domingo, 25 de septiembre de 2016

LA ÚLTIMA NOCHE DE JASON TODD


Faltan diez años para los acontecimientos con los que arrancó El regreso del Caballero Oscuro, un futuro alternativo donde Frank Miller imaginó a un Batman retirado que se veía obligado a volver a enfundarse el traje de Murciélago, quizás por última vez. Aclamado por crítica y público, ese envejecido Bruce Wayne concebido por Miller parecía cerrar un excelente círculo que dicho autor había comenzado con Batman: Año Uno, la cual se enmarcaba en plenos orígenes, cuando la obsesión de una víctima se convirtió en una figura inspiradora para una ciudad a la que le gustaba estar sucia, sembrando de pánico los corazones de los abundantes criminales que campaban a sus anchas en Gotham City. No tiene nada de extraño que esta mirada a una década atrás en La última cruzada, haya sido esperada como agua de mayo por legiones de fans. 



Las noticias que llegaban no podían ser más alentadoras. John Romita Junior sería el dibujante estrella de la operación, reencontrándose con Bats tras el célebre cruce con Punisher que él mismo llevó a cabo con sus lápices. Para el argumento, Brian Azzarello prestaría sus contrastados servicios como guionista, trabajando, nuevamente, con Miller. DC Comics aprovecharía la tercera secuela del universo de El regreso del Caballero Oscuro para insertar este número único que narraría la forma en la que se produjo la muerte de Jason Todd. Todas las expectativas parecían justificadas, si bien estaba el recelo surgido por la no muy afortunada anterior secuela, El contra-ataque del Caballero Oscuro



A nivel gráfico, basta decir que la primera escena ya confirma que Romita no ha perdido un ápice de su talento. Se las ingenia con facilidad para mostrar a un Joker apaleado que, pese a su reciente derrota frente a los dos justicieros (Batman y Robin), parece dueño absoluto de la situación. Inquietante y seguro en su locura genial, el villano parece convencido de que no durará mucho su cautiverio. Esa sensación ya se ve augurado por la portentosa portada que invita a pensar que esta precuela tiene todos los ingredientes para cuajar. 


Sin embargo, conforme arranca el inicio, queda claro que el suceso con Jason será lo de menos, puesto que la trama de Miller y Azzarello se ralentiza en otras aspectos que quizás no sean tan prioritarios. Aunque suavizado, parece seguir apostándose por ese Bruce un tanto rencoroso que terminará de explotar en El contra-ataque del Caballero Oscuro. Alfred y su señor parecen coincidir en que los únicos motivos por los que Bruce escogió primero a Dick y luego a Jason (Tim Drake es completamente obviado en esta continuidad) fue por el dolor que los tres compartían de pérdidas graves. El fiel mayordomo parece suspirar porque algún día recluté a alguien que tenga la brillantez del Murciélago. Claramente, Miller abona el terreno para su Robin, Carrie Kelly. 



Desde el principio me ha parecido un terrible error, impropio de un guionista tan experimentado como el padre de Born again (reseña). Carrie fue una idea muy bien acogida desde El regreso del Caballero Oscuro, una de las pocas ocasiones en las que Batman tiene una pupila femenina (en cierto sentido, Barbara Gordon también lo habría sido). Conforme ha expandido su universo, Miller parece verse impelido por recordar lo extraordinaria que es su nuevo Robin, lo cual sería lícito si no fuera por un deseo irreprimible de hacer mil barbaridades a sus predecesores. Desastres como Batman and Robin: The Boy Wonder o este Jason impulsivo pero sin subrayar esa nobleza que tuvo en su concepción original, son una provocación que ha terminado haciendo que algunos fans no otorguen a Kelly las simpatías que merece por sí misma. 



Mucho más madura parece la versión de Salina, si bien aquí juega mucho el talento de la dinastía Romita para hacer personajes femeninos. La ex Catwoman se presenta como un punto de cordura imprescindible para un Bruce empeñado con no aceptar el paso de la edad; mientras que la señorita Kyle ha logrado superar su etapa de saltar por los azoteas, el Murciélago parece inseguro de dar su legado a su aprendiz, aunque extraña que un artista de la talla de Azzarello no haya dejado algún diálogo o secuencia memorable como a las que nos tiene tan acostumbrados. 


Poison Ivy y Killer Croc también harán acto de aparición en una especie de caso de transición que da la sensación, demasiado frecuente en un cómic que tiene un equipo artístico de esta categoría, de ni estorbar ni agradar. Los momentos más memorables son casi siempre debidos al Joker y la tranquila maduración de sus planes, perfectamente cómodo en el infierno. Personajes como Jim Gordon, Harvey Dent o Dick Grayson son sumamente añorados mientras no se profundiza en las verdaderas causas de la posible fricción entre Bruce y Jason. 



Conforme pasen los años, parece que El Caballero Oscuro seguirá gozando de un merecido estatus de obra maestra. Su madurez, tono noire y revisión aguda de un icono de las viñetas así lo exigen. No obstante, los derivados que están surgiendo de la misma parecen casi una desmitificación de un gran legado, algo prescindible. Con ello, no es que La última cruzada sea un mal cómic, en lo absoluto, es, simplemente, que no termina de llegar a las costas que promete. 



Y es una pena porque el excelente desempeño de Romita y los responsables de entintado y color hubieran merecido más desvelos para hacer de la última noche de Jason Todd algo mucho más memorable... 



FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE LOS SIGUIENTES ENLACES:



-http://es.batman.wikia.com/wiki/The_Dark_Knight_Returns:_The_Last_Crusade_Vol.1_1



-http://www.lacasadeel.net/2016/09/resena-regreso-del-caballero-oscuro-la-ultima-cruzada.html



-http://www.planocritico.com/critica-batman-o-cavaleiro-das-trevas-a-ultima-cruzada/

domingo, 18 de septiembre de 2016

EL TRIUNFO DE LA ESTÉTICA: EL GATOPARDO


Todo depende de cómo se cuente. La imagen de un soldado borbónico desangrado que se postra ante un limonero siciliano no es especialmente agradable. Sin embargo, como casi todo lo que cuenta Giuseppe Tomasi di Lampedusa en su novela El Gatopardo, se obra el prodigio de que esta triste realidad se convierte en algo más. Adquiere belleza. Se pueden hacer muchas definiciones de esta pieza literaria, todavía hoy recomendada para cualquier persona que quiera acercarse ociosamente a los días en los que Garibaldi y sus Camisas rojas iniciaban lo que luego la Historia dio a conocer como la Unificación Italiana. Lo que resulta indiscutible es una cosa: estéticamente, es difícilmente superable. 



Una aureola de mito ha rodeado el proceso de edición del relato del Príncipe de Salina, aunque la realidad suele ser más complicada que el tópico romántico del genio incomprendido. Publicada de manera póstuma, lo cierto es que ya cosechó generosas críticas incluso en los lugares donde fue descartada, aunque el propio escritor ya advertía que no consentiría que sus herederos gastasen de su propio dinero para que viera la luz el texto, pues debía de ser por sus méritos. Hermosa cláusula que don Fabrizio no hubiera dudado en aplaudir.  



Lampedusa conocía, tal y como marca la pauta de pensamiento de los esclarecidos, el secreto para concebir una pieza artística que pudiera interesar: habla de lo que sepas. En su caso, de un mundo que estaba desapareciendo en una bruma de nostalgia, el recuerdo de bailes y salones, hermosas piezas de porcelana y exquisitos modales. El gatopardo es un lamento sordo, un brindis por los antepasados de su propio linaje. Finalmente, él mismo admitió que sospechaba que los había hecho más inteligentes y encantadores de lo que en realidad fueron. Lo primero exhibe lealtad, lo segundo, inteligencia.  


Y es que varios factores han permitido a este exótico animal pervivir en el imaginario popular, más allá incluso de los ideales de su autor. No es necesario que compartamos su versión edulcorada e irreal de lo que debía de ser la aristocracia siciliana de la época, tampoco su oportunista relación de aprovechamiento/desprecio de los insurgentes de Garibaldi, simplemente, El gatopardo lleva en un rítmico baile a sus afortunados lectores para embelesar a propios y extraños. Si ahondamos un poco, la trama principal no deja de ser de una simpleza absoluta. 



Todo se reduciría en el hábil matrimonio que el ambicioso don Fabrizio orquesta para su joven sobrino Tancredi, el más encantador de sus parientes, quien será ligado a Angélica, la hija del adinerado don Calogero, un hombre sin ilustres antepasados en su árbol genealógico para los altivos Salina, pero, ¿desde cuándo ha importado eso cuando se puede enlazar con unos advenedizos burgueses que permitirán al clan de sangre azulada seguir con su elevado tren de vida? 



Nuevamente, como en el desventurado soldado moribundo, todo depende del enfoque. Ese simple contrato matrimonial se convierte en un ejemplo de profundización digno de Rojo y Negro (reseña), algo que no es nada inusual, puesto que Stendhal era uno de los referentes de Lampedusa, quien tomó buena nota de la forma del maestro de adentrarse en la psique de sus criaturas en las páginas manuscritas. El cortejo de Tancredi a Angélica es una excepcional reflexión vital que vemos a través del perspicaz diagnóstico que don Fabrizio hace de todo el asunto. 


Y es que el erotismo y la pasión que transmite la atracción casi inmediata que se ejercen Tancredi y Angélica está narrada de una manera inmejorable. Asimismo, tampoco hay exceso de idealización por parte de Lampedusa, quien no se engaña a la hora de mostrar los defectos del encantador Tancredi, o a la hora de ahondar en las exigencias de Angélica para su pareja, donde ella misma se confiesa que la inteligencia no sería la prioritaria. En el caso de la novia, su arco es incluso mayor que en el del sobrino, puesto que va sofisticándose y absorbiendo el ideario de su nueva Casa, volviendo a confirmar la máxima del cualquier arribista que se precie: se ingresa en el privilegio para disfrutar de él, no para dinamitarlo. 



Otro personaje omnipresente es Sicilia, la isla preside cada uno de los movimientos de los integrantes de esta aventura. Descrita como una tierra indómita y con una capacidad única para adaptarse, experta en la seducción de sus presuntos conquistadores para llevarlos a su terreno. Con todo, una de las frases más celebradas de la novela, "Algo debe cambiar para que todo siga igual" es debatida por las diferentes versiones existentes del manuscrito original. 



Se non è vero, è ven trovato. Lo único que queda claro es la fascinación que seguirá ejerciendo este relato en nosotros, el mismo arrebato que Angélica provoca en el ilustre don Fabrizio durante el baile. 



FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE LOS SIGUIENTES ENLACES:



-http://www.gandhi.com.mx/el-gatopardo



-http://www.siciliainformazioni.com/pasquale-hamel/391572/palermo-e-la-belle-epoque-ne-il-cacciatore-darte



-http://www.iberlibro.com/Gatopardo-Giuseppe-Tomasi-Lampedusa-Alianza-Editorial/12430235168/bd

domingo, 11 de septiembre de 2016

EPÍLOGO DE VERANO: CUENTOS DE TOKIO


Hay películas muy bien rodadas y otras que, directamente, invitan al espectador a tener la sensación de que ha invadido la intimidad de un hogar, como si se hubiera convertido por embrujo en un ser invisible que se ha colado en una casa para ver oculto el día a día de personas de carne y hueso. Cuentos de Tokio (1953) se enmarcaría con facilidad en esa segunda categoría, siendo, todavía a día de hoy, un exponente del grado de profundidad que puede ofrecer el séptimo arte. 



Yasuiro Ozu se coloca detrás de la cámara para narrar una historia sencilla. No obstante, debemos tener cuidado con este adjetivo. Sencillez no implica simplicidad o asuntos de poca importancia; la pareja de ancianos protagonistas que viajan a la capital nipona a ver a su prole es un relato cotidiano pero, en cuanto se rasca un poco la superficie, se observa que el argumento del film resulta universal, una reflexión sobre realidades que todos terminaremos pasando en algún momento de nuestra vida. 



Todos comenzamos siendo los nietos a quienes molestan que los abuelitos ocupen su cuarto; luego somos el matrimonio preocupado por qué hacer con los padres cuando están mayores y, finalmente, acabamos siendo los abuelos. Una sensación de final del camino preside el inteligente guión que firman el director y Kôgo Noda. Hay una película extraordinaria llamada Cautivos del mal (1952) donde ningún dato de la biografía de los personajes está dejado al azar, siempre cumplen un propósito con la trama. En otro género, Cuentos de Tokio es su gemela, todo lo que averiguamos de los integrantes de esta familia tiene un propósito, son astutas pistas que nos han dejado para que podamos ir montando el puzzle. 


Colin Covert hizo una crítica maravillosa sobre la manera en la que se enfoca esta convivencia de generaciones: "Ozu no sentimentaliza, ni condena: él meramente contempla la naturaleza humana con calma y claridad". Y, efectivamente, la armonía preside todo el entramado, como si este pausado viaje de 139 minutos de metraje fuera una jornada con amigos en vacaciones, tomando un refrigerio. Nadie es malvado per se, si acaso humanamente egoístas, con sus contradicciones, deseos y anhelos. Cuando se consigue esa alquimia, se comprende a los personajes y, si sucede eso, es imposible no quererlos. 



Conviene a este respecto recordar la delicada situación de Japón cuando se rodó. Recién estaba desperezándose de la pesadilla que había sido la guerra. No está muy reflejada en los diálogos, pero no hace ninguna falta. Ozu tiene suficientes recursos para mostrar que era una tierra con cicatrices y ganas de olvidar. Nadie lo ejemplifica mejor que una de las nueras del matrimonio, cuyo marido está desaparecido en combate y probablemente muerto desde hace años. Sin duda, la actuación de Setsuko Hara es soberbia y crea una gran complicidad con el público. 



La hija política se llama Noriko y crea una paradoja extraordinaria en una cinta que no deja de ser, sobre el papel, una reflexión sobre la familia. Y es que ella, la cual no tiene ningún vínculo de sangre con sus ex suegros, es la que los trata con una mayor ternura. Noriko es una personalidad repleta de bonhomía y también de misterio, puesto que hay partes de su biografía que, intencionadamente, son ocultadas al espectador.   


El único inconveniente de esta obra maestra es el mismo que han sufrido otras piezas como Ciudadano Kane (1941); es decir, ese elogio desmedido de la crítica que puede llegar a condicionar y empachar a los nuevos espectadores. Cuentos de Tokio suele ocupar la primera posición o uno de los podios privilegiados en muchas clasificaciones y listados. En ocasiones, puede ser contraproducente. Es una deliciosa historia que tiene su momento y edad para ver. Creo que decir de cualquier película que es la mejor de la Historia es ponerle presión innecesariamente, hacerle un flaco favor en un terreno tan subjetivo. 



Lo que parece que nunca envejecerá es la alquimia que forma la química en pantalla que manifiestan Chieko Higashiyama y Chishû Ru, quienes dan vida a esta encantadora pareja cimentada en décadas de convivencia, soportando sus pequeñas manías, disfrutando de la familia y de cómo luego toca que abandonen el nido. Dentro del excelente nivel general, los revisionados refuerzan la presencia del personaje de Chieko, revindicando la figura de la madre, la que sabe saber sin decir muchas cosas, la que ve más allá. 



El magisterio Ozu nos dejará con el bueno del señor Hirayama mirando a ese insolente reloj que nos recuerda que la muerte está tan segura de su victoria que nos da una vida de ventaja. Nos alejamos de su serena y digna figura tras haber asistido al hechizo de poder haber sido invitados a un momento íntimo familiar sin formar parte de ese clan. O quizás sí, porque, si algo determina la unión no es la sangre compartida, sino la comunión de emociones.  



FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE LOS SIGUIENTES ENLACES:



-http://www.sosmoviers.com/criticas/critica-cuentos-de-tokio/



-http://www.sensacine.com/actores/actor-2917/fotos/detalle/?cmediafile=18888482



-http://cinealberto.blogspot.com.es/2015/06/tokyo-monogatari-cuentos-de-tokio.html

domingo, 4 de septiembre de 2016

EL LABERINTO DEL FILÓSOFO: MARCO AURELIO


Las personas amantes de los escenarios tienen una grata cita cada verano con Mérida, la cual ha sabido rentabilizar su teatro romano a través de cuidados festivales internacionales de corte clásico. Recientemente, se ha clausurado la edición número sesenta y dos, despidiendo el mes de agosto con una obra cuyo título evoca a una de las figuras imperiales más recordadas de la antigua Roma: Marco Aurelio. El libreto de Agustín Muñoz Sanz apuesta por volver a poner sobre el escenario a uno de los gobernantes más notables de su tiempo, el elegido por Adriano para ostentar el peso de la potencia más hegemónica de aquellos días en Occidente. 



Persona cultivada y enseñada desde su infancia por un nutrido cuerpo de filósofos e intelectuales de primer orden, Marco Aurelio revive aquí, a través de las palabras y presencia de Vicente Cuesta, quien encarna de manera maestra a un César envejecido y enfermo, aunque su mente sigue albergando curiosidad, incertidumbre, proyectos y planes, desde la frontera de Partia a los problemas de la epidemia de peste que merma a su población. Con una puesta en escena audaz, los coros bailan, luciendo un vestuario impreciso, como surgido de las tinieblas del Hades, para representar a esos emisarios del Apocalipsis (guerra, enfermedad, hambre...) que hacen tambalearse a todo un sistema. 



A diferencia de otros de sus predecesores y muchos de sus sucesores, Marco Aurelio dejó una obra de su puño y letra que todavía hoy sigue fascinando: Meditaciones. Más que un libro uniforme, se trata de los apuntes vitales de una persona inteligente que reflexiona sobre sus experiencias desde un punto de vista moral. No en vano, el siniestro pero astuto Hannibal Lecter recomendaba a la agente Clarice que leyera los pensamientos escritos del viejo emperador. Cuesta refleja esa naturaleza de ser humano que vive más cómodo en el mundo de las ideas de Platón que en la realidad más mundana. Lo cual no está exento de riesgos. 


Esto es algo que el drama orquesta con sabiduría. A pesar de tener admirables virtudes, el Marco Aurelio presentado dista de ser perfecto. Muchas veces, incluso de su excesivo intelectualismo surgen las complicaciones. Hay alguna escena de mérito entre Cuesta y Fermín Núñez, el cual encarna a Pompeyano, el leal y pragmático general que sabe ver mejor que su emperador los peligros que acechan cara a la sucesión del gobernante. El elevado código moral de Marco Aurelio le hace cometer injusticias con sus propios soldados, incluso hacia los más leales en el limes más remoto. 



Y es que, por más que se empeñen filmes como La caída del imperio romano o Gladiator, el emperador-filósofo escogió libremente a su hijo Cómodo como sucesor en el Palatino. Por más que el celuloide le haya hecho flaco favor, el heredero imperial presenta pocos motivos para recibir una imagen más positiva. Durante generaciones, se ha cuestionado la propia paternidad de Lucio Aurelio Cómodo, quizás buscando justificar el contraste entre su reinado conjunto y el enloquecido gobierno por parte del segundo tras la muerte de su presunto progenitor. Por más que la ficción se empeñe, como bien recordaba Indro Montanelli, el propio autor de las Meditaciones presentó a su vástago ante las legiones como el nuevo Sol que alumbraría el imperio. Cualquier padre comprendería la ceguera que se auto-imponen ante las virtudes y defectos de su vástago. 



Quizás uno de los pocos reproches a la pieza sea la simplificación del árbol familiar de la dinastía antonina, eliminándose probablemente por economía de tiempo, puesto que habría alargado la obra la inclusión, por ejemplo, de Lucila, o menciones al otro hermano de Cómodo, fallecido en la infancia. Todos fueron hijos de Marco Aurelio con Faustina, la cual, probablemente, habría podido tener más peso en los diálogos, aunque se intuyen con sagacidad sus tormentosas relaciones con su marido y su influencia sobre el heredero. 


Por el contrario, la difícil infancia del protagonista está reflejada con toda su crudeza a través de sugestivos y enloquecidos sueños, donde Marco Aurelio se despoja de todos los ribetes púrpuras del poder o el altar del conocimiento para volver a ser un niño asustado a quien su ambiciosa e inteligente madre manda bajo la tutela de la corte de Adriano. Son algunos de los instantes más logrados, acercando la faceta humana de esas figuras que parecen hechas únicamente de mármol. 



Como casi resulta inevitable en la aproximación dramática a estas figuras del pasado (Julio César, Escipión, Cleopatra...), hay cierto enamoramiento del protagonista por parte de sus biógrafos en la ficción, incluso suavizando sus fallas. Y es que cuesta pensar el intento de aproximación entre el estoicismo y el cristianismo que termina realizando el emperador, habida cuenta de que bajo su gobierno se realizaron no pocas persecuciones ante dicha fe, tenida como una peligrosa secta que podía desestabilizar. Ello no empaña el entrañable personaje de Crispino, caracterizado por José Vicente Moirón, quien da vida a un esclavo de dicho credo que es testigo de lujo de los últimos instantes a este lado de la laguna Estigia del César. 



Y es con ellos con quienes dio clausura Emerita Augusta a estos caprichos con aroma clásico a los que nos tiene ya acostumbrados. Únicamente queda aguardar al próximo verano para seguir disfrutándolos. 



FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE LOS SIGUIENTES ENLACES: 



-Teatro de Mérida [Fotografía tomada por el autor del blog. Agosto de 2016]



-Teatro de Mérida [Fotografía tomada por el autor del blog. Agosto de 2016]



-Teatro de Mérida [Fotografía tomada por el autor del blog. Agosto de 2016]