domingo, 8 de mayo de 2016

UNA GASOLINERA EN ALGÚN LUGAR DE LOS ÁNGELES



LORD HENRY: Sí, me pareció que te gustaría el libro. 



DORIAN: No me dicho que me guste, Harry. He dicho que me fascina. Hay una gran diferencia



LORD HENRY: Ah, ¿ya has hecho ese descubrimiento?



(O. Wilde, El retrato de Dorian Gray, capítulo X). 



Parecía una idea descabellada para los personajes animados de ¿Quién engañó a Roger Rabbit? (1988), seres ficticios que convivían con las grandes estrellas de Hollywood. Sin embargo, no podían comprender la grandeza del villano de esa historia, el juez Doom, un ambicioso visionario que quería hacerse con el monopolio de la construcción de autopistas en Los Ángeles durante la década de los 40 del siglo XX. De haber tenido éxito, el letrado se habría hecho de oro. La soleada California se cimentó en carreteras y automóviles que se podían pagar a cómodos plazos, el capitalismo imperante post II Guerra Mundial invitaba a crear una pujante clase media que ahogaría esperanzas en electrodomésticos, utilitarios y casas. Pocos lugares mejores para representar ese Camelot particular que el lugar donde moraban las estrellas, aquellos años dorados donde Orson Welles almorzaba en el mismo restaurante donde podía encontrarse Robert Taylor.  



Una carretera próxima a los estudios daba a una gasolinera interesante. No era descabellado que fuera el punto de encuentro de jóvenes de la localidad, no pocos de ellos con pasado bélico, antiguos marines y soldados que habían combatido entre Europa y el Pacífico. Uno en concreto trabajaba con frecuencia en el servicio, sustituyendo a un amigo suyo allí empleado, se llamaba Scotty Browers. Un buen día, el reputado actor Walter Pidgeon llevó su lujoso carro hasta allí. Haría tan buenas migas con el apuesto muchacho que decidió llevarlo a su casa. Ahí comienza una historia que, décadas después, termina reflejando algunas de las intimidades más privadas de las celebrities de una de las edades doradas del cine. Servicio completo, las memorias de Scotty con la ayuda escrita de Lionel Friedberg es una de esas lecturas donde no es que haya ausencia de complejo para hablar de sexo; es que, ocasionalmente, puede que haya algún párrafo que no tenga alguna mención explícita a tales placenteras tareas.  



Resulta difícil definir este libro. Negar que es absorbente sería ser hipócrita. Se trata de una caja de Pandora demasiado tentadora. Se revelan facetas muy desconocidas de mitos del celuloide de la altura y talla de Charles Laughton, Katharine Hepburn, Spencer Tracy o Cary Grant, entre muchos otros. Con todo, uno no sabría adscribir con exactitud la personalidad de su actor principal. Hay una película italiana maravillosa, La gran belleza (2013), donde desfilan una serie de personajes de la Roma más bohemia; uno de ellos posee las llaves de varios de los palacios más exclusivos de la aristocracia de la Ciudad Eterna. Al ser preguntado por una de las protagonistas cómo es posible que tenga semejante acceso, el otro responde con una extraña dignidad: "Porque soy de confianza". Durante años, Scotty Browers fue una persona de absoluta discreción con los caprichos del patriciado cinematográfico, también de sus amantes anónimos. Ahora, con Friedberg hace un exorcismo que destapa cosas de un pasado que hubiera hecho las delicias de una pieza teatral de Tennesse Williams. 



Algunas de las situaciones descritas no están alejadas de una reciente película, ¡Ave, César!, firmada por los hermanos Coen, donde un sufrido y eficaz ejecutivo se encarga de poner orden en unos estudios de locos, donde hay que hacer brotar hijos adoptivos ficticios, salvaguardar honra de estrellas metidas en orgías y que todo permanezca en un estricto secreto. Uno de los platos más fuertes que ofrece Scotty es la realidad escondida detrás del mítico amor platónico de una de las parejas más queridas por el público, la formada por Spencer Tracy y Katharine Hepburn. 



Una serie de secretos de pasillo que podrían llevar a muchos escepticismos pero, habida cuenta del poco pudor exhibido por nuestro narrador para contar sus propias experiencias, cuesta pensar que escamotee detalles ajenos. Con una rápida iniciación sexual, una lívido permanente y experiencia traumática en la guerra, míster Bowers no dudó que la vida era una botella que debía beberse a grandes sorbos; eso sí, apunten esa afirmación con valor metafórico, a fin de cuentas, la única rareza de este discípulo aventajado de Dorian Gray es el haber sido abstemio; de hecho, la afición a la bebida es lo único que reprocha a su amigo Errol Flynn, quien dejó de ser una maravillosa compañía y el risueño Robin Hood de la gran pantalla para sumirse en una rápida decadencia por culpa de ese vicio. Irónicamente, lo que sí terminó siendo Scotty fue barman.  



¿Hasta qué punto es saludable destapar estas cosas? Uno no deja de pensarlo al leer esta clase de obras. Ocurre lo mismo con Hollywood Babilonia. Sin embargo, es cierto que revelan datos que ayudan a alejar a los mitos de sus pedestales y a mostrarlos como personas de carne y hueso. Capaces de sufrir celos, desesperarse, enamorarse, ser inseguros y tener su lista de fobias. Tampoco les desmerece en nada. A fin de cuentas, el legado que dejó Charles Laughton fue su magnífica voz y presencia en el escenario, no sus heterodoxas preferencia; Vivien Leigh quedará en los anales por una de las mejores interpretaciones de todos los tiempos en Lo que el viento se llevó, por más que su matrimonio con Laurence Olivier estuviera repleto de insatisfacciones mutuas. 



Voces como Gore Vidal avalaron la fiabilidad de este gran chambelán entre bambalinas. Por más que nuestro narrador se postule como un adalid de darle a la gente lo que quería, no es menos cierto que debió de ser algo más que un hedonista generoso. Con paciencia, desde la supuesta e inocente gasolinera orquestó una ingeniosa red de contactos que le permitió establecer tríos de diversa índole y se convirtió en el contacto de muchas personas importantes del mundillo. Y es que hay gente que hace del sexo un gran negocio, mientras otros usan sus beneficios para otro tipo de poder. El de la información y lo cortesano. Los distintos pasajes reflejan la satisfacción del antiguo marine de verse invitado a exclusivas fiestas y él haber conocido a gente que después alcanzó tintes legendarios. Sorprende lo que hubiera podido hacer un Meñique entre aquella jeunesse dorée. 



Y, como toda juventud dorada con talento y belleza, esta generación irrepetible también cumplió la ley de auto-destruirse a sí misma. Nada escapa a este escrutinio, incluso cierta aristocracia ducal de Inglaterra que había llegado a ceñirse la Corona. Es de agradecer en ese sentido la falta de moralina en libro. No estamos ante la confesión postrimera y arrepentida de un antiguo libertino, sino ante el relato de un buscavidas de las alcobas ajenas que conserva su carácter desinhibido y una burla constante de los tabúes de las brigadas antivicio.    



Los cónsules de Sodoma suspiraron con tristeza cuando su gurú abandonó en la década de los 50 la gasolinera Richfield de Hollywood Boulevard. De repente, resultó que aquello era una simple estación donde reponer el combustible de vehículos Una historia única, una biografía morbosa y repleta de secretitos que hubieran hecho las delicias del personaje de Danny Devito en LA Confidential. Como Dorian, quizás no sabemos si nos está gustando este libro, siquiera si nos cae bien míster Bowers, lo que no cabe duda es que nos brinda un relato fascinante. 



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FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE LOS SIGUIENTES ENLACES: 






http://www.anagrama-ed.es/titulo/CR_101



http://www.abc.es/cultura/cultural/20131014/abci-scotty-bowers-alcahuete-hollywood-201310141338.html

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