domingo, 30 de abril de 2017

UNA HABITACIÓN


Cuando Andrés despertó, la habitación todavía estaba allí. No le costó mucho reconocerla, aunque algunos detalles parecían diferentes. Sin embargo, dudó de sus propios instintos, últimamente su memoria de elefante le fallaba hasta el punto de sentirse incómodo en su propia casa, aquella que compró con tanto esmero hacía treinta años. Bienvenidos a "El Padre", una pieza teatral que no puede dejar indiferente a nadie, una reflexión sobre una de las etapas más fundamentales de la vida, si bien la ficción ha solido rehuirla por no considerarla comercial: la vejez. 



José Carlos Plaza dirige y adapta un texto inteligente, surgido de a mente de Florian Zeller, una trama que va a resultar cercana a muchas personas, porque es el ciclo vital el que la marca. En muchos sentidos, la tercera edad es el retorno a la niñez, al sentirse desvalido, el temor del desamparo, la búsqueda de la más elemental protección. Un argumento sensible y sin paños calientes, el cual no renuncia a uno de los elixires que hemos creado para afrontar las circunstancias más crueles: el sentido del humor. 



El actor escogido para Andres no podía ser otro: Héctor Alterio. El titán argentino es uno de esos escasos intérpretes que puede transmitir mil sensaciones mientras su personaje está sentado con su pijama en un sofá. Su capacidad para dar el tono justo a una frase y la fuerza de su mirada le hacen dominar mil registros, usados a su antojo, quedando el público en todo momento a su merced. Plaza, director hábil, sabe dosificar a su gran estrella, da pausas durante las escenas para que echemos de menos a Andrés, para evitar que pierda carisma o esta historia familiar se torne un monólogo. 



Y es que el Alzheimer, como el cáncer, es una enfermedad cuya capacidad de destrucción parece casi ilimitada: afecta a la persona y a todo lo que tiene a su alrededor, sin ningún asomo de piedad. La dolencia de Andrés condiciona su vida y la de sus hijas, yernos, enfermeras, etc. Ana Labordeta regala un personaje maravilloso en ese sentido, reflejando la transformación brutal en su vida cotidiana lo que significa eso, quedando como único consuelo el amor a su padre. 



Todos estos ingredientes ya bastarían para hacer una agridulce comedia capaz de cautivar, de cualquier modo, hay más, bastante de hecho. La escenografía e iluminación se combinan con simpleza y habilidad para hacer una metáfora elocuente e imperdible, la iremos adivinando, pero en nada nos estorba. Queremos hacer el viaje con Andrés hasta el final, como si sintiéramos que, en caso de tener la fortuna de llegar hasta allí, también nos tocará a nosotros. 



Y habrá momentos duros. Porque, como advertíamos previamente, el conocimiento de Zeller de la naturaleza humana es profundo y eso obliga a pararse en las dos caras de la moneda: si existe la piedad, es porque somos capaces de una gran crueldad. Donde reside el cariño, suele darse también la ingratitud, de padres a hijos, maridos a mujeres, etc. Durante la función, somos transportados a una reflexión profunda donde se revelan cosas que sospechábamos pero no queríamos ver aflorar. 


Aquí se advierte la hábil mano de la dirección. Igual que estamos ante una obra que se niega a ser edulcorada, también se muestra reacia al exhibicionismo. El texto y el reparto confían en la inteligencia de su audiencia, saben que si le dan las pistas atarán cabos en esta biografía de retazos, que en el teatro es peor lo que estamos obligados a imaginar que cualquier cosa visible. 



En todo ello se mueven las motivaciones. Cada persona del elenco es consciente de que su rol no es ni bueno ni malo, el círculo del protagonista tiene sus motivaciones, una serie de intereses que se protegen de una manera egoísta, como es propio de la vida que, pese a todos, siempre puja por continuar. La arriesgada manera de hilvanar la historia funciona por la generosidad de los demás, al servicio de un artista argentino en los niveles que solamente alcanzan los tocados por la varita. 



Cuando cae el telón resulta fácil sentir que hemos tenido el privilegio de ver el clinic de uno de los grandes últimos maestros, de un actor excepcional que aquí se siente cómodo y arropado por una compañía espléndida y una ayuda técnica soberbia, Alterio disfruta y hace disfrutar a partes iguales. Como bien apuntaba el propio Plaza, Andrés nos hace reír pero nunca de él.  



FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE LOS SIGUIENTES ENLACES:



-Gran Teatro de Córdoba, El Padre, función del 30 de abril de 2017 [Fotografía tomada por el autor del blog]






domingo, 23 de abril de 2017

HISTORIA DE UNA RIVALIDAD



El duelo es un relato del célebre escritor Joseph Conrad. A pesar de aparecer publicado por primera vez en el año de 1908 junto con otras cinco ficciones, esta pequeña historia de una rivalidad pronto se convirtió en un objeto de fascinación para las personas que la leían. ¿Qué motivó a los militares Feraud y D´Hubert a odiarse de una manera tan encarnizada a través de los años en la Europa napoleónica? Nada y todo, puesto que, como tantos otros grandes odios, las raíces suelen ser absurdas y poco profundas.  



"Ningún hombre logra éxito en todo lo que emprende. En ese sentido cualquiera de nosotros es un fracasado. El punto esencial reside en que no fallemos al ordenar y sostener el esfuerzo de nuestra vida". Así se expresará el propio Conrad en un punto clave de su narración. Cierto halo de misterio envuelven sus páginas en este caso, puesto que sin entrar en abundantes detalles, logra crear una atmósfera de familiaridad y complicidad en su público para que sigamos absortos los diversos lances que dos formidables personalidades se ven obligados a sostener. 



Entre las propias filas de húsares del ejército napoleónico donde sirven, los perennes enfrentamientos de mal llamado honor entre ambos alcanzarán un rango legendario. No tiene nada de extraño que un hábil cineasta como Ridley Scott sintiera que allí había un gran material para hacer una adaptación cinematográfica de altura, Los duelistas (1977).



Conrad logra una extraña alquimia a conseguir mantener el interés del drama sin añadir excesivos personajes secundarios, tampoco abundan descripciones de la época. Obviamente, nos retiraremos con ambos oficiales de las nevadas estepas rusas repletas de amenazadores cosacos, mientras que los dos guerreros buscarán algo de descanso y paz en algunos lujosos salones en refinadas capitales europeas. No obstante, al final del día, las poderosas sombras de D´Hubert y Feraud absorberán todo lo demás sin piedad, como si no permitieran intrusiones en el testamento de su ancestral necesidad de revancha.



Conviene que nos detengamos, aunque sea de forma breve, a examinar la construcción de estos protagonistas. Feraud es descrito por el autor de manera clara en apenas unos trazos, siendo la clase de persona que encuentra acomodo bajo el ruido de los sables y los cañones. En su vida social, el combativo jinete no es comparable al más refinado D´Hubert, siendo una figura gris que solamente encuentra un objetivo vital al servicio del Emperador y alimentado el deseo de venganza por afrentas sufridas, ya sean reales o imaginarias. Eso sí, Conrad es un literato complejo y revela el por qué Feraud es un adversario tan temible, puesto que su coraje no es un valor irreal; a su natural arrojo se le suma un sentimiento de irreductible que harían a cualquiera pensárselo dos veces antes de medirse frente el en cualquier pelea.



D´Hubert se asemejaría con mayor facilidad a una especie de dandi para el siglo XIX. Cómodo con su uniforme tanto en el campo de batalla como en reuniones sociales, su estilo le permitiría obtener algún buen matrimonio ventajoso tras haber tenido varios lances amorosos afortunados con cortesanas. Si en cualquier relación de pareja hay un amante y un amado, en el odio también hay un papel más activo que el otro. A la par que Feraud es incapaz de olvidar la deuda por saldar, D´Hubert se mostraría complacido si ese molesto hombrecillo dejase de mandarle padrinos, contento ante la perspectiva de que los dos pudieran pasar página.


De hecho, D´Hubert será quien sepa prosperar tras la derrota de Waterloo en la nueva (o vieja) Europa que se gesta tras la caída definitiva de Napoleón. Pero si Frankenstein era incapaz de que sus actos no volvieran a visitarle, su pesadilla gascona y forjada en el mismo metal de su padre herrero, volverá a intentar enturbiar sus días de paz y galanteos.



Conrad convierte a sus dos criaturas en víctimas de la enfermiza concepción del honor de la época, una cuestión que llevó a abundantes personas a los cementerios antes de tiempo. Pistolas y espadas como resolución de los conflictos y la presión social, siempre ella, para arrojar a uno y otro contendiente al terrible desenlace.



En cierta ocasión, nuestro escritor afirmó que con esta pequeña novela había querido hacer una tentativa de pequeña ficción histórica. Pero resultó ser algo más. El pulso entre el luchador experimentado y el estratega. El elitista aristócrata frente al hombre ascendido por sus méritos. El caballero frente al guerrero. Una danza sin sentido, inútil y fascinante.


  
EDICIÓN MANEJADA:



-CONRAD, J., El duelo, Alianza Editorial, Madrid, 2008.



FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE LOS SIGUIENTES ENLACES:



-https://www.casadellibro.com/libro-el-duelo/9788420668369/1223513



-http://www.filmaffinity.com/es/film875283.html



-http://www.jotdown.es/2015/10/el-honor-segun-joseph-conrad/

domingo, 16 de abril de 2017

EL BAR DE LAS REVELACIONES



La bestia ha vuelto. Se pueden decir muchas cosas de la última película de Álex de la Iglesia, El bar (2017), sin embargo, quizás para sus fans sea esa frase de obertura la primera idea que les venga a la cabeza. Acompañado de su guionista de confianza, Jorge Guerricaechevarría, el cineasta vasco vuelve por sus derroteros más salvajes, una mezcla castiza de Diez negritos (1939), La jauría humana (1966), Última llamada (2002) y El libro de las revelaciones (finales siglo I d.C.-comienzos siglo II d.C.).



El escenario no puede ser más cotidiano para la cultura española de hoy día. Un bar de tránsito en algún lugar de Madrid, una estación de breve paso para muchos de los parroquianos del lugar, conociéndose ya bastantes entre sí. No obstante, tanto los clientes habituales como otras personas que han entrado por azar van a lamentar profundamente estar allí a las nueve de la mañana de un día cualquiera. La presencia de uno o varios francotiradores va a acabar con la vida de quien intente salir sin existir ninguna explicación aparente.



A pesar del poderoso gancho, puesto que a medida que se interroguen a sí mismos los atrapados verán que hay intereses oscuros para acordonar esa zona, al director le interesa poco el por qué van a quedar allí enjaulados. Todo es un poderoso mcguffin para jugar con unos personajes bien construidos y mejor interpretados. Terele Pávez, una de las actrices de confianza de Álex de la Iglesia, caracterizará a Amparo, la arisca propietaria del local, acompañada de Sátur, un camarero que lleva mucho tiempo a su servicio (un magistral Secun de la Rosa se encarga de este papel).


Aunque sea una historia coral, El bar hace que su auditorio se proyecte con facilidad en Elena, una mujer que entra por azar en el momento más inoportuno para visitar el barrio. Blanca Suárez se muestra perfecta en esa función y su álter ego a va ser quien tenga un arco más rico, plasmándose una transformación de personalidad y física en un verdadero descenso a los infiernos, como si se tratase de la víctima de una maldición. Probablemente, se trate de su mejor trabajo hasta la fecha, puesto que debe haber supuesto su rodaje más exigente.



El casting, como suele ser el sello del creador de El día de la bestia (1995), combina con acierto apuestas muy seguras con un buen sentido comercial del riesgo. Por un lado, encontramos a una artista tan consagrada como Carmen Machi, la cual hace de todo y, lo que es más importante, todo bien y con credibilidad sin aparente esfuerzo. En el otro, Álex persiste en su apuesta por Mario Casas, actor que no siempre me convence, pero que con él suele tener buenas prestaciones. En el caso concreto de El bar, se muestra sólido y hace de un individuo complicado con muchos colores grises. 



Dentro de esta variada fauna, se permite un personaje visceral y que alterna lo cómico con lo trágico, Israel (Javier Ordóñez). En apariencia se trata de un indigente que ya es bastante conocido por todos los vecinos y colabora en la parroquia para sacarse un poco de dinero; no obstante, el giro de acontecimientos le va a equilibrar al resto y, tal vez por una vez, quizás su instinto de supervivencia le ponga en el papel de juez justiciero del valle de Josafat. Ordóñez hace una composición pasional de la que se beneficia el ritmo del film. 


Generalmente, esta especie de mini-Cluedos funcionan muy bien en el primer acto. Más si, como es el caso, hasta quien tiene solamente un par de diálogos lo hace con una naturalidad envidiable. De cualquier modo, a medida que avance el asunto y se acrecienten las sospechas, la propia naturaleza de la historia condiciona y encajona los escenarios. El equipo del director acepta el reto y va hallando caminos subterráneos para conseguir seguir manteniendo atentas las miradas y que nadie abandone el barco hasta llevarlo al sangriento puerto al que va abocada la trama. 



Conforme se van cerrando las puertas y las vías de salida, aflorará lo peor de la naturaleza humana y lo que estamos dispuestos a hacer por mantener nuestro pellejo. Se nota la fina mano de humor negro que posee el argumento, ingenioso y retorcido, pero sin llegar a ser del todo negativo, no odia a ninguno de los protagonistas, todo el mundo tiene sus motivaciones para creer sinceramente que ellos merecen ser los primeros en escabullirse de allí. 



El bar no dejará a nadie indiferente. A muchos les va a gustar y a otros tantos del público les generará dudas y hasta estupor. Como fuere, solamente por el sentido del riesgo y ese sello tan personal que posee una filmografía única en su especie dentro del cine español, merece la pena abrir esa puerta aún con el riesgo de quedar atrapados. 



FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE LOS SIGUIENTES ENLACES:



-http://www.20minutos.es/noticia/2919919/0/nuevo-trailer-alex-de-la-iglesia/



-https://www.berlinale.de/en/presse/pressevorf_hrungen/datenblatt.php?film_id=201715522#tab=video25



-http://www.hobbyconsolas.com/reviews/bar-critica-nueva-pelicula-alex-iglesia-93080

domingo, 9 de abril de 2017

THE SIMPSONS GUY


Parece un guión de ensueño pero es una trampa mortal. Ninguna persona con aspiraciones a guionista querría este encargo en cuanto lo pensase un poco. Juntar a dos de las series más emblemáticas de la animación. Por un lado, el sentimiento de fan hace pensar que es una oportunidad única. Bien mirado, supondría una manera de enfadar, como mínimo, a una de las dos hinchadas. Family Guy y The Simpsons se parecen en el formato, pese a ello, en lo fundamental son bastante diferentes. Sin embargo, el ejercicio de orfebrería por el equipo encabezado por Peter Shin (dirección) y Patrick Meighan (guión) resulta tan brillante y ecléctico que termina logrando lo que se antojaba imposible. 



Aunque se enmarca dentro de la serie de los Griffin, la premisa comienza con un recurso muy propio de los argumentos de la familia amarilla. Es decir, un breve primer acto que trata un tema que no tiene, en apariencia, nada que ver con el prometido crossover. Pero no desesperen, hay un método en la locura y las tiras cómicas que empieza a dibujar Peter para el diario local van a terminar desembocando en el desembarco del clan de Seth MacFarlane en Springfield. 



No es que las relaciones siempre fueran fluidas entre los dos shows pero el hecho de compartir cadena (FOX) y el poderoso caballero con el símbolo del dólar influyeron a esta convergencia. No obstante, al César lo que es del César, se trata de un experimento de más de cuarenta minutos que en ningún momento se hace pesado. Nada resulta especialmente forzado y hay un sentimiento metaficcional que hará muy felices a los fans de uno y otro estilo de humor.



Y es que se trata de un especial realizado con mimo para las personas seguidoras de ambos espectáculos desde sus inicios. Una armonía que destaca en el apartado gráfico, situándose el punto de inflexión en la colaboración entre los animadores de Family Guy con David Silverman para ajustar las particulares características de unos y otros. Una onda en la que también se movió Walter Murphy para realizar una banda sonora que juntase cada repertorio para complementarse mutuamente.  



Es decir, un envase atractivo y que podía complacer. No sin gracia, en varias entrevistas posteriores los implicados se enorgullecían de que su propuesta había recibido el máximo elogio posible de la crítica en internet, siempre comprensiva y constructiva: "No es terrible". Acaso ellos mismos eran conscientes de que no iba a ser posible complacer a todos cuando el dueño de La Mazmorra del Androide sentencia: "La peor pelea de gallos de la historia". 



Al Jean, miembro de algunas de las mejores etapas de Homer y cía (también de otras bastante más cuestionables), encabezó la buena acogida que Springfield dio a Quahog. Simpatías que evitan ser de masaje mutuo cuando se trata un tema espinoso y que siempre ha estado ahí: la influencia simpsoniana que algunos maliciosos llamarían plagio cara a la creación de las criaturas de Seth MacFarlane.


Esta confrontación es, bajo mi modesto juicio, es uno de los regalos de la caja tonta a 2014. Se trata de una reflexión más atinada de lo que pudiera parecer a simple vista. Por un lado, tenemos un capítulo bien hecho y entretenido, si bien los cerebros de sus responsables se han estrujado bastante más de lo que pudiera pensarse. Padre de familia suele suponer una incómoda mezcla de lo sublime y lo grotesco, pero aquí se muestra generosa y, sin perder su sello de identidad, se pone al servicio de la familia amarilla sin caer en la servidumbre.



Obviamente, habrá cuestiones que puedan levantar ampollas en los más radicales de uno y otro show, pero, en líneas generales, ambos productos pueden darse por complacidos de haber sabido reírse de sí mismos con gracia. Aquí los creativos de los habitantes de Springfield no dudan en mirarse el ómbligo y comprender el efecto de hartazgo que puede haber provocado un programa que es historia de la televisión, aunque se ha eternizado como toda gallina de los huevos de oro que se precie. 



No se dejen llevar por los prejuicios y vean The Simpsons Guy con un puntito de relajación, como quien es capaz de disfrutar de algo sin decir, como magistralmente hizo South Park, aquello de: "Eso ya los hicieron en Los Simpsons".



FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE LOS SIGUIENTES ENLACES:



-http://familyguy.wikia.com/wiki/The_Simpsons_Guy



-http://www.eldiario.es/cultura/seriefilos/Peter-Griffin-encontro-Homer-Simpson_6_301379881.html



-http://www.tv.com/shows/family-guy/community/post/family-guy-simpsons-crossover-the-simpsons-guy-review-season-13-episode-1-141167627198/

domingo, 2 de abril de 2017

EL POETA QUE QUISO SER JUGLAR



Pudo estar en tablados carmesíes y bordados de oro, pero prefirió siempre el calor del gallinero, obrar el milagro de tornar los murmullos de francachelas tabernarias en expectante silencio. No existen muchos actores cuya mera presencia pueda justificar celebrar adecuadamente el Día Internacional del Teatro: Rafael Álvarez el Brujo es uno de ellos. El pasado lunes el Gran Teatro de Córdoba se hizo un auto-regalo para alimentar el espíritu, brindando a la audiencia un monólogo inolvidable del intérprete, una carta de amor en clave cervantina a uno de los clásicos. 



Sin embargo, tengamos cuidado al emplear esa palabra. El término clásico literario suena a imposición académica, a nota a pie de página arisca ante la improvisación. El Brujo ha estudiado a Cervantes, Shakespeare y Homero a la perfección, si bien se niega a que se lo dicten otros. No usa su seductora voz para decir lo ya escuchado, su interpretación es libre y fluida, como la que la hacía su propio padre cuando le habla del Quijote, el cual probablemente nunca había leído; eso sí, como afirmaba García Márquez, otro nigromante, lo más maravilloso no es conocer ese pasado, sino recordarlo, porque esa acción conlleva invención. 



El mago consagrado se caracteriza por presentar un objeto ordinario y convertirlo en algo totalmente extraordinario En un austero escenario que haría las delicias de los presupuestos de Angela Merkel, el artista lucentino convierte el triste ajusticiamiento hace siglos de unos reos en el último canto de juglares moriscos. Todo se convierte en un misterio, el eterno arranque de de una obra, porque cada vez que abrimos las páginas del ingenioso hidalgo lo estamos volviendo a crear.


Una danza difícil de realizar cuando se trata de balancear el peso de la palabra escrita y el monólogo ingenioso. Probablemente, junto con Roberto Benigni y su impresionante recitación de la obra de Dante, no exista nadie mejor que este descubrimiento del gran Paco Rabal para hacer que lo antiguo cobre vida. Conseguir que las palabras se transformen hasta que todo un auditorio pueda ver la cansada y triste figura derrotada del mito ante el Caballero de los Espejos. 



Y, como con acierto hace, la privación de la libertad como tema central. Solamente alguien que hubiera conocido los rigores del cautiverio podría haber narrado así el encuentro de Sancho y Alonso Quijano con unos reos que marchan a la terrible pena de servicio en galeras. Si Quevedo supone la ironía, el comentario ingenioso y malicioso, la prosa cervantina implica la perspectiva tierna pese a todos los males. Si hay un testamento para este caballero andante debería ser: practicarás la misericordia sobre todas las cosas. 



A estas alturas, el Brujo no puede engañar a nadie, mucho menos a sí mismo. Se nota que goza cada instante entre bambalinas, que domina tanto el texto que puede permitirse la mezcla con sus vivencias personales sin que se pierda armonía o ritmo. Como el sabio profesor, sabe cuándo su público queda cautivo, se permite siempre la tentación de hacerlo disfrutar. Pulsa la tecla y él mismo se entrega a la droga que sienten todos los trovadores y asaltantes de la palabra que buscan fortuna en la última pasada. 



Un terreno donde se mueve con una comodidad pasmosa. No tiene nada de extraño que el mismísimo Fernando Fernán Gómez lo eligiese como un maduro Lázaro de Tormes (enlace Lázaro de Tormes), así como que este actor tuviera la osadía de comentar ese otro tratado mágico y misterioso llamado La Odisea. Nada escapa a su perspicaz ojo crítico, no en vano hace algún tiempo regaló unas reflexiones impresionantes sobre los brillantes personajes femeninos de Shakespeare. 



Rafael Álvarez pudo haber sido un intérprete de método impresionante. La voz ideal para transmitir el regusto atávico de los versos del Siglo de Oro, un rincón reservado en estudios de corte formal y palaciego. Pero no quiso ser poeta de Corte cuando tenía todo el talento para lograrlo. Igual que alguien decidió salir a los caminos para corregir injusticias, él se enamoró perdidamente de la posibilidad de ser juglar. En otro tiempo, no dudó que habría podido estar en la Barraca. 



El lunes suele ser un día áspero, poco propicio para abandonar un sentimiento de rutina. Sin embargo, en compañía de dos queridos amigos y con un solo individuo ante un escenario, el homenaje al teatro y a Cervantes se realizó de la mejor manera posible. 



FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE LOS SIGUIENTES ENLACES:



-https://entradas.ataquilla.com/ventaentradas/es/teatro/auditorio-sede-afundacion-pontevedra/6987--rafael-alvarez-el-brujo-misterios-del-quijote.html



-https://creativa7.es/rafael-alvarez-el-brujo-desvela-los-misterios-del-quijote-en-el-espacio-cultural-cajacanarias/



-http://redaragon.elperiodicodearagon.com/agenda/fichaevento.asp?id=77539