domingo, 15 de enero de 2017

ALLÁ DONDE CAIGA LA FLECHA...


Es una sonrisa que recordamos muy bien, la hemos visto miles de veces en pantalla grande o pequeña. El sagaz arquero contempla la llegada de su legítimo monarca, el rey Ricardo, mientras su hermano Juan y sus explotadores cobradores de impuestos han sido derrotados, una vez más, por los leales súbditos. Robin ha sido parte fundamental en el proceso; al menos, así lo quiso perpetuar la leyenda y, con mucho más ahínco, Hollywood. El film que hoy nos ocupa, Robin y Marian (1976) no cuestiona, bajo ningún concepto, ese precepto. Su protagonista es, de nuevo, el guerrero de Sherwood, podría ser cualquier de los anteriores encarnaciones, incluso el de la mítica versión de Errol Flynn (1938). 



No obstante, la película dirigida por Richard Lester tiene un truco que todavía la hace destacar en el carcaj filmográfico de la leyenda. Es el mismo Robin de siempre, pero pasado por los estragos de la edad y de la guerra. Olviden la eterna mueca de divertida auto-confianza y vean a un viejo soldado inglés con su inseparable camarada, mirando una fortaleza de mala muerte en el largo camino de regreso a casa. Es un objetivo militar de nulo interés, una batallada absurda y masacre sin sentido. Finalmente, sus sensatos consejos a Ricardo, apodado Corazón de León por su desempeño en las Cruzadas, solamente les darán como tributo el calabozo. 



Así empieza esta parte del cuento, la nunca narrada. Nada menos que Sean Connery da vida aquí al hombre que robaba a los ricos para dárselo a los pobres. En el momento justo para este papel, el consagrado actor logra dar toda la madurez y el desengaño que transmite el inteligente guión planteado por James Goldman. Robin está harto, como también le sucede a su inseparable Little John (un Nicol Williamson que habla poco, pero cuando lo hace es para dictar sentencias imborrables, imperdible un diálogo suyo con Marian), del largo periplo. 


Dos amigos que partieron por fidelidad a su soberano y con la ilusión de hacer algo grande en las Cruzadas. Pronto, comprenderían que lo que les aguardaba eran las atrocidades de Acre, las violaciones, el saqueo y toda la barbarie que va asociada al concepto de guerra santa. Richard Harris da vida al siempre controvertido rey Ricardo (imprescindible a este respecto la biografía de Jean Flori sobre este personaje y su época) de una manera tan descarnada que se adivina su influencia en la versión de Ridley Scott décadas después (2010). 



Mucho dejaron atrás en Inglaterra, pero alguien tenía un valor claro sobre el resto: Marian. Audrey Hepburn da aquí la réplica a la presencia de Connery con una enamorada que hubo de acostumbrarse al desengaño. Tornada en abadesa y buscando una pequeña parcela de poder en un mundo de hombres, la antigua amante de Sherwood se torna en algo diferente, si bien quedan restos de una gran pasión. Antes de Ricardo y la guerra con Saladino fueron Romeo y Julieta, ahora presentan algunas arrugas pero poseen una lucidez mucho mayor acerca de lo que perdieron por el camino. 



Término abusado hasta la saciedad, no pocas de las llamadas películas románticas tienen un cierto aroma a irrealidad y, con perdón, toque empalagoso. No sucede así con este romance verdadero pero real, donde los estragos del tiempo y la desilusión también hacen acto de presencia. Y eso no menoscaba a la pareja, sino que convierte a Robin y Marian en más interesantes de lo que fueron en la tradición impoluta y sin defectos. 


Y para todo ello hacía falta una última pieza en el puzzle. No se puede hablar de los forajidos del bosque sin hacerlo, en cierta medida, del sheriff de Nottingham. Generalmente presentado como el avaricioso, no demasiado espabilado y bastante mezquino opresor de los habitantes de su jurisdicción, aquí encontramos a Robert Shaw cuestionando esas premisas de forma brillante. Shaw no brinda un villano para el héroe, sino un personaje sumamente complejo que, al igual que Robin, parece estar obligado por un destino invisible a cumplir con su rol. 



El señor de Nottingham también parece cambiado. No parece sentir mayor apego por el rey Juan del que Robin ha terminado sintiendo por Ricardo, aunque ambos se comportan como leales y competentes vasallos. A diferencia de otras versiones, aquí la autoridad es capaz de sentir dolor por sus soldados que caen en batalla, lamentándose incluso de no haberles adiestrado lo suficiente. Shaw y Connery otorgan de la nobleza de Aquiles y Héctor a sus creaciones, hasta el punto de sentir que es un verdadero desperdicio de valor y talento que uno de esos dos hombres termine matando al otro, cuando tienen mucho más en común de lo que las apariencias invitan a pensar. 



Y, por supuesto, al final de todas las aventuras, el inicio y el cierre será el mismo: Robin y Marian. Un tercer acto que, habida cuenta del contexto, no puede desprenderse de ese sabor agridulce. De cualquier modo, pese al inexorable paso del tiempo, de las arrugas y los achaques de las rodillas al saltar, nadie puede dudar que estamos ante el film más melancólico y verazmente romántico que nunca se ha hecho sobre el arquero. 



ENLACES DE INTERÉS:



-REGARDING SHERIFFS



-RESEÑA EN CINE SIN FIN



FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE LOS SIGUIENTES ENLACES:



-https://dvdbash.com/2013/01/02/audrey-hepburn-robin-and-marian-1976-starring-sean-connery/



-https://candledance.wordpress.com/2014/01/14/ros-addendum-the-greatest-enemy-regarding-sheriffs/



-https://candledance.wordpress.com/2014/01/14/ros-addendum-the-greatest-enemy-regarding-sheriffs/

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