sábado, 27 de enero de 2018

LA VERDAD SOBRE LA PERFECCIÓN


Moriarty es un apellido que suele ir asociado a cierta Némesis de Sherlock Holmes. Sin embargo, hay una comunidad lectora que también evoca a otra personalidad inteligente y capaz de planear crímenes con habilidad, aunque, por fortuna, en el caso de Liane Moriarty lo hace a través de la ficción literaria. Un material de primera con el que David E. Kelley firmó una adaptación más que sobresaliente para que la prestigiosa HBO sacase un producto que ha cosechado un triunfo incontestable en los Globos de Oro: Big Little Lies. ¿Cuáles son los secretos que esconde este éxito casi perfecto? 



En primer lugar, hay un hecho innegable: los misterios atrapan. Intentar ser más perspicaces que nadie y resolver una duda es una satisfacción para las células grises que genera adicción. Un apacible lugar del norte de California ofrecerá bastantes de ellos en abundancia. Bajo la apariencia de impecables vidas familiares y éxitos profesionales, un grupo de madres tienen más secretos de los que nadie en la vecindad podría pensar. El casting para darles vida asusta con un simple recitado de la alineación: Nicole Kidman (Celeste), Reese Whiterspoon (Madeline), Shailene Woodley (Jane), Laura Dern (Renata Klein), Zoë Kravitz (Bonnie Carlson), etc. 



Un Dream Team potentísimo que no es tan fácil que cuaje en una mini-serie como lo ha hecho en esta ocasión. Pensemos que cualquiera de estas actrices podría ser estrella de función en cualquier película que le propongan. Lograr química, armonía y compartir focos habla de una solidaridad atípica y más que elogiable. El beneficiado es el resto del conjunto, por supuesto. Unas damas complicadas a quien un suceso escabroso va a tener que obligarlas a bucear en lo más hondo de ellas mismas. La reconstrucción de acontecimientos que llevan al desenlace no tienen desperdicio. 


La música de Susan Jacobs ya abre las persianas de ventanas que dan el aspecto de haber estado bajadas demasiado tiempo. La cámara logra meternos en la intimidad de hogares y en temas mundanos que suenan muy comunes (compatibilizar horarios, el matrimonio que va perdiendo chispa, la difícil relación con los ex, etc.). Todo muy cotidiano y altamente interesante si se sabe contar con la precisión y habilidad que tiene Big Little Lies



Se ahonda en los microcosmos. Por ejemplo, la escuela. Porque hay se empieza a diferenciar y ver que existen clases y clases. No es lo mismo la madre soltera recién llegada que las encargadas de organizar los mejores cumpleaños. Tampoco equitativa la defensa que pueden plantear unos padres u otros de su prole según sus recursos socioeconómicos. No pierdan ripio, incluso lo más trivial termina siendo una pista necesaria. 



Dentro de las subtramas, una sobresale con rabiosa actualidad que termina salpicándolo todo. Y es la del personaje de Celeste. Nicole Kidman hace un trabajo muy difícil y sale indemne del proceso. Aparentemente es una mujer que lo tiene todo (proyectos laborales, una familia estable, belleza, etc.), no obstante, ha terminado normalizando lo que no lo es. A través de su círculo más íntimo de amistades y la terapia va a ver la espiral de violencia que rodea su matrimonio. Lo peor de su maltrato es su capacidad de asumirlo, de otorgarle una importancia escasa y relativizada. Alexander Skarsgard es una elección muy acertada porque desmitifica la estética tradicional del villano, puesto que puede tener hechuras de galán. Es capaz de ser simpático, encantador y detallista en ocasiones puntuales. Mecanismos que pueden servir de perfectos instrumentos de control y manipulación. 


Hay mucho conocimiento de distintas facetas de "la vida moderna" (y no, no hacemos en esta ocasión alusión a un magnífico programa de radio). Reese Whiterspoon da chispa y ángel a Madeline. Está muy bien llevado su arco porque toca una cuestión que ya se veía en Madame Bovary, la insatisfacción y la búsqueda de algo más, del enfado con los demás por algo que probablemente venga de la frustración con uno mismo. De las cicatrices que quedan de antiguas relaciones, del deseo de aventura y la ingratitud que, de forma inconsciente, podemos tener por quien nos ayuda en el día a día sin esperar nada a cambio. Su química con el personaje de Adam Scott es sencillamente magnífica. 



Luego hay lujos y florituras que solamente se explican en una maquinaria como la que hoy representa la cadena HBO. Tener de secundaria de lujo a gente del talento de Laura Dern habla claramente del empaque de un proyecto. Se trata de una intérprete que puede hacer de todo (y todo bien), quien en un par de minutos puede fortalecer una escena a unos niveles increíbles. Y así podríamos dar mil ejemplos en el casting. Indudablemente, se trata de la fuente del éxito de este show. 



Con todo, tal vez haya un desinfle al final. En un argumento tan pulido se fuerzan algunas coincidencias que chirrían con respecto al sólido entramado anterior. No se suspira por esa futurible segunda temporada. Deja la sensación de que todo ha quedado bien cerrado y sería un error volver a esta paraíso californiano. Como mini-serie, Big Little Lies se granjea el más grato de los recuerdos. Continuar la andadura podría llevar a lo terrenal una cuestión que el tremendo esfuerzo de esta primera entrega no merece. 



FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE LOS SIGUIENTES ENLACES:



-http://www.publico.es/culturas/big-little-lies-gran-protagonista-televisiva-globos-oro.html



-http://www.mytalk1071.com/much-big-little-lies-homes-cost/



-http://www.sensacine.com/actores/actor-20645/fotos/detalle/?cmediafile=21376394

domingo, 21 de enero de 2018

GOTHAM CENTRAL: PAYASOS Y LUNÁTICOS (PARTE II DE IV)


Las expectativas estaban por todo lo alto. La alianza de dos guionistas del talento de Ed Brubaker y Greg Rucka había logrado que la comisaría de Gotham fuera tan interesante como cualquier aventura superheroica de Batman. Hazaña que se revestía de doble mérito, atendiendo a que lo hacían con el carismático Jim Gordon retirado de funciones. Durante los primeros números, la serie colocó los cimientos para que la audiencia disfrutase de un cómic noir repleto de verosimilitud y vulnerabilidad de los protagonistas (En el cumplimiento del deber). 



Además contaban con el dibujante perfecto. Los lápices de Michael Lark tenían una elegancia muy semejante a la de David Mazzucchelli cuando pintaba esa hermosa metrópoli con callejones a los que les gustaba estar sucios. ¿Qué podía hacerse para mantener el ritmo marcado? La respuesta estaba clara: colocar a uno de los pesos pesados de la colección original, la mítica creación de Bill Finger: el Joker. Es decir, caos y anarquía. Si el psicópata de las viñetas era capaz de poner en jaque al Murciélago en persona, ¿qué posibilidades tendrían agentes de carne y hueso de frenar sus desquiciados planes? 



Si Lark deslumbró en el arco de Renée Montoya (cuyas consecuencias familiares y sociales siguen coleando en este segundo tomo), aquí parece todavía más hecho y convencido de cómo va a narrar gráficamente la historia. Hay un ambiente de frío invernal riguroso, en un clima de tensas elecciones para la alcaldía. Grandes almacenes repletos de ávidos consumidores con sus compras navideñas. Justo el lugar donde alguien como el Joker se mueve con una facilidad pasmosa para sembrar dolor. 



Rucka y Brubaker hacen algo más que contar una trepidante investigación. De hecho, confirman lo que siempre estuvo en el subtexto de los clásicos enfrentamientos de Batman contra su Némesis. Que son dos criaturas más allá del bien y del mal, dos jugadores avezados donde uno de ellos no duda en sacrificar cuantas piezas le sean precisas para fastidiar al Caballero Oscuro. Aquí observamos como esa sensación mina la confianza de este curtido cuerpo policial. Arrestar al payaso sin usar la famosa señal se convertirá en una especie de orgullo profesional. 



Perfectos conocedores de su casting, los creadores no dudan en plantear los tonos grises. No caen en el tópico de que todos los agentes que desconfían del héroe enmascarado sean torpes, corruptos o envidiosos. Crispus Allen, uno de los mejores detectives de la saga, ha sufrido malentendidos que lo llevan a considerar a Batman como una fuente de problemas antes que soluciones. Los guionistas nos llevan por el terreno que quieren, puesto que provocan enfrentamiento entre dos personalidades dignas de admiración y donde no queremos tener que escoger bando. 



Además, Gotham Central se niega a permanecer en un compartimento estanco aislado del resto del universo DC. Un ejemplo sería la incorporación de Maggie Sawyer, quien antes de Gotham había servido al cuerpo en Metrópolis. La perspicaz visión de Maggie sirve para entender la gran diferencia entre dos de los héroes más carismáticos del cómic. Ningún policía de su antigua urbe tendría dudas sobre el tipo de la gran S, mientras que solamente un minoritario sector en la comisaría tiene plena confianza en el Murciélago. 


Lark se tomará un breve descanso tras el agridulce y magistral desenlace de este arco. Sería bien cubierta su ausencia por Brian Hurtt y Stefano Gaudiano. Nos deparan alguna pequeña joya como "La vida está llena de decepciones". El dibujante principal volverá con más fuerza que nunca para otro trepidante caso que incluye apuestas deportivas y accidentes convenientes. Rucka y Brubaker vuelven a demostrar que no toman atajos fáciles cuando recuperan a Harvey Bullock, una de las personalidades más singulares que han llevado placa en los días de Gordon al frente de las operaciones. 



Chapado a la antigua, rudo, con métodos expeditivos para arrancar confesiones y con un problema claro con la bebida, el viejo Harvey tiene más aristas de las que pudieran pensarse. La propia Montoya lo comprobará cuando vuelva a reencontrarse con su antiguo compañero. Uno podría esperar cualquier barbaridad por parte del viejo poli tras los últimos descubrimientos sobre su compañera, sin embargo, lo único que decepciona a Bullock es que, tras tanto tiempo sirviendo juntos, no se atreviese a confiarle su secreto. 



Y es que este segundo tomo nos confirma que estos personajes tienen un aroma a realidad que engancha. Porque los vemos con su familia y amigos. Caer y levantarse. Ser capaces de lo abyecto y lo sublime. En resumen, Gotham Central seguía tocada por la varita mágica tras los primeros veinte y dos números. 



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domingo, 14 de enero de 2018

MASHA Y SUS HERMANAS


Un cuento es narrar muchas cosas en poco tiempo. Dentro de ese género, pocas personas han brillado al nivel de Antón Chéjov. El literato ruso, en realidad, usaba esas breves páginas para esconder verdaderas bombas. Historias como "El beso" o "La mujer del boticario" son exponentes de cómo tocar la fibra sin artificio. No obstante, suele olvidarse que el autor de "La dama del perrito" fue también un dotado para el teatro, dejando algunas piezas donde, nuevamente, escondiendo en la vida cotidiana, se empeñó en disfrazar verdaderas tragedias. El Teatro Góngora de Córdoba acogió el pasado sábado una de ellas, quizás de las más especiales: "Tres hermanas". 



En esta ocasión es Raúl Tejón quien se atreve a adaptar y dirigir esta representación que ha influenciado a muchas sucesoras. Si Chejov no hubiese hablado de la existencia en provincias de Masha, Olga e Irina, nunca se habría filmado "Hannah y sus hermanas" (1986). Tejón logra el objetivo con tremendo acierto, actualiza lo que es necesario y mantiene la esencia del texto original, el ahogamiento que estas tres mujeres sufren tras el fallecimiento de su progenitor, con la promesa incumplida de un traslado del clan a Moscú. La capital se antoja para ellas una especie de Arcadia feliz, el punto de inflexión que las hará encontrar eso tan esquivo llamado felicidad.



Ana Fernández da vida a Olga, una maestra que esquiva las ofertas de convertirse en directora del colegio local. En un curioso paralelismo con algunas protagonistas femeninas de Lorca, Olga vive con la interna frustración de no haber logrado el matrimonio y ver pasar sus mejores años sin vida conyugal. Sin embargo, Chejov es muy listo y ya advierte con Masha (Raquel Pérez) que casarse no en sí misma la llave de la facilidad para ninguna persona. Su marido (Fernando Albizu) difiere muy poco de monsieur Bovary, una persona apacible y enamorada de su esposa, aunque incapaz de ver la frustración que ella tiene por la unión. Otra vez, la asfixia. La última pieza es Irina (Silvia Marty), la juventud sumada a la belleza. Ella tiene los pretendientes que faltaron a Olga y la posibilidad de aprender de las lecciones de Masha, pero en sus ideales románticos hay una constante insatisfacción, la sensación de que no llegarán a culminarse esas promesas de ideales caballerescos.  



La rutinaria existencia se verá alterada por la llegada de un destacamento de soldados a la provincia durante un breve período de tiempo. Eso sí, más que suficiente para que varias de las hermanas se vean afectadas por el hecho. Emilio Buale, David González y Carles Francino encarnan a tres de los militares que más van a frecuentar la casa. Cada uno de ellos con distintos propósitos e intenciones. Chejov se encarga de presentarlos cotidianos y con singularidades. Ni héroes ni villanos, cada uno buscará algo del hogar de sus anfitrionas, aunque también comprobarán que las expectativas nunca suelen cumplirse como uno ha imaginado. 



Un lugar donde hay a la par otras dos figuras masculinas. La primera es Andrei (Chema Trujillo), el hermano de Masha, Irina y Olga. Severamente dirigido por su progenitor para tener un fructífero futuro profesional, Andrei ha vivido la desaparición de su padre con cierto alivio de presiones, además de una dejadez física. Inteligente y pusilánime, él mismo ve alterado su estilo de vida cuando inicia su relación con Natacha (Sabrina Praga), una chica de aspecto retraído que, sin embargo, va a ir logrando imponer su presencia en el domicilio hasta límites insospechados. 



El último ingrediente es Antonio Vico, un viejo amigo de la familia que recuerda, por momentos, al atormentado tío Vania. Y es que Chejov parece tener una especial obsesión por esta clase de personajes que viven atormentados en el "pudo ser". Gentes a las que luego solamente queda el olvido y que quedan atrapadas en esa especie de Calle mayor de Bardem (1956). La química del elenco es fantástica y va poniendo los ingredientes para los pequeños sinsabores que van diezmando a cada una de estas personas. 



Y es que, a veces, no tiene que ocurrir nada hiperbólico o épico para que estén sucediendo grandes acontecimientos en la vida de una persona. La puesta en escena del espectáculo corresponde a esa intención con sobriedad y simples pero eficaces juegos. Un fondo oscuro, la luz artificial de las bombillas, las cortinas de humo y un puñado de asientos son más que suficientes para que el reparto exhiba todo su talento. Dentro del muy buen nivel general, sobresalen los elementos de intimidad de las tres hermanas, donde las actrices logran transmitir ese vínculo de sangre invisible. 



Durante todo el desarrollo, tenemos la fortuna de comprender las motivaciones de cada personaje. No es una historia que confronte a buenos y malos. Cada cual tiene su cuota de grandeza y miseria. De ternura y crueldad. La casa donde falleció ese severo progenitor que bien pudo hacer que su prole se educase muy por encima de la media de sus vecinos, pero sin dejarles ningún antídoto contra la infelicidad de lo gris. 



En una ocasión, le preguntaron al célebre periodista Jorge Lanata por qué la gente no veía con la regularidad que sus investigaciones merecían su programa de reportajes, prefiriendo shows más livianos de entretenimiento fácil. Gentilmente, el entrevistador afirmó que en un país ideal,  Lanata habría reventando las audiencias. La respuesta de Jorge no tuvo desperdicio: "No, en un mundo ideal los argentinos no estarían viendo la tele sino leyendo a Chejov". Cuando uno vuelve a visitar la casa de Masha, Irina y Olga, no puede dejar de darle una buena dosis de razón al argentino. 



FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE LOS SIGUIENTES ENLACES:



-https://teatrocordoba.es/espectaculo/3-hermanas/



-"Tres hermanas", representación del 14 de enero de 2018 en el Teatro Góngora [Fotografía realizada por el autor del blog]



sábado, 6 de enero de 2018

BENDITOS MALDITOS



¿Cómo habría sido? Sigue presentándose como una de las grandes preguntas en el ámbito literario español. A la altura de 1950, Federico García Lorca apenas habría pasado la cincuentena. ¿De qué manera se le haría referencia? ¿El poeta o el dramaturgo? Tal era su naturaleza e inquietud, que resulta difícil pronosticar su futuro. Únicamente queda claro que seguía siendo especial y mágico el camino que le quedaba por recorrer, como casi todo en lo que se involucraba el granadino. Incluso en un ámbito de tanta excelencia y talento como la Residencia de Estudiantes de Madrid, el autor de La casa de Bernarda Alba ya era algo aparte, una especie de "alien" en el campo de las letras hispanas.  



De hecho, alguien tan poco sospechoso de dudar de sí mismo como Salvador Dalí, admitía a regañadientes tener celos de aquel "perro" andaluz. No obstante, tan citado como leído, un autor como Lorca es lo suficientemente complejo para que siempre asombre. En pocas ocasiones ha sido más cierto que en el ensayo Lorca, poeta maldito, publicado por primera vez en Madrid (1968). Una reflexión que hubo de andarse con ojo por los rigores morales de la censura del período franquista, tamizando cuestiones relativas a la sexualidad del poeta analizado. 



Incluso un biógrafo tan documentado como Ian Gibson ha reconocido su deuda con la intuición de Umbral. Aunque hoy en día se lo recuerde más por ser un enlace recurrente de youtube con su frase "Yo he venido aquí a hablar de mi libro", el escritor madrileño ha sido uno de los prosistas más delicados del siglo XX en lengua castellana, alguien capaz de aunar las exigencias estéticas con el interés constante en su narrativa. Al afrontar a Lorca, lo hizo con una profundidad digna de elogio en un período donde se prefería ver al genio como un excéntrico señorito andaluz, amante del folklore, políticamente nulo e inofensivo. 


Durante toda su vida, Umbral jugó a la provocación, sin ningún rubor a la hora de tocar temas que se consideraban tabúes. No dudaba en ningunear o dar opiniones controvertidas sobre nombres clásicos y reverenciados en las academias. En ese sentido, Lorca tuvo fortuna. Aunque cuestionó buena parte de las imágenes con las que tradicionalmente se le asociaba, en el ensayo encontramos a un crítico rendido ante el talento de su objeto de estudio, siempre dispuesto a profundizar en qué significa ser maldito en el campo de las letras. 



Y algo de eso había. Resulta irrefutable, como varios capítulos demuestran, de parte de quiénes estaba el granadino cuando se encontraba en New York. Tampoco hay dudas de sus simpatías a una etnia como la gitana; no se trataba de un guiño exótico y distante, se trataba de una profundización a flor de piel en el grupo. El posicionamiento resulta claro e indudable en sus versos. La Barraca no obedecía a un caprichoso sin compromisos sociales. 



Como le ocurriría en el futuro a otro gran nombre como Gabriel García Márquez, sus propios escritos tenían un aire de premonitorio y de chamán. Umbral detecta eso en la vida paralela que vive con Camborio, además de esas pequeñas líneas que el artista andaluz dejó sobre un pecado capital y nacional en las cercanías de 1936: lo que en otros no envidiaban, ya lo envidiaban en mí. Todo agravado por su condición, una que le hacía detestable para las derechas y las izquierdas, un paria que reinaba con majestuosidad en las reuniones sociales pero era capaz de ensimismarse en sí mismo por instantes, casi desapareciendo del plano. 


A juicio de Umbral, existían dos temas fundamentales en el corpus de su obra: el sexo y la muerte. No pocas veces los hizo confluir, dentro de una especie de maleficio de la mariposa. Buscando entretener los corsés sociales de su tiempo, el ensayista acuña términos como "pansexualismo". Allí, en esos párrafos, se sumerge en la ambigüedad de los muslos, en cantar a lo masculino desde los ojos femeninos y a la inversa, incluso abriendo con sutileza la puerta al bestialismo en sus tragedias rurales. Porque, gracias a Lorca, Shakespeare y sus dramas visitaron la Andalucía más profunda. 



El ensayista busca con habilidad los testimonios de primera mano que mejor avalan sus hipótesis, destacando nombres como Jorge Guillén o Vicente Aleixandre. Hay momentos de verdadera inspiración en la búsqueda. Se puede concordar o discrepar, pero la manera en la que Umbral logra explicar qué es realmente "el duende" (de una manera mucho menos edulcorada del concepto que tenemos hoy día) resulta impresionante.  



En resumen, un magnífico y sofisticado pretexto para volvernos a acercar a esa posibilidad que no pudo ser. Federico García Lorca sobreviviendo, viviendo de esa inspiración mágica y de ráfagas, aquella sensibilidad extrema donde el cielo era el límite. El genio del que la envidia se encargó por verse ahogada en su mediocridad ante su brillo. Aquel, permítase la expresión de Sabina, bendito maldito. 



BIBLIOGRAFÍA: 



-UMBRAL, F., Lorca, poeta maldito, Austral, Barcelona, 2012. 



ENLACES DE INTERÉS: 






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