domingo, 20 de noviembre de 2016

PERO LAURA NO ME OLVIDA


Apenas sonó el disparo ya había comenzado el mito. Automáticamente, aquella hermosa dama se tornó en una leyenda de Manhattan, justo cuando fue asesinada en su refinado apartamento, mientras lucía su mejor bata de seda, En sus páginas, Laura iniciaba una imparable escalada en el género de la novela negra. Así lo orquestó Vera Caspary, escritora decidida a elevar la premisa de la resolución de un crimen a la categoría de arte. El manuscrito vio la luz a comienzos de la década de los cuarenta del pasado siglo, teniendo una muy rápida (y excelente) adaptación cinematográfica a cargo de Otto Preminger. 



Caspary jugó con diferentes narradores para que el público pudiera entender las pesquisas de un homicidio que se iría complicando en sus motivaciones a medida que se ahonda en el círculo de personas sospechosas. En primer lugar, la pluma de Waldo Lydecker, un talentoso aunque presuntuoso hombre de letras, verdadero mecenas para que la joven Laura pudiera dar el salto de sus primeros modestos trabajos a la alta sociedad de New York. En segundo, las reflexiones del detective Mark McPherson, verdadero prototipo de sabueso de la ley que, no obstante, irá demostrando tener entrañas conforme avance el misterio. 



En la vida real, que el señor Lydecker y el esforzado agente tuvieran una relación más allá de lo profesional sería una quimera, debido a sus diferentes estilos de vida. De cualquier modo, la pluma de Caspary se encarga de brindar ingeniosos diálogos entre ambos que, aunque a veces sean forzados, resultan tan deliciosos de presenciar que la divertida lectura perdona indulgente a cambio del honesto entretenimiento. Como fuere, para justificar el cierto refinamiento de un hombre de acción como McPherson, Caspary saca algún detalle de la biografía del personaje que explica que pueda seguir las enrevesadas líneas del esnobismo de Waldo, principalmente una herida de metralleta que un afamado gángster dejó a su perseguidor de antecedentes escoceses, obligándolo a mirar el techo de una habitación de un hospital durante meses, sin más compañía que una generosa colección de libros. 

   
Por supuesto, más allá de algún juego metaficcional, lo que unirá a ambos caballeros en su búsqueda es la fascinación que los dos sienten por la difunta. Algo lógico en el caso de Waldo querer descubrir quién acabó con su protegida de una forma tan apasionada y cruel, más inquietante en el caso de McPherson, quien empieza a pensar más en Laura que en cualquier otra de las mujeres vivas que ha conocido. Conforme indaga en su entorno, el encallecido investigador va sintiéndose embriagado por todo lo que rodeaba el día a día de una personalidad tan atrayente como el cuadro de la asesinada, el cual luce orgulloso en su apartamento. 



Claro que de los enamoramientos también suelen venir aparejadas desilusiones y el propio McPherson irá viendo que no todo era oro lo que relucía en su admirada víctima. Particularmente, sus entrevistas con el prometido de Laura, Shelby Carpenter, un apuesto pero muy vacío playboy con el que ella se había prometido, mostrarán aristas en la idealizada figura. ¿Era acaso tan sofisticada y sensible o también podía caer en tentaciones más vulgares? Varias perspectivas sobre la protagonista silenciosa que van enriqueciendo una novela realmente ejemplar en su género. 



Muchas veces se ha comentado que Preminger elevó el relato original al estilo del que usaba Hitchcock con algunos pulps. Como fuere, creo que existe una diferencia notable. Sir Alfred cogía muy buenas ideas de pequeños trabajos y añadía muchas cosas de cosecha propia. Me atrevería a pensar que Preminger, director fabuloso, tuvo la fortuna de contar con un trabajo muy notable, una excelente y bien desarrollada idea por parte de Caspary que él adaptó (con detalles independientes y excelentes añadidos) con magistral solvencia. 


Siguiendo el paralelismo, no podemos dejar de apuntar como Caspary se expresa con sapiencia, a través de los maliciosos labios del sarcástico Lydecker, acerca de los riesgos de la clase de enamoramientos que se producen entre vivos y difuntos, un concepto que el propio Hitchcock llevó un paso más allá en Vértigo: De entre los muertos (1958). Waldo no conoció a Scottie Ferguson, aunque, de haberlo hecho, le habría advertido al detective de San Francisco en los mismos términos que a su aliado McPherson. 



Asimismo, no dejen de prestar atención al elemento onírico con que nuestra escritora inunda todo lo relativo al caso, alternándose las fantasías y anhelos con pesadillas de desasosiego. Pocos de los sospechosos en el asunto pueden caer en brazos de Morfeo con la conciencia tranquila, manteniéndose alejados del espectro de Laura, todavía muy poderososo. 



El alma del fallecido Patroclo regañaba a Aquiles porque, cuando dormía, le olvidaba. No obra así Laura, perenne vigilante en su apartamento, convertida ya en un mito de la literatura y del cine negro... 



EDICIÓN MANEJADA:



-CASPARY, V., Laura, Alianza Editorial, Madrid, 2016. Traducción a cargo de Pilar de Vicente Servio. 



ENLACES DE INTERÉS:



-EL RETRATO DE LAURA HUNT



FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE LOS SIGUIENTES ENLACES:



-http://www.casadellibro.com/libro-laura/9788491043928/3028373



-https://en.wikipedia.org/wiki/Laura_(novel)#/media/File:LauraNovel.jpg



-http://prettysinister.blogspot.com.es/2014/12/ffb-laura-vera-caspary_8.html

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