domingo, 4 de septiembre de 2016

EL LABERINTO DEL FILÓSOFO: MARCO AURELIO


Las personas amantes de los escenarios tienen una grata cita cada verano con Mérida, la cual ha sabido rentabilizar su teatro romano a través de cuidados festivales internacionales de corte clásico. Recientemente, se ha clausurado la edición número sesenta y dos, despidiendo el mes de agosto con una obra cuyo título evoca a una de las figuras imperiales más recordadas de la antigua Roma: Marco Aurelio. El libreto de Agustín Muñoz Sanz apuesta por volver a poner sobre el escenario a uno de los gobernantes más notables de su tiempo, el elegido por Adriano para ostentar el peso de la potencia más hegemónica de aquellos días en Occidente. 



Persona cultivada y enseñada desde su infancia por un nutrido cuerpo de filósofos e intelectuales de primer orden, Marco Aurelio revive aquí, a través de las palabras y presencia de Vicente Cuesta, quien encarna de manera maestra a un César envejecido y enfermo, aunque su mente sigue albergando curiosidad, incertidumbre, proyectos y planes, desde la frontera de Partia a los problemas de la epidemia de peste que merma a su población. Con una puesta en escena audaz, los coros bailan, luciendo un vestuario impreciso, como surgido de las tinieblas del Hades, para representar a esos emisarios del Apocalipsis (guerra, enfermedad, hambre...) que hacen tambalearse a todo un sistema. 



A diferencia de otros de sus predecesores y muchos de sus sucesores, Marco Aurelio dejó una obra de su puño y letra que todavía hoy sigue fascinando: Meditaciones. Más que un libro uniforme, se trata de los apuntes vitales de una persona inteligente que reflexiona sobre sus experiencias desde un punto de vista moral. No en vano, el siniestro pero astuto Hannibal Lecter recomendaba a la agente Clarice que leyera los pensamientos escritos del viejo emperador. Cuesta refleja esa naturaleza de ser humano que vive más cómodo en el mundo de las ideas de Platón que en la realidad más mundana. Lo cual no está exento de riesgos. 


Esto es algo que el drama orquesta con sabiduría. A pesar de tener admirables virtudes, el Marco Aurelio presentado dista de ser perfecto. Muchas veces, incluso de su excesivo intelectualismo surgen las complicaciones. Hay alguna escena de mérito entre Cuesta y Fermín Núñez, el cual encarna a Pompeyano, el leal y pragmático general que sabe ver mejor que su emperador los peligros que acechan cara a la sucesión del gobernante. El elevado código moral de Marco Aurelio le hace cometer injusticias con sus propios soldados, incluso hacia los más leales en el limes más remoto. 



Y es que, por más que se empeñen filmes como La caída del imperio romano o Gladiator, el emperador-filósofo escogió libremente a su hijo Cómodo como sucesor en el Palatino. Por más que el celuloide le haya hecho flaco favor, el heredero imperial presenta pocos motivos para recibir una imagen más positiva. Durante generaciones, se ha cuestionado la propia paternidad de Lucio Aurelio Cómodo, quizás buscando justificar el contraste entre su reinado conjunto y el enloquecido gobierno por parte del segundo tras la muerte de su presunto progenitor. Por más que la ficción se empeñe, como bien recordaba Indro Montanelli, el propio autor de las Meditaciones presentó a su vástago ante las legiones como el nuevo Sol que alumbraría el imperio. Cualquier padre comprendería la ceguera que se auto-imponen ante las virtudes y defectos de su vástago. 



Quizás uno de los pocos reproches a la pieza sea la simplificación del árbol familiar de la dinastía antonina, eliminándose probablemente por economía de tiempo, puesto que habría alargado la obra la inclusión, por ejemplo, de Lucila, o menciones al otro hermano de Cómodo, fallecido en la infancia. Todos fueron hijos de Marco Aurelio con Faustina, la cual, probablemente, habría podido tener más peso en los diálogos, aunque se intuyen con sagacidad sus tormentosas relaciones con su marido y su influencia sobre el heredero. 


Por el contrario, la difícil infancia del protagonista está reflejada con toda su crudeza a través de sugestivos y enloquecidos sueños, donde Marco Aurelio se despoja de todos los ribetes púrpuras del poder o el altar del conocimiento para volver a ser un niño asustado a quien su ambiciosa e inteligente madre manda bajo la tutela de la corte de Adriano. Son algunos de los instantes más logrados, acercando la faceta humana de esas figuras que parecen hechas únicamente de mármol. 



Como casi resulta inevitable en la aproximación dramática a estas figuras del pasado (Julio César, Escipión, Cleopatra...), hay cierto enamoramiento del protagonista por parte de sus biógrafos en la ficción, incluso suavizando sus fallas. Y es que cuesta pensar el intento de aproximación entre el estoicismo y el cristianismo que termina realizando el emperador, habida cuenta de que bajo su gobierno se realizaron no pocas persecuciones ante dicha fe, tenida como una peligrosa secta que podía desestabilizar. Ello no empaña el entrañable personaje de Crispino, caracterizado por José Vicente Moirón, quien da vida a un esclavo de dicho credo que es testigo de lujo de los últimos instantes a este lado de la laguna Estigia del César. 



Y es con ellos con quienes dio clausura Emerita Augusta a estos caprichos con aroma clásico a los que nos tiene ya acostumbrados. Únicamente queda aguardar al próximo verano para seguir disfrutándolos. 



FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE LOS SIGUIENTES ENLACES: 



-Teatro de Mérida [Fotografía tomada por el autor del blog. Agosto de 2016]



-Teatro de Mérida [Fotografía tomada por el autor del blog. Agosto de 2016]



-Teatro de Mérida [Fotografía tomada por el autor del blog. Agosto de 2016]

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