sin frío ni calor ante sus viñetas, carente todo de pena o gloria. 



Una re-visita a los pocos días me mostró un cómic bien diferente. En primer lugar, un arranque muy bueno y que hubiera complacido al mismísimo Goscinny. César tiene ya recopilados todos sus célebres comentarios sobre su conquista gala, pero uno de sus asesores, Promoplús, le convence de que debe suprimir un capítulo que su autor ha dedicado a la irreductible aldea de Abraracúrcix, plagado de fracasos para las legiones. Sin embargo, la verdad histórica es algo que no puede hurtarse demasiado tiempo, ni siquiera por el vencedor de Vercingétorix.  


Sin premura, una concentración en los diálogos mostraba un argumento de Ferri notablemente más elaborado y talentoso que el anterior, donde se dejaba llevar mucho por elementos fantásticos. Aquí, exhibe que está cada vez más amoldado a los personajes y su esencia, logrando un eclecticismo genial para usar referencias de la época y nuestra actualidad (piraterías informática, el taller de escribanos númidas ocultos de los romanos, etc.). Y, sobre todo, supera la prueba de fuego de utilizar a César, el payaso serio de Astérix y Obélix más apreciado, siempre tratado con una mezcla de ironía y sincero respeto por Goscinny y Uderzo. Tal cual es la visión que Conrad y Ferri nos ofrecen del patricio romano. 



Se contrapone con habilidad el papel de la palabra escrita, la cual puede dar credibilidad de hechos que están incompletos o falseados, frente al problema de la cultura de los druidas, cuya transmisión oral hacía peligrar su continuidad y que fuera creída (amén de que resultaba extraordinario para su papel preponderante en la educación y religiosidad del pueblo galo mantenerse como custodios del secreto, justificando sus prebendas). En serio, lo que han hecho Conrad y Ferri no desentonaría en la etapa dorada de la colección original (palabras mayores, por cierto).



Eso en el haber, que no es poco botín. Es cierto que hay una tendencia en esta pareja de autores ha usar elementos fantásticos (en este caso, uno de los remedios se obtiene mediante la captura de un unicornio en el bosque de los carnutos, y en su debut emplearon al mismísimo monstruo del lago Ness y criogenizaciones de pictos a lo Walt Disney), más en consonancia con la fantasía hiperbólica de El cielo se nos cae encima que en la hábil parodia histórica y explotación de tópicos que caracteriza el corpus de la saga.  



 Hay asimismo una tendencia a resolver las tramas con el recurso de invocar al deus ex machina de turno, aunque la progresión de Ferri y Conrad invita a tener las mejores expectativas cara a la que sea su tercera incursión en la Armórica. El primero fue una toma de contacto (destacando la calidad de las ilustraciones) y El papiro del César se traduce en un aterrizaje claro y decidido a afirmar que Uderzo no ha cometido ningún error (todo lo contrario) al dejar el barco en estas manos. 



La sensación que deja al final es de un trazo completo del círculo, incluyendo un homenaje metaficcional que hará las delicias de los incondicionales. El horóscopo pronostica buenos tiempos en la aldea y que seguirán valorando las tradiciones. No hay peligros en el horizonte. 



Bueno, uno sí, que el cielo se nos caiga encima... pero, eso no va a pasar mañana.



INCISO POR PARÍS...Y EL RESTO:



Tristemente, esta entrada surge poco después de un terrible atentado terrorista en París, el cual se ha cobrado la vida de un centenar de personas inocentes, sin otro delito que haber salido a disfrutar un viernes. La acción logró todos los efectos de los que se nutre el terrorismo más cerril. Siembra desconfianza, genera rechazo al diferente y puede reforzar comportamientos radicales de uno y otro signo político, también religioso. Cruzo los dedos porque los galos y su hermosa Lutecia demuestren esas células grises que siempre han tenido, que no olviden a sus caídos y, más todavía, a sus familiares y amigos que los añorarán con dolor. 



La solidaridad que ha generado el hecho con la capital gala ha sido por un lado admirable y, colateralmente y de forma involuntaria, ha puesto en relieve el problema de que, según la cobertura mediática, nos escandalizamos más o menos. Lo ocurrido en Francia pone los pelos de punta y sacará lo mejor de mucha gente (ansías de reconstrucción, de vivir, de honrar a los difuntos, que no sea en vano esa atrocidad, muestras de apoyo honesto, etc.). ¿Por qué no hemos hecho lo mismo todos, en nivel general, en los países más desarrollados, cuando han ocurrido horrores de similar índole en zonas como Siria o África, por citar únicamente dos ejemplos? Todos tenemos que ver con todos, los movimientos migratorios son constantes y, no es que no debamos echarnos las manos ante el nauseabundo crimen sufrido en París (todo lo contrario, ese salvajismo debe removernos en lo más profundo por su atrocidad e injusticia), pero esa debería ser nuestra reacción siempre. 



Hay negocio en este turbio asunto. Se venden armas a estos verdugos de los que nos escandalizamos con posterioridad a haber creado a dichos monstruos. Se pervierten credos para convertir en sangrientos corderos del sacrifico a gentes sometidas a las peores condiciones posibles de vida, dispuestos a abrazar la promesa fácil de un paraíso para salir de dicho infierno, sin darse cuenta de que están inmolando por gentes que nunca lo harían por ellos, tornándolos en asesinos y en sicarios muy similares a los de esas superpotencias que critican. 



¿Y las víctimas? Los de siempre, gente a pie de calle que tuvieron la mala fortuna de estar en la rue parisina equivocada, el hado funesto de tener que emigrar de su Siria natal sin delito cometido o ser una criatura convertida en niño de la guerra antes de haber podido aprender a leer o escribir. París tiene hoy una herida abierta, en muchos lugares saben cómo se sienten, ya sea por alambradas, fronteras carmesíes o cualquier brote de odio a lo distinto, a la incomprensión. Pensemos en la infinita suerte que hemos tenido de seguir por aquí un poco más, es el mínimo respeto que debemos a los que ya no están. 



FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE LOS SIGUIENTES ENLACES:



http://www.abc.es/cultura/libros/20151012/abci-asterix-nuevo-papiro-cesar-201510121210.html



http://cultura.elpais.com/cultura/2015/08/03/actualidad/1438620242_388542.html



http://www.lacasadeel.net/2015/10/portada-y-paginas-interiores-de-asterix-36-el-papiro-del-cesar.html

domingo, 8 de noviembre de 2015

MONKEY BUSINESS



Una cosa está clara ante las fuerzas de la naturaleza. Algunas son perniciosas; otras, ventajosas. De igual forma, algunas de ellas supondrían una mezcla de ambos adjetivos. Lo que está claro es lo que no hacemos cuando el destino nos pone frente a ellas: sentarnos a negociar. Durante una época irrepetible, los hermanos Marx fueron la anarquía por el caos, la genialidad destructiva y la afrenta ácida. Se los podía amar en el escenario o censurarlos. Pero nunca hacerlos pasar desapercibidos.



Simon Louvish nos los vuelve a colocar en la palestra de la mano de las páginas de Monkey Business: la vida y leyenda de los Hermanos Marx, una excelente biografía, nada exenta de riesgos. En primer lugar, porque sus protagonistas se encargaron de dejar una serie de divertidas trampas a los historiadores y admiradores de su trayectoria. Groucho cambiaba sin rubor los nombres de gente de su pasado, Chico dejó un reguero de deudas en carreras de caballos y partidas de dados, Harpo mentía sobre su edad... Los pobres funcionarios del censo estadounidense fueron las primeras víctimas de este linaje de origen alemán que terminó siendo un icono de Hollywood. 



Claro que eso es el final de la historia. Un resultado del talento, pero también del esfuerzo, del vodevil y de una madre singular, una mezcla de genialidad y locura que convenció a sus pequeños del camino a seguir. Voces cantoras angelicales y delincuentes juveniles. La vocación y esa dosis de fortuna (solamente las deudas de Chico impidiendo que los Marx hubieran terminado siendo los más alocados granjeros del país) que permite a unos pocos escogidos traspasar el umbral de la leyenda. Aterrando, de paso, a muchas señoritas de buen ver en los castings y siendo el pánico de cualquier director con dos dedos de frente. 


De cualquier modo, el triunvirato y la madre no están solos en el relato. Louvish nos rescata a algunos de los grandes desconocidos, al padre al que su prole hizo ostentar el título de peor sastre del mundo, y una hermana desaparecida en las brumas del tiempo, así como los otros dos hermanos: Zeppo y Gummo. Menos conocido para el gran público, Gummo solía bromear con gracia sobre su ostracismo entre tan afamados parientes, mostrando un notable sentido del humor. 



Más trágico pudo resultar todavía para Zeppo, el más galán del reparto, quien perdió uno de sus amores ante su hermano Groucho, quien, además, se levantó de su convalecencia para volver al teatro, puesto que su sustituto, el propio Zeppo, estaba exhibiendo mucha gracia en su sustitución del irredento fumador de puros... hasta límites peligrosos. Envidias, celos y distanciamientos que no impiden que, leídos todos los capítulos, uno piense que al final fueron una Cosa Nostra de artistas (de hecho, la propia mafia barajó darle algún susto al táhur de Chico alguna vez, pero se descartó la idea por la mala prensa que traería en California que el crimen organizado se habuiera cargado a uno de los carismáticos Marx).



Se cuestiona asimismo el supuesto aburrimiento atribuido a Margaret Dumont (cuyo nombre real no era ese), dama de biografía apasionante, no pudiendo la persona lectora sino compadecerse de que tan patricia actriz terminase cayendo en manos de la horda huna más peligrosa de todos los tiempos. Con todo, decía Terenci Moix que un papa fue capaz de contener a Atila a las puertas de Roma, tenemos constancia de que Harpo no hubiera tenido tales miramientos. El menos hablador del clan, el genio del que Elvira Lindo decía que le hacía uno querer volver a hacer saltar charcos como cuando éramos niños, tiene sobre su azarosa biografía la sospecha de haber sido el instigador de un incendio contra un empresario que les trató mal.  



Louvish, nacido en Glasgow, formado en Jerusalén y figura de relevancia en el prestigiosos London International Film School, exhibe un excelente conocimiento del mundo del celuloide y de los entresijos más privados de estos huidizos genios, sobre todo cuando se quitaban las máscaras de sus desinhibidos personajes. Las primeras intentonas con el otro sexo del tímido Groucho en hoteles, las misiones diplomáticas de Harpo en la Unión Soviética o la capacidad de Chico para que en su casa le siguieran aguantando pese a sus despilfarros e infidelidades son algunas de las muchas cuestiones que harán las delicias de nuestra vocación más cotilla. 



El contexto de su época tampoco es omitido. No se entiende la desazón económica que arrastró toda su vida Groucho sin el crack del 29, una estocada en toda regla que hundió a muchos y estuvo a punto de hacerlo asimismo con estos protagonistas. También se incluye el pánico que llegó a sentir Harpo durante una breve visita al Berlín del incipiente Adolf Hitler, debido a sus orígenes étnicos. De idéntica manera, se tratan aspectos de la industria cinematográfica estadounidense como las normas censoras que se tiraban de los pelos ante aquellos ídolos (si bien, el cine los fue edulcorando con el paso del tiempo).  



Una oportunidad única para saber más de un fénómeno irrepetible. 



FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE LOS SIGUIENTES ENLACES: 






https://en.wikipedia.org/wiki/Marx_Brothers



http://www.allposters.com/-sp/At-the-Circus-Chico-Marx-Groucho-Marx-Harpo-Marx-1939-Posters_i5108458_.htm

domingo, 1 de noviembre de 2015

NUNCA HEMOS TENIDO UN PÚBLICO COMO ESTE...



No se puede negar que Álex de la Iglesia es un director con personalidad. Sus películas pueden gustar más o menos, pero son rápidamente identificables para el espectador y tienen la continuidad de un universo propio. Me comentaba un buen amigo que, quizás, su gran problema a la hora de rentabilizar al máximo el innegable talento del cineasta vasco es el hecho de que resulta demasiado freak para el gran público y, dentro de la excentricidad, tampoco llega a atravesar el espejo de Alicia. De esa clase de cristales nos habla su último film, Mi gran noche (2015).



Jorge Guerricaechevarría le acompaña al guión. De estas combinaciones han surgido visiones muy personales, cínicas y sagaces de realidades como la de los centros comerciales (viene a la mente la deliciosa Crimen ferpecto [2004]). Ahora, se adentran en un campo onírico de ensoñaciones llamados programas de Nochevieja y galas navideñas, esos platós que se llenan de figuración de traje y que, sin embargo, están rodando en pleno agosto y con un regidor diciéndoles cuando reírse o aplaudir, mientras que los artistas ya grabarán en otro momento. 



Una idea curiosa e interesante que de la Iglesia remata con detalles de cosecha propia, utilizando a uno de los artistas que más ha participado en este tipo de televisión a los José Luis Moreno, Raphael (convertido aquí el entrañable cantante de villancicos y otros clásicos como el que da título al film en una mezcla extraña entre villano de James Bond y el Emperador de Star Wars, saga a la que el cineasta tiene auténtica devoción). Con una comedia coral y atiborrada al estilo Berlanga, también usa detalles de El ángel exterminador (1962), Mi gran noche tiene un buen arranque y una sátira social que no deja de verse con una mirada cómplice. 



No obstante, aunque tiene un ecléctico tono desenfadado estilo El guateque (1968) y hay elecciones de casting muy acertadas (mención especial a usar a dos actores como Pepón Nieto o Carmen Machi, capaces de hacer milagros con cualquier cosa que se les dé), Mi gran noche se ve con la misma facilidad con la que uno intuye se le van a ir olvidando cosas conforme salga del cine. No es, ni mucho menos, una decepción, pero tampoco tiene la factura de otros proyectos de un artista que, si por algo se caracteriza es por su punch. 



¿Se habrá ablandado de la Iglesia con los años como algunos sectores más gafapastas quieren vender? Personalmente lo dudo, alguien que hace apenas 5 años regala una visión tan tenebrosa y diabólica versión de las dos España como Balada triste de trompeta merece siempre respeto. Aquí, en una pieza menor, se logra divertir y poner siempre esa dosis de violencia ibañezca que arrancan la carcajada directa. 



El ambiente de gala e irrealidad que rodea todo ayuda a confirmar esa sensación de que hay pocas cosas que inciten más a la tristeza y a la autocompasión que las campañas publicitarias para despedir el año, donde si no se tiene el coche más rápidos, la novia o el novio más cañón y una nutrida nómina, uno es un auténtico inútil. Aunque acelerada en el argumento, el extraño idilio que se logra entre el personaje de Pepón Nieto y la bellísima Blanca Suárez sirve de perfecta metáfora de lo antedicho. 



Hay muchos dardos nada disimulados a los programas que buscan nuevas estrellas televisivas al micrófono o mandar a un recóndito lugar a famosos del mundo del corazón para que se despellejan. Con acierto, de la Iglesia utiliza a la trinidad que ya utilizó en Las brujas de Zugarramurdi (2013) para mostrar ese modelo de gente guapa de la hostia y que congregan masas y taquilla: Hugo Silva-Carolina Bang y Mario Casas. 



En definitiva, un honesto y divertido entremés, al que es difícil asimismo sacar más punta. No es el Álex de la Iglesia en estado puro que nos encanta ver, pero tampoco parecen de recibo algunas de las lluvias de críticas que le suelen caer últimamente, fruto de que quizá como público estamos empezando a estar un poco de vuelta de todo y se nos olvida que a de la Iglesia le ponemos el listón del mejor de la Iglesia. Y eso es decir mucho. 



Mi gran noche tiene un estupendo reparto y entretiene con una sonrisa durante 100 minutos. No es poco mérito.  



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