domingo, 29 de mayo de 2016

CAZADORES Y PRESAS



El género del biopic es uno de los que rara vez envejecen en Hollywood. Será a la abundancia de personalidades excepcionales en aquellos años dorados y auto-destructivos. Jay Roach se pone a los mandos para narrar una carrera accidentada, la del guionista Dalton Trumbo, quien fue uno de los principales objetivos de la temida política del senador McCarthy. A lo largo de algunos de sus más célebres trabajos, el escritor tuvo que utilizar alias falsos para evitar comprometer a las pocas productoras que osasen dar trabajo a uno de los señalados por la Comisión de Actividades Antiamericanas, en los tensos años de la Guerra Fría, donde la URSS y los Estados Unidos parecían dos niños malcriados que consideraban el mundo un juguete particular que no iban a compartir. 



Bryan Cranston es el encargado de dar vida al protagonista. Este actor es uno de esos casos que en los que el intérprete es tan heterodoxo como bueno. Siempre ha tenido algo, pero fue con Breaking Bad donde le permitieron explotar todo su potencial. Aquí, solventa con eficacia una papeleta difícil, puesto que el carácter de Trumbo era muy particular. Pese a ello, siempre parece verosímil y su círculo familiar también está cuidado en el casting, destacando la labor de Diane Lane (quien siempre fue bellísima pero en la madurez parece haberse acentuado en su atractivo) como su esposa. 



En pleno siglo XXI, uno podría pensar que hay ciertos tabúes ya superados. De cualquier modo, no es poco fuerte el trasfondo de esta prohibición y vetos, los cuales llegaron a tener adalides como John Wayne (tremendo actor, por otra parte) o la temida Hedda Hopper, temida "duende de palacio" entre las grandes estrellas, la cual es caracterizada de manera impecable por Helen Mirren. Con estos antecedentes, sería tentador que el film cayese en la hagiografía. Aunque está claramente decantada a favor de su figura, uno de los grandes aciertos del guión de John McNamara es presentar los suficientes grises para que el alegato político no tape a los seres humanos que componen el retablo. 



Una muestra muy clara de ello la hallamos en la manera de tratar la figura de Edward G. Robinson, un fantástico actor que fue uno de los rostros más reconocibles de la era dorada del cine negro. Pese a su amistad y colaboraciones con Trumbo, Robinson (Michael Stuhlbarg) terminó totalmente arruinado durante la persecución y con el agravante de que él no podía esconderse bajo seudónimos en la gran pantalla, sino que vivía de su rostro. No se trata de justificaciones, acusaciones o perdones, sino de reflejar el sufrimiento de cada uno en su contexto, pero es muy de agradecer que se eviten las demagogias de trazo gordo. 



Otra dialéctica muy interesante es la establecida entre Trumbo y otro guionista, Arlen Hird, el segundo de estatus socioeconómico menos pudiente que el primero, lo cual le hace reprochar al segundo lo fácil que puede ser adoptar una posición flexible y tolerante con el proletariado cuando uno tiene sus fincas, piscina, una buena familia y una serie de elementos de torre de marfil que lo aíslan del mundo real. Louis C. K. da vida a Hird, un personaje combativo y admirable en muchas facetas, aunque tan militante que los excesivos mensajes y proclamas contra la burguesía ociosa podían llegar a enturbiar la calidad de sus propios escritos, como si fuera incapaz de narrar algo que no tuviera un objetivo para el partido. Y es un hecho que tampoco podemos obviar el sufrimiento que muchos artistas sufrieron en la Unión Soviética simplemente por no hacer girar toda su obra alrededor de la filosofía marxista. 



Auspiciado en un nepotismo claro y varias corruptelas, el universo de McCarthy es presentado en toda su miseria, aunque lo sorprendente es que aquella moderna estructura inquisitorial llegó a ser tan poderosa en un país auto-proclamado de las libertades que se permitió mandar a muchas personas (desde figuras de primer orden a gentes más anónimas pero que lo padecieron todavía más) a la ruina, presidio o exilio (por ejemplo, el mismísimo Charles Chaplin, quien hizo un contundente alegato en su película Un rey en New York [1957]). 



Dentro del elenco de secundarios, sobresale un espectacular John Goodman que deja algunas de las escenas cómicamente más memorables de todo el film. Con todo, buscando sacar punta, hay algún pequeño error (se escoge una escena de Vacaciones en Roma que fue improvisada por Gregory Peck, no escrita por Trumbo, para representar su participación en la película) que sería fácilmente subsanable (o, mejor todavía, haber jugado con la ironía de que su familia, que está viendo la escena con él en el cine, le atribuya el mérito de la ocurrencia en la Bocca della Verità, mientras él pone cara de circunstancias). 



Basado en el libro de Bruce Cook, Trumbo también se adentra en la vida íntima de su protagonistas, mostrando los sinsabores y la transformación de carácter que provocó en el guionista su clandestinidad para desarrollar su oficio, pagándolo de la manera más injusta con su propia familia y seres queridos más cercanos. 



Un biopic de una figura extraordinaria dentro de la industria y que, además, permite un ejercicio metaficcional. Y es que hubo una época donde armó gran revuelo que JFK fuera al cine a ver una película llamada Espartaco.



FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE LOS SIGUIENTES ENLACES:



http://www.filmaffinity.com/es/film609114.html



http://www.post-gazette.com/ae/movies/2015/11/25/Michael-Stuhlbarg-plays-Edward-G-Robinson-in-Trumbo/stories/201511250060



http://www.granadablogs.com/pateandoelmundo/trumbo/

domingo, 22 de mayo de 2016

EL ENCANTO DE LO COTIDIANO: FARGO (II TEMPORADA)



El primer sorbo a la taza había dejado un regusto inmejorable, un cálido y agradable sabor a café recién hecho en una jornada invernal (PRIMERA TEMPORADA DE FARGO). Sin embargo, pareciera que esta segunda entrega incluso supera lo mostrado por su predecesora. Esos lugares perdidos de Minnesota siguen teniendo el encanto que ya poseían en la mítica película de los hermanos Coen a los que esta serie debe su título (1996). Fargo vuelve y lo hace por la puerta grande, repitiendo muchas de las virtudes que Noah Hawley y su equipo mostraron y corrigiendo algunos de los flecos que quedaban por cubrir en el camino a la excelencia. Estamos ante una mini-serie dentro de la saga, diez capítulos que harán las delicias de los espectadores. 



En primer lugar, vuelve a escogerse un casting acertadísimo. Veteranos de lujo como Ted Danson o Jean Smart se ponen a las órdenes de los distintos directores (Randall Einhorn, Michael Uppendahl, etc.) para volver a demostrar su solvencia con cualquier clase de personaje. El protagonismo recae en los hombros de Patrick Wilson, quien cumple con nota la elevada exigencia de hacer del yo-joven del entrañable Lou Solverson (al cual dio vida Keith Carradine, ese apacible policía retirado que regentaba una acogedora cafetería entre la nieve). Con todo, estamos, nuevamente, ante una trama coral. El argumento nos hace viajar al pasado, al año de 1979, cuando los Gerhardt, caciques al margen de la ley de los negocios ilícitos de un pequeño pueblo del estado, ven como un implacable sindicato de Kansas City mandan a agentes suyos para "absorber" su empresa familiar. Sin ser conscientes de ello, el matrimonio Blomquist (unos espléndidos Jesse Plemons y Kirsten Dunst) se verá involucrado en el torbellino de violencia que esta guerra de bandas provoca. 



Extraños crímenes y sucesos que van dejando un rastro de sangre que deberá ser desmenuzado con sensatez y calma por Solverson, quien cuenta con la ventaja de la ayuda de su suegro (Ted Danson) y esposa, Betsy. La segunda es caracterizada por Cristin Milioti, quien ya demostró todo su potencial en apenas un puñado de episodios en la última temporada de Cómo conocí a vuestra madre. No se tratan de deducciones a lo Sherlock Holmes o épicos tiroteos, uno de los encantos del universo Fargo desde su origen es mostrar a estos agentes del orden como personas sin habilidades excepcionales, simplemente tienen una cabeza bien amueblada y un orden vital que los lleva a seguir la pista de sus, generalmente, no muy brillantes, sospechosos. 



"Ya no hay lugar para los negocios familiares...", se lamenta la viuda Gerhardt, cuando se desencadenan una serie de rivalidades que parecen una metáfora adecuada del capitalismo más salvaje. Fieles a la atmósfera surrealista de los Coen, destacan sicarios como el de Bokeem Woodbine, quien da vida a  Mike Milligan, un hombre de particular visión empresarial y que se verá estorbado en sus estrategias por la miopía de sus propios colaboradores. 



En ese sentido, el endogámico y ambicioso micro-cosmos del clan Gerhardt es uno de los platos fuertes de la serie, puesto que propicia una tensión casi constante que queda reflejado en hijas desobedientes, pulsos entre hermanos y asesinos al servicio de la familia de ascendencia india como el inquietante Hanzee Dent. Una hoguera de vanidades que únicamente necesita una pequeña chispa para arder con una intensidad que lo reducirá todo a cenizas. 



El arco de la primera temporada de Fargo era espectacular en su inicio, aunque, quizá, iba cogiendo más dosis de inverosimilitud a medida que sus personajes evolucionaban. Creo que, empezando tal vez con menos fuerza, esta segunda entrega posee más solidez en ese sentido, aunque se alcanza un épico clímax, las situaciones que pasan, pese a lo extremo de las mismas, tienen un poso mayor de coherencia y se encuadran a la perfección con lo que sabemos de las personalidades de sus protagonistas. 



Al más puro estilo Pulp Fiction (1994), los creadores logran dar una sensación de historia circular, sumando arcos de una y otra etapa para dejar la impresión de que estamos en el mismo universo siempre, ese lugar de historias "basadas en hechos reales". El nivel de actuaciones es excelente, sobresaliendo cómo va avanzando la trama del personaje de Kirsten Dunst, hasta límites insospechados y generando un gran suspense. 



La música de Jeff Russo nos introduce en estas pequeñas comunidades inter-conectadas a través de peligrosas carreteras, entre olor a tostadas y tortitas recién hechas, donde el frío cala los huesos y todo el mundo conoce a sus convecinos, sin sospechar que cualquiera de ellos puede sorprenderle el día menos pensado saliendo en el noticiero por un suceso insospechado. 



Lo han vuelto a conseguir, dejándonos con ganas de que llegue pronto esa tercera temporada de Fargo... 



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domingo, 15 de mayo de 2016

EL CONTRATO DE JUDAS



Se trata de un título que evoca misterio. El contrato de Judas llama la atención desde que se lo oye nombrar por primera vez. Sin embargo, para una generación de aficionados al cómic es mucho más. Probablemente, disimularán una sonrisa discreta al escucharlo, como si fueran partícipes de un secreto. Uno que gestaron hace ya varias décadas el equipo artísticos formado por Marv Wolfman y George Pérez, responsables de la serie Nuevos Titanes, durante la década de los ochenta del pasado siglo, perteneciente al rico universo de DC Cómics. En sí, este grupo era la unión de algunos de los personajes más jóvenes de otras colecciones (Robin, Wonder Girl, Kid Flash, etc.). Aparentemente, un concepto orientado al público más infantil, sin embargo, la evolución y nuestros dos protagonistas de hoy cambiaron la faz del proyecto hasta límites inimaginables.  



A la altura de 1984, dicho dueto de artistas (Wolfman al guión y Pérez con el dibujo) se encontraba en la cima de su complicidad. Lo cual no implicaba que siempre estuvieran de acuerdo, sino que eran capaces de estar hablando horas y horas de los personajes, de cómo hacer más atractivas las tramas. Particularmente, Wolfman ponía su listón en una serie de la competencia que estaba alcanzando un nivel de calidad increíble: La Patrulla X de Chris Claremont y John Byrne. El guionista pensaba que ese era el tono que debían obtener para su grupo de jóvenes súper-héroes; en verdad, ya lo habían logrado, pero era cierto que sus Titanes todavía no habían protagonizado una saga épica al estilo de las sufridas por la nueva camada de mutantes de la editorial Marvel.



La incógnita jugaría en torno a Terra, una muchacha de apenas 16 años y con unos increíbles poderes que se uniría a los Titanes. Desde el principio, llamó la atención el particular esmero de Pérez en hacerle a la chica muy real. Basándose en la hermana de su mujer, aunque achatando un poco la nariz, el dibujante logró una imagen atractiva y cotidiana. Lejos de querer esconder ningún secreto, Wolfman y su socio presentaron casi de inmediato que el recién fichaje de "los buenos" se entendía con compañías poco recomendables, sin embargo, aunque parecía claro que era un agente doble, ¿dónde residía de verdad su lealtad? 


La travesura de Wolfman y Pérez iba más allá del tópico de un simple juego de traiciones. Los Titanes de aquella época estaban formados por Dick Grayson, Donna Troy, Kid Fash, Raven, Ciborg, Kory... Un elenco atractivo y de personajes positivos que se verían aturdidos por el torbellino de una imberbe cría que, en cierto sentido, tenía más mundo recorrido que ellos. Este hecho se reflejaba en su relación con Slade Wilson, un veterano y eficaz mercenario que se había medido en el pasado a los Titanes en su identidad secreta de Deathstroke. 



Carismático villano, a pesar de ser una espada a sueldo, Pérez y Wolfman habían presentado a Slade como un excelente profesional, un hombre con una extraña lealtad para sus aborrecibles patronos y que nunca cometía el error de subestimar a sus enemigos. Al intentar utilizar a Terra contra sus supuestos camaradas, realiza una sutil estrategia cuyos pasos son desmenuzados en un argumento inteligente y que es un modelo del género. No obstante, aunque no era la época del Cómics Code y demás cazas de brujas, resultaba chocante en un tebeo de aquellos días que se reflejase de una manera tan clara la aventura de una menor de edad con un hombre adulto. Aquello ya había valido para que fuera un punto de inflexión claro en la colección, pero todo iba más allá por un planteamiento que no tiene fecha de caducidad. El traje de Robin o el de Nightwing dependerán de la moda urbana del momento, pero lo que preguntan Wolfman y Pérez nunca dejará de ser apasionante: ¿existe la maldad pura o es solamente la inocencia corrompida? 



Hubiera sido una buena idea que El contrato de Judas fuera el duelo de Slade manipulando a un joven y vulnerable muchachita contra los Titanes. Pero las habilidades como guionista de Wolfman van mucho más allá y se juega desde el inicio con la posibilidad de que Tara (el verdadero nombre de Terra) sea mucho más manipuladora que el propio Deathstroke. No queda nada claro quién está forzando al otro a hacer lo que no quiere, lo cual provoca una sensación de suspense legítimo que mantiene enganchado al afortunado lector desde de la colección que va de los números 42 al 44 de Tales of the New Teen Titans y culmina en el épico tercer anual de ese mismo año. 



El trazo de Pérez se encontraba en aquellos días en uno de los mejores momentos de su excelente carrera. Además, esta fase en los Titanes tenía el acompañamiento de un entintador de la solvencia de Dick Giordano, quien revestía de elegancia el excelente sentido de historia coral que proporcionaba el dibujo de Pérez, quizás el autor con más talento a la hora de llevar a cabo de forma homogénea escenas multitudinarias con personajes de grandes poderes, enfrascados en seis o siete peleas simultáneas. 


Aunque está sea, fundamentalmente, la historia de la oscura relación de Slade y Tara, afectará de una manera decisiva a los protagonistas. El audaz plan de su enemigo, forzará a Dick Grayson a emplear todo el liderazgo del que es capaz para mantener unido al grupo, mientras que otros de los integrantes del grupo como Logan van a sufrir algunas de las peores decepciones de su vida. Un enjambre que les rodea y unas murallas de Jericó para escalar que explican como los Nuevos Titanes fueron capaces, tal y como había pretendido Wolfman, de ponerse a la altura de los míticos X-Men de Claremont y Byrne. 



Una de esas sagas que pueden reconciliar al más descreído con el género. La cláusula Iscariote permitió a los Titanes robar el fuego de los dioses y colarse, por derecho propio, en el Olimpo del cómic norteamericano. 



BIBLIOGRAFÍA:



-HERNANDO, D. (texto introductorio), Clásicos DC: Nuevos Titanes, nº 13, Planeta De Agostini, Barcelona, 2006. 



-HERNANDO, D., En primera persona: George Pérez, Dolmen Publicaciones, Barcelona, 2009, pp. 86-92. 



FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE LOS SIGUIENTES ENLACES:



http://elcoleccionistadetpb.blogspot.com.es/2014/07/teen-titans-comics-destacados.html



http://historiesofthingstocome.blogspot.com.es/2010/05/dcu-continuity-for-terra-part-12.html



http://siskoid.blogspot.com.es/2012/06/dc-wishes-you-happy-fathers-day.html

domingo, 8 de mayo de 2016

UNA GASOLINERA EN ALGÚN LUGAR DE LOS ÁNGELES



LORD HENRY: Sí, me pareció que te gustaría el libro. 



DORIAN: No me dicho que me guste, Harry. He dicho que me fascina. Hay una gran diferencia



LORD HENRY: Ah, ¿ya has hecho ese descubrimiento?



(O. Wilde, El retrato de Dorian Gray, capítulo X). 



Parecía una idea descabellada para los personajes animados de ¿Quién engañó a Roger Rabbit? (1988), seres ficticios que convivían con las grandes estrellas de Hollywood. Sin embargo, no podían comprender la grandeza del villano de esa historia, el juez Doom, un ambicioso visionario que quería hacerse con el monopolio de la construcción de autopistas en Los Ángeles durante la década de los 40 del siglo XX. De haber tenido éxito, el letrado se habría hecho de oro. La soleada California se cimentó en carreteras y automóviles que se podían pagar a cómodos plazos, el capitalismo imperante post II Guerra Mundial invitaba a crear una pujante clase media que ahogaría esperanzas en electrodomésticos, utilitarios y casas. Pocos lugares mejores para representar ese Camelot particular que el lugar donde moraban las estrellas, aquellos años dorados donde Orson Welles almorzaba en el mismo restaurante donde podía encontrarse Robert Taylor.  



Una carretera próxima a los estudios daba a una gasolinera interesante. No era descabellado que fuera el punto de encuentro de jóvenes de la localidad, no pocos de ellos con pasado bélico, antiguos marines y soldados que habían combatido entre Europa y el Pacífico. Uno en concreto trabajaba con frecuencia en el servicio, sustituyendo a un amigo suyo allí empleado, se llamaba Scotty Browers. Un buen día, el reputado actor Walter Pidgeon llevó su lujoso carro hasta allí. Haría tan buenas migas con el apuesto muchacho que decidió llevarlo a su casa. Ahí comienza una historia que, décadas después, termina reflejando algunas de las intimidades más privadas de las celebrities de una de las edades doradas del cine. Servicio completo, las memorias de Scotty con la ayuda escrita de Lionel Friedberg es una de esas lecturas donde no es que haya ausencia de complejo para hablar de sexo; es que, ocasionalmente, puede que haya algún párrafo que no tenga alguna mención explícita a tales placenteras tareas.  



Resulta difícil definir este libro. Negar que es absorbente sería ser hipócrita. Se trata de una caja de Pandora demasiado tentadora. Se revelan facetas muy desconocidas de mitos del celuloide de la altura y talla de Charles Laughton, Katharine Hepburn, Spencer Tracy o Cary Grant, entre muchos otros. Con todo, uno no sabría adscribir con exactitud la personalidad de su actor principal. Hay una película italiana maravillosa, La gran belleza (2013), donde desfilan una serie de personajes de la Roma más bohemia; uno de ellos posee las llaves de varios de los palacios más exclusivos de la aristocracia de la Ciudad Eterna. Al ser preguntado por una de las protagonistas cómo es posible que tenga semejante acceso, el otro responde con una extraña dignidad: "Porque soy de confianza". Durante años, Scotty Browers fue una persona de absoluta discreción con los caprichos del patriciado cinematográfico, también de sus amantes anónimos. Ahora, con Friedberg hace un exorcismo que destapa cosas de un pasado que hubiera hecho las delicias de una pieza teatral de Tennesse Williams. 



Algunas de las situaciones descritas no están alejadas de una reciente película, ¡Ave, César!, firmada por los hermanos Coen, donde un sufrido y eficaz ejecutivo se encarga de poner orden en unos estudios de locos, donde hay que hacer brotar hijos adoptivos ficticios, salvaguardar honra de estrellas metidas en orgías y que todo permanezca en un estricto secreto. Uno de los platos más fuertes que ofrece Scotty es la realidad escondida detrás del mítico amor platónico de una de las parejas más queridas por el público, la formada por Spencer Tracy y Katharine Hepburn. 



Una serie de secretos de pasillo que podrían llevar a muchos escepticismos pero, habida cuenta del poco pudor exhibido por nuestro narrador para contar sus propias experiencias, cuesta pensar que escamotee detalles ajenos. Con una rápida iniciación sexual, una lívido permanente y experiencia traumática en la guerra, míster Bowers no dudó que la vida era una botella que debía beberse a grandes sorbos; eso sí, apunten esa afirmación con valor metafórico, a fin de cuentas, la única rareza de este discípulo aventajado de Dorian Gray es el haber sido abstemio; de hecho, la afición a la bebida es lo único que reprocha a su amigo Errol Flynn, quien dejó de ser una maravillosa compañía y el risueño Robin Hood de la gran pantalla para sumirse en una rápida decadencia por culpa de ese vicio. Irónicamente, lo que sí terminó siendo Scotty fue barman.  



¿Hasta qué punto es saludable destapar estas cosas? Uno no deja de pensarlo al leer esta clase de obras. Ocurre lo mismo con Hollywood Babilonia. Sin embargo, es cierto que revelan datos que ayudan a alejar a los mitos de sus pedestales y a mostrarlos como personas de carne y hueso. Capaces de sufrir celos, desesperarse, enamorarse, ser inseguros y tener su lista de fobias. Tampoco les desmerece en nada. A fin de cuentas, el legado que dejó Charles Laughton fue su magnífica voz y presencia en el escenario, no sus heterodoxas preferencia; Vivien Leigh quedará en los anales por una de las mejores interpretaciones de todos los tiempos en Lo que el viento se llevó, por más que su matrimonio con Laurence Olivier estuviera repleto de insatisfacciones mutuas. 



Voces como Gore Vidal avalaron la fiabilidad de este gran chambelán entre bambalinas. Por más que nuestro narrador se postule como un adalid de darle a la gente lo que quería, no es menos cierto que debió de ser algo más que un hedonista generoso. Con paciencia, desde la supuesta e inocente gasolinera orquestó una ingeniosa red de contactos que le permitió establecer tríos de diversa índole y se convirtió en el contacto de muchas personas importantes del mundillo. Y es que hay gente que hace del sexo un gran negocio, mientras otros usan sus beneficios para otro tipo de poder. El de la información y lo cortesano. Los distintos pasajes reflejan la satisfacción del antiguo marine de verse invitado a exclusivas fiestas y él haber conocido a gente que después alcanzó tintes legendarios. Sorprende lo que hubiera podido hacer un Meñique entre aquella jeunesse dorée. 



Y, como toda juventud dorada con talento y belleza, esta generación irrepetible también cumplió la ley de auto-destruirse a sí misma. Nada escapa a este escrutinio, incluso cierta aristocracia ducal de Inglaterra que había llegado a ceñirse la Corona. Es de agradecer en ese sentido la falta de moralina en libro. No estamos ante la confesión postrimera y arrepentida de un antiguo libertino, sino ante el relato de un buscavidas de las alcobas ajenas que conserva su carácter desinhibido y una burla constante de los tabúes de las brigadas antivicio.    



Los cónsules de Sodoma suspiraron con tristeza cuando su gurú abandonó en la década de los 50 la gasolinera Richfield de Hollywood Boulevard. De repente, resultó que aquello era una simple estación donde reponer el combustible de vehículos Una historia única, una biografía morbosa y repleta de secretitos que hubieran hecho las delicias del personaje de Danny Devito en LA Confidential. Como Dorian, quizás no sabemos si nos está gustando este libro, siquiera si nos cae bien míster Bowers, lo que no cabe duda es que nos brinda un relato fascinante. 



ENLACES DE INTERÉS: 






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http://www.anagrama-ed.es/titulo/CR_101



http://www.abc.es/cultura/cultural/20131014/abci-scotty-bowers-alcahuete-hollywood-201310141338.html

domingo, 1 de mayo de 2016

VIDAS PARALELAS, TALENTOS SECANTES



Nunca he sido seguidor de la fórmula 1. Reconozco que en plena efervescencia del fenómeno de Fernando Alonso, era un poco la nota discordante entre los amigos; no porque me desagradase sino porque, en confianza, nunca me había llamado en exceso el mundo del motor. Era una realidad algo distante, probablemente por ello, imagino, había dejado tan postergada la película Rush (2013), si bien su reparto me parecía interesante y también que su argumento se basarse en la vida de dos pilotos emblemáticos: incluso yo en mi ignorancia de este deporte conocía los nombres de James Hunt y Niki Lauda. No obstante, si bien con retraso, cuando mis ojos se posaron en la carrera propuesta por Ron Howard, no hubo marcha atrás. 



A pesar de sus dos horas de metraje, el film no se hará pesado para las personas que no beban los vientos por pasar un fin de semana viendo los grandes circuitos. La película de Howard, realizada con una fotografía impresionante y unas escenas de carreras trepidantes, va más allá del tópico. Hay algo que se esconde en el duelo interpretativo de Daniel Brühl (Lauda) y Chris Hemsworth (Hunt). No es quién era el más rápido, sino un dilema muy terrenal y que todos nos hemos planteado alguna vez. ¿Hay que ser cigarra u hormiga? ¿Es mejor planteártelo como una carrera de fondo o como un brillo cegador de una noche de verano que no ha de volver? 



Conforme sendos actores se ponen a los mandos, uno siente que está en buenas manos. El guión de Peter Morgan no comete el imperdonable error de tomar partido. Muestra una gran simpatía por ambos protagonistas, sin permitir que deduzcamos qué es mejor a fin de cuentas. Queda a libre elección del espectador. Lo que no ofrece dudas es la firme determinación de Lauda y el dionisíaco encanto de Hunt, dos vidas paralelas destinadas a encontrarse, aunque sus estilos conduciendo fueran tan diferentes. 



Tampoco debemos engañarnos. Este producto no es cine independiente, tampoco un biopic al uso. Es pura adrenalina y debe verse como tal. Sin embargo, hay algo digno de revindicación cuando se hace cine palomitero: que sea digno y entretenido. Y Rush evita caer en tópicos y lagrimeo fácil, presentando un producto bien manufacturado y que mantiene enganchado a quien acompaña a sus dos personalidades por medio mundo, incluyendo un mítico gran premio en Brasil. En serio, comprueben cuando lleven un rato viéndola cuánto tiempo ha pasado, se sorprenderán, todo acontece a una tremenda velocidad. 



El casting que acompaña es muy medido. Podemos encontrar a toda una actriz de la presencia de Natalie Dormer para un pequeño papelito, así como a toda una Olivia Wilde para interpretar a la mujer de Lauda. No se repara en gastos y la banda sonora es compuesta por Hans Zimmer, toda una garantía para esta clase de empresas, nadie mejor para llevarnos por las curvas trepidantes. Hoy en día, el hijo de Lauda y el de Hunt compiten en la misma disciplina que sus progenitores. Sospecho que les habrá gustado este homenaje, porque se intuye que para los seguidores de la fórmula 1 esta película es una verdadera carta de amor, un DVD que colocarán en su estantería junto con el documental de Ayrton Senna. 



Howard consigue la extraña alquimia de que incluso los neófitos veamos las diferencias en la conducción de Lauda y la de Hunt. Todo un misterio cómo lo ha logrado, pero allí está. El primero es un perfecto conocedor de todos los elementos que componen la ecuación, de cuál es su tope y la cantidad de riesgo que es asumible. El segundo es el piloto de pellizco y rabia, alguien capaz de fiarlo todo a la suerte y la audacia. Si en el basket pudimos disfrutar de Magic versus Bird, Hunt y Landa no tienen nada que envidiarle a esos otros dos genios a la hora de mostrar dos antagonistas más carismáticos. 



La evolución del mutuo interés que va creciendo del uno por el otro no resulta nada forzada y uno termina comprendiendo por qué cada una de las dos trayectorias es tan importante para el el devenir de sendas trayectorias. La fuerza de Hembsworth y la serenidad de Brühl terminan arrojando un resultado espectacular que da tintes homéricos a todo lo que estamos viendo, como si Aquiles y Héctor hubieran abandonado el cruel bronce en pos de competir bajo otra clase de casco y desafiando a los elementos. 



Tras haber visto el film, con sus imágenes setenteras todavía desfilando por mi cabeza, me agradó leer que un crítico cinematográfico de la experiencia de Oti Rodríguez Marchante consideraba que Rush tenía momentos de western. Ciertamente, creo que es una atinada reflexión, porque algunos de los mejores clichés de ese género sirven para la propuesta de Howard. 



A pesar de todo el riesgo, estas dos horas consiguen que incluso aquellos que no compartimos esa fascinación por este mundillo, suframos y queramos a estos dos excepcionales protagonistas. No parece poco mérito. Cine comercial con excelente presentación. 



ENLACES DE INTERÉS:



http://hoycinema.abc.es/noticias-cine/20130918/critica-rush-ardor-calvario-729247.html



FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE LOS SIGUIENTES ENLACES:



http://collider.com/rush-review/



http://regularlyscheduledprogramming.com/2014/01/movie-review-rush-2013/



http://regularlyscheduledprogramming.com/2014/01/movie-review-rush-2013/