domingo, 18 de marzo de 2018

LAS CENIZAS DE TROYA


La Ilíada es un poema plagado de trampas. Transcurren los siglos y los versos homéricos siguen escondiendo secretos. Desde el punto de vista académico, suele ser definido como un relato épico de algunas de las acciones que llevaron a cabo los invasores aqueos contra la ciudad de Troya, la cual se vio sometida a un asedio terrible de diez años. No obstante, nadie que lo lea puede considerar que la obra sea un elogio a los dominios de Ares. Cualquier mínima fascinación que pueda tenerse previamente sobre las hazañas marciales se desvanece ante su descripción de cómo el cruel bronce quita vidas de una forma absurda y constante. 



Muchas personas se han visto fascinadas desde entonces por la búsqueda de esa ciudad de elevada muralla. Heinrich Schliemann llegó a dejarse gustoso su fortuna por encontrar los restos de aquellos personajes míticos (Aquiles, Pentesilea, Agamenón, Diomedes, etc.) que fascinaron su mente siendo pequeño. Pero quizá fuese Eurípides quien, en la frenética Atenas del siglo V a.C., mejor supo descifrar los códigos que se escondían detrás de aquellos combates y mitos (en realidad, los dioses del Olimpo participaban de forma caprichosa en el conflicto, otorgando o negando sus favores a los bandos por simpatías personales). No en vano Homero termina su canto con las honras fúnebres del mayor héroe enemigo de los griegos. Eurípides, siguiendo esa visión, se pregunta por los supervivientes de la ciudad, especialmente por las mujeres troyanas más destacadas, ahora presas del botín caprichoso de los saqueadores. 



Carme Portaceli acepta el riesgo de dirigir el drama de estas reas, encabezadas por Hécuba, viuda del rey Príamo y madre, entre otras, de algunos de los príncipes más destacados durante la guerra. Aitana Sánchez-Gijón presta toda su fuerza y presencia a una persona desgarrada por el dolor, obligada a pasar las peores noches posibles: las que suceden a la dramática entrada de cierto caballo de madera en su ciudad para festejar el final de la lucha y la retirada aquea. El resto es de sobras conocido. Pero, como Portaceli y el libreto bien adaptado por Alberto Conejero y Margarita Borja, pasaron más cosas que desconocemos. El pasado viernes pudimos acompañar esa asamblea de abandonadas de la Fortuna, obligadas a recordar antes de que los caudillos helenos re-escriban su relato. 


La condición y dignidad de Hécuba la llevan a ser la principal receptora de los mensajes de Taltibio, un soldado enemigo que sirve como heraldo de Agamenón, rey de reyes. Nacho Fresneda (de quien ya hemos hablado en este blog por su magnífico trabajo en la serie El Ministerio del Tiempo) encarna a esta figura en constante transformación que arranca la obra con un primer monólogo antes de presentarnos a las protagonistas troyanas. De su frialdad inicial, Taltibio irá empatizando cada vez con estas mujeres desposeídas de todo salvo de su propia capacidad de resistir el sufrimiento. Eurípides, igual que Homero, se niega a festejar la victoria de Grecia sobre los caídos, no caben dudas de dónde están sus simpatías en la obra. 



El montaje destaca por su sencillez y pragmatismo. Una T gigante y tumbada nos anticipa imágenes de la guerra y sus llantos, no necesariamente limitada a las playas troyanas, puesto que la reflexión es válida para cualquier lugar y época. Hay coreografías y danzas que se insertan bien entre los diálogos, sobresaliendo la fuerza de Alba Flores como la princesa Políxena, cuyo valor es tanto físico como metafórico de lo que está ocurriendo en cuanto la hija de Príamo y Hécuba se va transformando en el recuerdo de la felicidad perdida de una ciudad que en un momento se juzgó con acierto como cuna de riquezas y poder. Pero no hay que jactarse de la felicidad hasta el último instante de la vida, pues la suerte es traicionera. 



Un delicado texto funciona a dos niveles. La perspicacia de las mujeres dárdanas brilla en todo momento ante la falta de sensibilidad de sus nuevos dueños. Gabriela Flores da vida a la viuda de Héctor, el gran defensor de la ciudad durante la lucha. Andrómaca, personaje adelantado varias centurias a su tiempo en cuanto a complejidad, es consciente de que su complicidad y feliz relación con su marido son precisamente la causa de que ahora sea codiciada. Todos sus intentos van orientados a intentar proteger a su hijo, puesto que la descendencia de los héroes suele ser mirada con recelo por sus asesinos. 


Ni siquiera en horas tan bajas podrá presidir la concordia entre esas heroínas que aguardan saber en qué nave partirán para alejarse por siempre de las cenizas de Troya. Irene Arcos (quien se reparte generosamente el papel con su compañera y amiga Maggie Civantos) encarna perfectamente a Helena, aquella por cuyo rostro mil barcos zarparon. Tachada de la causante de la lucha por los griegos al haber abandonado a su marido, Menelao de Esparta, tampoco encuentra acomodo entre las troyanas, las cuales la juzgan como esa ramera que embaucó a Paris para traer la desdicha a sus conciudadanos. Sus enfrentamientos con Hécuba son tremendos y, como bien acierta a apuntar la espartana, queda claro que ella fue el invento de los conquistadores para justificar su acción. Es un acierto pleno de la dirección modificar aquí la escena original para mejorarla todavía más, quitando al hermano de Agamenón de la ecuación para que sea un duelo de reinas que lo han perdido todo. 



Tampoco son mejores las cosas entre sus compatriotas para Briseida (Míriam Iscla), también obligada a quedar en tierra de nadie. Objeto del capricho lascivo de Aquiles y su comandante, no recibe compasión a su regreso. Deja la sensación de que cada una de las integrantes de este círculo de proscritas arrastra su propia maldición. La última (pero no menos importante) de ellas es Pepa López como Casandra, la preclara adivina, quien marcará el terrible camino de la venganza. Desoída de sus premoniciones durante la lucha, aprovechará la prepotencia vencedora para empezar a urdir la caída de la Casa de los Atridas de Micenas. 



Eurípides no se dejó seducir por la conquista, la cual presenta como caldo de cultivo para la hybris (soberbia). Ulises, secundario de lujo en La Ilíada y héroe audaz en La Odisea, se ve aquí transformado en la arrogancia de un Consejo de soberanos poco magnánimos, crueles y despóticos, capaces de temer la sombra de apenas un niño pequeño. Con un fantástico elenco, el círculo de estas damas troyanas volvió a ser puesto de rabiosa actualidad. Salimos del teatro impregnados de esos nombres y las cenizas de Troya. 



FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE LOS SIGUIENTES ENLACES:



-Teatro Góngora de Córdoba, función Troyanas del día 16 de marzo de 2018 [Fotografía tomada por el autor del blog]. 



-Programa Troyanas del Teatro Góngora de Córdoba, función del día 16 de marzo de 2018 [Fotografía realizada por el autor del blog]. 



-Teatro Góngora de Córdoba, función Troyanas del día 16 de marzo de 2018 [Fotografía tomada por el autor del blog]. 

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