domingo, 11 de septiembre de 2016

EPÍLOGO DE VERANO: CUENTOS DE TOKIO


Hay películas muy bien rodadas y otras que, directamente, invitan al espectador a tener la sensación de que ha invadido la intimidad de un hogar, como si se hubiera convertido por embrujo en un ser invisible que se ha colado en una casa para ver oculto el día a día de personas de carne y hueso. Cuentos de Tokio (1953) se enmarcaría con facilidad en esa segunda categoría, siendo, todavía a día de hoy, un exponente del grado de profundidad que puede ofrecer el séptimo arte. 



Yasuiro Ozu se coloca detrás de la cámara para narrar una historia sencilla. No obstante, debemos tener cuidado con este adjetivo. Sencillez no implica simplicidad o asuntos de poca importancia; la pareja de ancianos protagonistas que viajan a la capital nipona a ver a su prole es un relato cotidiano pero, en cuanto se rasca un poco la superficie, se observa que el argumento del film resulta universal, una reflexión sobre realidades que todos terminaremos pasando en algún momento de nuestra vida. 



Todos comenzamos siendo los nietos a quienes molestan que los abuelitos ocupen su cuarto; luego somos el matrimonio preocupado por qué hacer con los padres cuando están mayores y, finalmente, acabamos siendo los abuelos. Una sensación de final del camino preside el inteligente guión que firman el director y Kôgo Noda. Hay una película extraordinaria llamada Cautivos del mal (1952) donde ningún dato de la biografía de los personajes está dejado al azar, siempre cumplen un propósito con la trama. En otro género, Cuentos de Tokio es su gemela, todo lo que averiguamos de los integrantes de esta familia tiene un propósito, son astutas pistas que nos han dejado para que podamos ir montando el puzzle. 


Colin Covert hizo una crítica maravillosa sobre la manera en la que se enfoca esta convivencia de generaciones: "Ozu no sentimentaliza, ni condena: él meramente contempla la naturaleza humana con calma y claridad". Y, efectivamente, la armonía preside todo el entramado, como si este pausado viaje de 139 minutos de metraje fuera una jornada con amigos en vacaciones, tomando un refrigerio. Nadie es malvado per se, si acaso humanamente egoístas, con sus contradicciones, deseos y anhelos. Cuando se consigue esa alquimia, se comprende a los personajes y, si sucede eso, es imposible no quererlos. 



Conviene a este respecto recordar la delicada situación de Japón cuando se rodó. Recién estaba desperezándose de la pesadilla que había sido la guerra. No está muy reflejada en los diálogos, pero no hace ninguna falta. Ozu tiene suficientes recursos para mostrar que era una tierra con cicatrices y ganas de olvidar. Nadie lo ejemplifica mejor que una de las nueras del matrimonio, cuyo marido está desaparecido en combate y probablemente muerto desde hace años. Sin duda, la actuación de Setsuko Hara es soberbia y crea una gran complicidad con el público. 



La hija política se llama Noriko y crea una paradoja extraordinaria en una cinta que no deja de ser, sobre el papel, una reflexión sobre la familia. Y es que ella, la cual no tiene ningún vínculo de sangre con sus ex suegros, es la que los trata con una mayor ternura. Noriko es una personalidad repleta de bonhomía y también de misterio, puesto que hay partes de su biografía que, intencionadamente, son ocultadas al espectador.   


El único inconveniente de esta obra maestra es el mismo que han sufrido otras piezas como Ciudadano Kane (1941); es decir, ese elogio desmedido de la crítica que puede llegar a condicionar y empachar a los nuevos espectadores. Cuentos de Tokio suele ocupar la primera posición o uno de los podios privilegiados en muchas clasificaciones y listados. En ocasiones, puede ser contraproducente. Es una deliciosa historia que tiene su momento y edad para ver. Creo que decir de cualquier película que es la mejor de la Historia es ponerle presión innecesariamente, hacerle un flaco favor en un terreno tan subjetivo. 



Lo que parece que nunca envejecerá es la alquimia que forma la química en pantalla que manifiestan Chieko Higashiyama y Chishû Ru, quienes dan vida a esta encantadora pareja cimentada en décadas de convivencia, soportando sus pequeñas manías, disfrutando de la familia y de cómo luego toca que abandonen el nido. Dentro del excelente nivel general, los revisionados refuerzan la presencia del personaje de Chieko, revindicando la figura de la madre, la que sabe saber sin decir muchas cosas, la que ve más allá. 



El magisterio Ozu nos dejará con el bueno del señor Hirayama mirando a ese insolente reloj que nos recuerda que la muerte está tan segura de su victoria que nos da una vida de ventaja. Nos alejamos de su serena y digna figura tras haber asistido al hechizo de poder haber sido invitados a un momento íntimo familiar sin formar parte de ese clan. O quizás sí, porque, si algo determina la unión no es la sangre compartida, sino la comunión de emociones.  



FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE LOS SIGUIENTES ENLACES:



-http://www.sosmoviers.com/criticas/critica-cuentos-de-tokio/



-http://www.sensacine.com/actores/actor-2917/fotos/detalle/?cmediafile=18888482



-http://cinealberto.blogspot.com.es/2015/06/tokyo-monogatari-cuentos-de-tokio.html

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