sábado, 6 de enero de 2018

BENDITOS MALDITOS



¿Cómo habría sido? Sigue presentándose como una de las grandes preguntas en el ámbito literario español. A la altura de 1950, Federico García Lorca apenas habría pasado la cincuentena. ¿De qué manera se le haría referencia? ¿El poeta o el dramaturgo? Tal era su naturaleza e inquietud, que resulta difícil pronosticar su futuro. Únicamente queda claro que seguía siendo especial y mágico el camino que le quedaba por recorrer, como casi todo en lo que se involucraba el granadino. Incluso en un ámbito de tanta excelencia y talento como la Residencia de Estudiantes de Madrid, el autor de La casa de Bernarda Alba ya era algo aparte, una especie de "alien" en el campo de las letras hispanas.  



De hecho, alguien tan poco sospechoso de dudar de sí mismo como Salvador Dalí, admitía a regañadientes tener celos de aquel "perro" andaluz. No obstante, tan citado como leído, un autor como Lorca es lo suficientemente complejo para que siempre asombre. En pocas ocasiones ha sido más cierto que en el ensayo Lorca, poeta maldito, publicado por primera vez en Madrid (1968). Una reflexión que hubo de andarse con ojo por los rigores morales de la censura del período franquista, tamizando cuestiones relativas a la sexualidad del poeta analizado. 



Incluso un biógrafo tan documentado como Ian Gibson ha reconocido su deuda con la intuición de Umbral. Aunque hoy en día se lo recuerde más por ser un enlace recurrente de youtube con su frase "Yo he venido aquí a hablar de mi libro", el escritor madrileño ha sido uno de los prosistas más delicados del siglo XX en lengua castellana, alguien capaz de aunar las exigencias estéticas con el interés constante en su narrativa. Al afrontar a Lorca, lo hizo con una profundidad digna de elogio en un período donde se prefería ver al genio como un excéntrico señorito andaluz, amante del folklore, políticamente nulo e inofensivo. 


Durante toda su vida, Umbral jugó a la provocación, sin ningún rubor a la hora de tocar temas que se consideraban tabúes. No dudaba en ningunear o dar opiniones controvertidas sobre nombres clásicos y reverenciados en las academias. En ese sentido, Lorca tuvo fortuna. Aunque cuestionó buena parte de las imágenes con las que tradicionalmente se le asociaba, en el ensayo encontramos a un crítico rendido ante el talento de su objeto de estudio, siempre dispuesto a profundizar en qué significa ser maldito en el campo de las letras. 



Y algo de eso había. Resulta irrefutable, como varios capítulos demuestran, de parte de quiénes estaba el granadino cuando se encontraba en New York. Tampoco hay dudas de sus simpatías a una etnia como la gitana; no se trataba de un guiño exótico y distante, se trataba de una profundización a flor de piel en el grupo. El posicionamiento resulta claro e indudable en sus versos. La Barraca no obedecía a un caprichoso sin compromisos sociales. 



Como le ocurriría en el futuro a otro gran nombre como Gabriel García Márquez, sus propios escritos tenían un aire de premonitorio y de chamán. Umbral detecta eso en la vida paralela que vive con Camborio, además de esas pequeñas líneas que el artista andaluz dejó sobre un pecado capital y nacional en las cercanías de 1936: lo que en otros no envidiaban, ya lo envidiaban en mí. Todo agravado por su condición, una que le hacía detestable para las derechas y las izquierdas, un paria que reinaba con majestuosidad en las reuniones sociales pero era capaz de ensimismarse en sí mismo por instantes, casi desapareciendo del plano. 


A juicio de Umbral, existían dos temas fundamentales en el corpus de su obra: el sexo y la muerte. No pocas veces los hizo confluir, dentro de una especie de maleficio de la mariposa. Buscando entretener los corsés sociales de su tiempo, el ensayista acuña términos como "pansexualismo". Allí, en esos párrafos, se sumerge en la ambigüedad de los muslos, en cantar a lo masculino desde los ojos femeninos y a la inversa, incluso abriendo con sutileza la puerta al bestialismo en sus tragedias rurales. Porque, gracias a Lorca, Shakespeare y sus dramas visitaron la Andalucía más profunda. 



El ensayista busca con habilidad los testimonios de primera mano que mejor avalan sus hipótesis, destacando nombres como Jorge Guillén o Vicente Aleixandre. Hay momentos de verdadera inspiración en la búsqueda. Se puede concordar o discrepar, pero la manera en la que Umbral logra explicar qué es realmente "el duende" (de una manera mucho menos edulcorada del concepto que tenemos hoy día) resulta impresionante.  



En resumen, un magnífico y sofisticado pretexto para volvernos a acercar a esa posibilidad que no pudo ser. Federico García Lorca sobreviviendo, viviendo de esa inspiración mágica y de ráfagas, aquella sensibilidad extrema donde el cielo era el límite. El genio del que la envidia se encargó por verse ahogada en su mediocridad ante su brillo. Aquel, permítase la expresión de Sabina, bendito maldito. 



BIBLIOGRAFÍA: 



-UMBRAL, F., Lorca, poeta maldito, Austral, Barcelona, 2012. 



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